Se han levantado una
serie de críticas a los Derechos Humanos, críticas que provienen de diferentes
sectores o que algunos sectores van sumando para intentar fortalecer su
posición. Algunas de estas críticas son estrictamente académicas, es decir,
tienen como objetivo esclarecer jurídica, moral y filosóficamente un conjunto
de problemas, como el de la universalidad de los Derechos Humanos. Otras, en
cambio, son críticas que esconden una intencionalidad política que se disfrazan
de argumentaciones académicas. Las críticas de este tipo tienen como objetivo
fortalecer la posición política de gobiernos autoritarios, como los gobiernos
de los dictadores asiáticos.
Podemos enumerar algunas de las críticas, teniendo en claro
que la lista no es exhaustiva y que tampoco enfrentaremos todas las críticas.
Una de las críticas sostiene que los Derechos Humanos es una creación cultural de Occidente que se está imponiendo
por la fuerza a otras culturas. Esta crítica señala específicamente que los
Derechos Humanos expresan las aspiraciones morales de Occidente, pero que es
necesario establecer una distinción entre la moral y el derecho. El derecho es
establecido por las autoridades competentes de cada país, y si a nosotros,
occidentales, nos parecen horrendas algunas normas del derecho vigente en otras
culturas, estamos autorizados a solamente a cuestionar moralmente esas
prácticas, pero en ningún momento estamos autorizados a exigir un cambio en la
legislación del Estado en cuestión[1]. Es
claramente la intencionalidad política que hay detrás de dicho argumento: fue
escrito cuando el autor del texto colaboraba con el gobierno autoritario de
Alberto Fujimori, y entre algunas de las falacias a las que De Trazegnies recurre es a identificar Estado y cultura,
cosa que no es evidente, además de señalar que la distinción occidental entre
derecho y moral se puede extender a otras culturas de manera automáticamente.
Otros han asumido la misma posición, es decir, la de señalar
que los Derechos Humanos expresan valores morales occidentales que no se pueden
imponer a otras culturas, pero en vez de recurrir a la estrategia del
“pluralismo jurídico”, como lo hizo el colaborador de Fujimori, estos críticos
señalan que oriente, y específicamente, el Asia, tiene sus propios valores. Así
el año de 1993, los representantes de las dictaduras asiáticas produjeron una
declaración de valores asiáticos, en los cuales se señalaba con claridad que
mientras que uno de los valores fundamentales de Occidente era el de la
libertad, en el Asia, uno de los valores más importantes es la de la lealtad a
la autoridad.
Es necesario mencionar que esta declaración de los “derechos
y valores asiáticos” fue una artimaña
política para adelantarse a la Convención de Viena del mismo año, convención en
la cual se iba a tratar la cuestión de los Derechos Humanos y la cultura. A fin
de cuentas, se trataba de preparase políticamente para lo que se venía. Sin
embargo, los defensores de los valores asiáticos tienen que enfrentar tres
problemas para hacer plausible su posición. En primer lugar, la Declaración
Universal de Derechos Humanos de 1948 ha
sido fruto de una amplia consulta y de un intenso debate entre diferentes
culturas y distintas posiciones políticas (como la capitalista y la soviética).
En segundo lugar, en ninguna de las lenguas que se encuentran en la región que
denominamos Asia existe una palabra para denominar dicha región, es decir, los
asiáticos no tiene normalmente la noción de compartir una unidad cultural y
valorativa. Finalmente, un tercer argumento en contra de los defensores de los
valores asiáticos es que no queda claro qué instituciones y personalidades
representan al Asia, ¿acaso los dictadores asiáticos, o Gandhi y Tagore? Recordemos
que Gandhi estaba convencido de la necesidad de instaurar en la India un
gobierno democrático y que Tagore era partidario de que la educación en la
India debería incluir los aportes de la cultura occidental y no sólo los
aportes culturales de la India. La misma
pregunta podríamos hacerla respecto de Occidente: ¿quién representa realmente a
Occidente? ¿acaso Hitler y los agentes de la Inquisición Católica, o los
redactores de la Carta de Helsinki o
Martin Luther King?.
Los mismos dictadores asiáticos esgrimieron un argumento
adicional, a fin de fortalecer su posición política. Dicho argumento señala que
cuando un país se encuentra en condiciones de pobreza, las libertades políticas
y los Derechos Humanos en general resultan ser un lujo. De esa manera, en nombre del desarrollo
y el crecimiento económico se legitima restringir Derechos Humanos, porque
señalan que a los pobres de sus países no les interesan tales derechos,
mientras que no se solucione sus urgencias económicas. Este argumento puede complementarse,
como efectivamente se ha hecho en Perú durante los años 90, y se puede escuchar
que si hay violencia en el país, se puede poner entre paréntesis los Derechos
Humanos a fin de combatir a la subversión y garantizar el crecimiento
económico. Este mismo argumento ha sido usado por los teóricos de la
administración Bush al momento de plantear la lucha contra el terrorismo
internacional.
Existe una versión sofisticada de este argumento. Ésta señala
que si bien uno está comprometido con la democracia y los Derechos Humanos, las
condiciones actuales no son las adecuadas para implementarlas. La pobreza, la
necesidad de desarrollar económicamente el país, y el enfrentar la violencia y
la delincuencia exige que se aplace la implementación de los Derechos Humanos y
la democracia. Denominaré esta versión como el nombre “la democracia y los
Derechos Humanos para otro día”. Una variante de esta versión se esgrime cuando
el país se encuentra en procesos electorales y el candidato que representa los
intereses de los poderes fácticos corre el riesgo de perder las elecciones. En
dichas circunstancias se señala que cierto sector de la población tiene la
intención de votar por el “candidato equivocado” porque carece de educación y
cultura. Y el argumento continúa señalando: es conveniente educar a ese sector
de la población, para que sepan votar correctamente, mientras tanto es
necesario retirarle el derecho al voto. Denominaré esta posición como “el
derecho al voto para otro día”. El problema de estos últimos argumentos que he
presentado son fundamentalmente dos: en primer lugar, se trata de una élite
pequeña y que representa los poderes fácticos operantes en el país que
determina cuándo son convenientes tanto la democracia y como los Derechos
Humanos (o quienes tienen derecho a votar y quienes no deben gozar de dicho
derecho); en segundo lugar, pueden parar los años y las décadas y la élite en
cuestión puede considerar que las condiciones para instaurar la democracia,
hacer vigente los Derechos Humanos y universalizar el derecho al voto aún no
están dadas y hay que posponer tales implementaciones indefinidamente.
[1] Este argumento fue esgrimido por Fernando de Trazegnies, en un
artículo titulado “Democracia y derechos humanos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario