Al rededor del planeta se ha experimentado la indignación por el ataque de Israel al Pueblo Palestino en La Franja de Gaza. En este contexto, no se han hecho esperar las manifestaciones y declaraciones de los diferentes Estados y miembros de la sociedad civil mundial en señal de protesta. Tampoco los análisis fructíferos de los diferentes aspectos del conflicto han ayudado a comprender un poco más lo que está sucediendo.
Como ser humano y como intelectual comparto la indignación de muchos y manifiesto mi protesta. Pero quiero analizar dos elementos que se encuentran presentes en el fenómeno mismo que la indignación por lo que sucede en el Medio Oriente en estos días. El primero es el fenómeno de la indignación como tal, y la segunda es la mentalidad que, en muchos casos, acompaña a la indignación.
La indignación es un sentimiento moral que se despierta en nosotras al observar una situación de injusticia gracias a que hemos alcanzado la posibilidad de imaginarnos en el lugar del otro, de aquél otro que sufre la injusticia. Como tal, la indignación es de suma importancia para movernos a la acción y revertir o combatir las situaciones que nos rechazamos. Por eso, se trata de un importante punto de partida para nuestro compromiso con la justicia. Sin embargo, si no se encuentra acompañada de un cultivo tanto del razonamiento como de las emociones.
Las emociones fuertes generan un efecto contraproducente: nublan nuestro razonamiento. De hecho, la aprobación que tiene la acción del gobierno israelí de gran parte de su población es porque a través de la educación ha forjado emociones fuertes de rechazo y hostilidad contra los palestinos. Para ello se puede ver este material en el que se explica la política educativa de Israel respecto de lo que llaman "El Problema Palestino" https://redaccion.lamula.pe/2014/07/21/receta-para-la-deshumanizacion-de-un-pueblo/tecabrera/ . La emoción que acompaña la indignación necesita ser atemperada para que nuestro razonamiento pueda entrar en acción y podamos intervenir en nuestro mundo de manera positiva . De otro modo, la indignación se convertirá en una emoción paralizante o nos conducirá a cometer injusticias en vez de detenerlas.
Pero, de otro lado, se encuentra la mentalidad que acompaña la indignación en este caso concreto. Uno de los reclamos que se expresa en este momento es "¡¿Y qué está haciendo la ONU en este conflicto?!". Ese grito expresa una pregunta que tiene detrás una mentalidad de la que hay que tomar conciencia. La pregunta es: ¿De qué sirve la legalidad internacional que Naciones Unidas encarna?, y la mentalidad que está detrás señala que, en resumidas cuentas, en el ámbito internacional se impone el interés del más fuerte. Mucho de nuestros indignados consideran que eso es así, y que eso será siempre así, y que NN.UU. o está pintada o expresa los intereses de los más poderosos, de manera que es una pantalla que encubre y justifica las injusticias.
Dos ideas se encuentran detrás de esta mentalidad: La primera sostiene que los poderosos siempre harán lo que quieran con los débiles, mientras que la segunda afirma que eso forma parte de la realidad de las relaciones humanas. No por nada, esa posición es denominada "realismo político". Pero hay que señalar que no se trata de una descripción de la realidad, sino de una perspectiva desde las cuales se están leyendo las cosas. Muchos de los indignados actuales se encuentran comprometidos con esa mentalidad. Es por eso que frente a las injusticias internacionales groseras muestran una gran indignación, mientras las pequeñas injusticias de la vida cotidiana pueden pasar invisibles frente a sus miradas. No digo que todos tengan ese problema, pero sí muchos de los indignados actuales.
El comprometerse con esta mentalidad trae como consecuencia volverse cómplice de las injusticias frente a las que nos indignamos, pues ésta incorpora la creencia de que por más que declaremos nuestra indignación lo lograremos nada. Es por ello que resulta importante apartarse de sea importante que abandonemos las creencias de que hay una naturaleza humana constituida de tal manera que, en las relaciones humanas, los fuertes siempre podrán abusar de los débiles con plena impunidad. Ciertamente, esa mentalidad ha sido cultivada en nosotros gracias a los medios de comunicación y a la prédica del sector dominante de las iglesias y las religiones, que son sectores conservadores que señalan que el ser humano es malo por naturaleza.
