sábado, 14 de marzo de 2015

La Filosofía del Derecho y su vínculo con la democracia

Resultado de imagen para derecho y democracia Es común que cuando se alguien se dedique a la Filosofía del Derecho y a la Epistemología Jurídica tome la decisión de desvincular sus reflexiones de cualquier consideración de orden político. Esta decisión se encuentra gobernada por el afán de cientificidad y de neutralidad que el positivismo a legado al derecho. Pero no toda práctica común se encuentra debidamente justificada. A veces, la repetición de ciertas prácticas académicas tiene su base en cuestiones extraacadémicas, como puede ser el prestigio o el predominio que determinados hábitos de pensamiento tienen en la comunidad científica. Ciertamente, esto no quiere decir que no podamos encontrar razones para evaluar si ciertas ideas son mejores que otras. La hegemonía de ciertos referentes intelectuales no lo es todo, sino que las razones también cuentan y deberían de tener un peso importante, e incluso más importante.

Ahora bien, las razones circulan en el aire, sino entre la comunicación de las personas que comparten un mundo. Como investigadores y como personas compartimos un mundo, nuestro mundo, en el cual se encuentran elementos que son objeto de discusión y otros que forman el horizonte que da sentido a dicha discusión. En nuestro mundo, tanto el derecho, como la Filosofía del Derecho y la Epistemología Jurídica tienen como trasfondo el horizonte de la sociedad democrática, sociedad que considera a las personas como libres e iguales en dignidad. El mundo democrático (y sus intuiciones morales como la libertad y la igualdad en dignidad)  no es ni necesario ni arbitrario. No es necesario, ya que  la historia de nuestro mundo pudo tomar otra dirección; tampoco es arbitrario, pues se han ido forjando en un proceso de aprendizaje histórico. En dicho aprendizaje han sido importantes los conflictos y los procesos traumáticos por los que nuestro mundo ha pasado como, por ejemplo, las guerras de religiones durante el siglo XVII, que trajo consigo el principio político de tolerancia religiosa, y el holocausto judío propinado por los Nazis, del que surge la Cultura de Derechos Humanos.  Este proceso de aprendizaje no ha sido –y nunca es- automático, sino que en él se ha hecho valer la capacidad de razonar de las personas que hicieron su mejor esfuerzo tomando en cuenta las herramientas conceptuales que tenían a mano. Esto ha hecho que el mundo en el que estamos y hemos heredado esté lejos de ser arbitrario, sino que representa la mejor manera de articular intuiciones fundamentales para nuestra vida en común.
           
Pero el trabajo no está acabado y no podemos quedar con los brazos cruzados regocijándonos de nuestra herencia. No podemos hacer eso porque, entonces, correríamos dos peligros. El primero es desandar lo aprendido. El segundo es dejar tal como está aquello que falta articular. El primer peligro no se basa sólo en las consecuencias que puede tener la inercia del pensamiento y la reflexión, sino porque los logros que hemos alcanzado se encuentran constantemente amenazados por adversarios políticos que buscan regresar al mundo premoderno, defienden el Estado confesional y denostan de la Cultura de los Derechos Humanos. El segundo peligro tiene como fuente las inarticulaciones que tienen aún nuestras intuiciones morales básicas y, como consecuencia de ello, también las inarticulaciones que tienen nuestras instituciones sociales fundamentales.
            
La inarticulación que me parece relevante, en este punto de mi argumentación, es aquella que existe entre el derecho y la democracia tanto en la vida práctica como en la discusión académica. Abogados, juristas y teóricos del derecho no piensan la democracia como el horizonte del derecho en nuestro mundo contemporáneo. Más bien, ven en éste una caja de herramientas o un manojo de llaves que permiten tener éxito en la interacción social. Es revelador que los estudiantes de derecho afirmen que la finalidad del derecho es el orden o la paz en la sociedad, y que no piensen que el derecho se encuentra remitido a la justicia, tal como una sociedad democrática y liberal entiende la justicia. Los estudiantes suelen repetir lo que sus profesores les dicen y, una vez siendo profesionales, suelen replicar los hábitos de pensamiento y acción que aprendieron en las aulas universitarias. Si ellos piensan así, quiere decir que piensan en el derecho como herramientas técnicas desconectadas de su trasfondo político. Ello enrarece la comprensión del derecho al punto de pensarlo como herramientas desvinculadas de la práctica en el mundo. Es como si el derecho se pensara como un aeroplano que jamás tocase tierra en el mundo.

Como ejemplo de este despropósito, examinemos  una idea que se divulga en las aulas de las Facultades de Derecho según la cual una ley promulgada debe ser asumida como si fuese de conocimiento público. Es como si los ciudadanos, incluso los más alejados de los centros de comunicación jurídica, tuviesen que leer todos los días la gaceta jurídica para enterarse de las buenas nuevas. En la realidad, ni siquiera todos los profesores de derecho leen todos los días ese tipo de publicaciones. Pero el supuesto de acuerdo al cual todos los ciudadanos debemos de estar al día con la ley es un indicio de que el derecho es pensado como un sistema normativo que hace abstracción del mundo en el que se aplica. Este ejemplo muestra claramente la desconexión entre la ley y nuestro mundo, el abismo que han colocado entre el derecho y la política. Si se pensara de otra manera, se vería la necesidad de una política de Estado dirigida no sólo ha hacer posible el conocimiento de las leyes más relevantes por parte de los ciudadanos, a través de todos los medios de difusión disponibles. Pero algo más importante aún, el Estado debería de asumir la tarea de fortalecer los foros públicos de discusión sobre las leyes y los proyectos de ley.
       
Cosas como estas son indicio de que es necesario conectar el derecho y la democracia. Esto supone dejar de pensar al derecho como un sistema cerrado y autopoiético para verlo como un sistema abierto y conectado con la sociedad democrática.   El derecho ha de pensarse como una herramienta para la convivencia democrática, es decir, que permita abrir las puertas a la libertad y la igualdad entre las personas. En por ello que el derecho debe encontrarse en el centro de la deliberación pública, a fin de que en el debate los ciudadanos puedan ir modulando el lugar que tiene el derecho en las relaciones sociales, así como discutir el contenido del derecho mismo. Ciertamente, el derecho tiene sus procedimientos y procesos, y éstos son importantes. Pero una cosa es entender la importancia que tiene la teoría general del proceso y otra es sacralizarla. Al sacralizarla lo que hacemos es extraerla del debate público, mientras que comprender su importancia significa articularla con la deliberación dentro de la sociedad.  

Ciertamente, la deliberación pública es política. En ese sentido, para poder conectar al derecho con su trasfondo democrático requerimos restablecer la conexión entre el derecho y la política. Al escribir esto me imagino, de una parte, a los positivistas, a los defensores del neoconstitucionalismo y a los partidarios de la teoría de la argumentación jurídica frunciendo el seño, y del otro, a los defensores de la teoría del derecho natural, frotándose las manos en señal de victoria. Pero a estos últimos les tengo malas noticias. Cuando pienso en política no lo hago desde un punto de vista sectario, así como cuando pienso en la moral no lo hago en un sentido confesional. La política tiene un significado más amplio que se conecta con la apertura de los caminos para hacer valer los derechos y las libertades de todos y no sólo de mis partidarios. Y la moral, tiene un sentido postconvencional, que escape a los preceptos de una religión o una comunidad particular, y que puede aspirar a validez universal. Así como el relativismo cultural, que afirma que es imposible la comunicación y el debate entre personas de diferentes culturas, es cuestionable, también lo es la concepción de la moral y la política encajonada en una pequeña parroquia.

            
El derecho y sus procesos deben de organizarse de modo que puedan recoger las exigencias que brotan de la deliberación social para que pueda conectarse con las relaciones sociales dentro de la democracia. Es decir, el derecho debe de dejar de entenderse como un sistema cerrado y comenzar a pensarse en la cristalización normativa de un debate social sobre cuestiones de interés general. Las instancias jurídicas, como el Congreso de la República, debe de recoger esas exigencias, debatirlas y darle de norma de derecho.  De esta manera, el Estado y sus instituciones debe de abrirse como una carretera para que permita que la deliberación pública y democrática sobre las leyes pueda discurrir con facilidad a fin de que el derecho case con la justicia entendida como igualdad en dignidad y libertad de los ciudadanos. 

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