Si seguimos presos de esa mentalidad los fuertes seguirán abusando de los débiles y generando en nosotros una indignación paralizante, que considera que todo lo construido en la institucionalidad internacional no sirve para nada, pero indignación que, al fin de cuenta se conecta con cierto regocijo morboso que nos habita, regocijo que nos captura con las imágenes de sangre y muerte, pero nos inmoviliza y nos regresa a nuestras vidas cotidianas como un exabrupto o pesadilla de la que despertamos no sin cierto regocijo.
Es por ello importante girar nuestros hábitos de pensamiento hacia otra mentalidad que nos compromete con el fortalecimiento de las instancias de NNUU, la Comunidad de Estados y la esperanza de que la sociedad civil mundial activa puede organizarse de manera efectiva para tener incidencia real en nuestro mundo. Esta mentalidad la denomino liberal porque representa la posibilidad de que podemos hacer algo, si bien no tenemos el pleno control de las circunstancias. Es decir, no estamos presos en nuestra supuesta "naturaleza", sino que tenemos un margen de juego y podemos aprovecharlo inteligentemente para que nuestra indignación sea productiva y podamos modificar las situaciones. Esta mentalidad supone comprometerse con lo que hemos ido construyendo con tanto esfuerzo: Naciones Unidas, Derechos Humanos, sociedades democráticas y la capacidad de participar en la deliberación pública. El otro camino es indeseable, pues supone dejar las cosas como están. El otro camino supone denostar de todo lo que hemos construido y quedar presos de una indignación paralizante y placentera.
El comprometerse con esta mentalidad trae como consecuencia volverse cómplice de las injusticias frente a las que nos indignamos, pues ésta incorpora la creencia de que por más que declaremos nuestra indignación lo lograremos nada. Es por ello que resulta importante apartarse de sea importante que abandonemos las creencias de que hay una naturaleza humana constituida de tal manera que, en las relaciones humanas, los fuertes siempre podrán abusar de los débiles con plena impunidad. Ciertamente, esa mentalidad ha sido cultivada en nosotros gracias a los medios de comunicación y a la prédica del sector dominante de las iglesias y las religiones, que son sectores conservadores que señalan que el ser humano es malo por naturaleza.
Si seguimos presos de esa mentalidad los fuertes seguirán abusando de los débiles y generando en nosotros una indignación paralizante, que considera que todo lo construido en la institucionalidad internacional no sirve para nada, pero indignación que, al fin de cuenta se conecta con cierto regocijo morboso que nos habita, regocijo que nos captura con las imágenes de sangre y muerte, pero nos inmoviliza y nos regresa a nuestras vidas cotidianas como un exabrupto o pesadilla de la que despertamos no sin cierto regocijo.
Es por ello importante girar nuestros hábitos de pensamiento hacia otra mentalidad que nos compromete con el fortalecimiento de las instancias de NNUU, la Comunidad de Estados y la esperanza de que la sociedad civil mundial activa puede organizarse de manera efectiva para tener incidencia real en nuestro mundo. Esta mentalidad la denomino liberal porque representa la posibilidad de que podemos hacer algo, si bien no tenemos el pleno control de las circunstancias. Es decir, no estamos presos en nuestra supuesta "naturaleza", sino que tenemos un margen de juego y podemos aprovecharlo inteligentemente para que nuestra indignación sea productiva y podamos modificar las situaciones. Esta mentalidad supone comprometerse con lo que hemos ido construyendo con tanto esfuerzo: Naciones Unidas, Derechos Humanos, sociedades democráticas y la capacidad de participar en la deliberación pública. El otro camino es indeseable, pues supone dejar las cosas como están. El otro camino supone denostar de todo lo que hemos construido y quedar presos de una indignación paralizante y placentera.