jueves, 23 de enero de 2014

La formación del juicio y del discernimiento crítico (primera parte)

          Uno de los elementos cuestionables de la educación moral en el Perú tiene que ver con la “educación en valores”. El despliegue de la política de la llamada “educación en valores” ha crecido después de la caída de Fujimori y el destape de las redes de corrupción que habían infectado el aparato del Estado y amplios sectores de la sociedad. Las encuestas sobre los niveles de tolerancia, que arrojaron un alto nivel de permisibilidad frente a la corrupción han contribuido a expandir la errónea idea de que gran parte de los problemas del país se resolverían a través de campañas de educación o “cruzadas” de valores[1]. Pero la idea de que una de las tareas de la escuela y la educación en general es la “educación en valores” es algo que viene de más atrás y que sigue presente aún hoy que los índices de corrupción parecen importar poco para que la clase política y gran parte de la ciudadanía acepte a personas corruptas como candidatos dignos de respaldo en la contienda  electoral. El tema de la “educación en valores” es, pues, un punto central en la vieja agenda en el Perú.  El tema es uno de los ejes de una política tradicionalista que se encuentra instalada en muchas de las escuelas de formación de maestros. Dicha política consiste en mantener la “autoridad de ciertos valores”. 
            La formación de la ciudadanía es entendida como la tarea de inculcar en los futuros ciudadanos desde la escuela y a través de los espacios se socialización ciertos valores que desde las elites se consideran los adecuados. Así, la educación moral consiste en introducir desde fuera determinados valores en los corazones de los ciudadanos. Estos valores pueden ser “tradicionales”, como el respeto a la autoridad del superior, o pueden ser supuestamente “democráticos” como  el rechazo al nepotismo. El problema en este esquema de educación moral se encuentra no en la clase de valores que se trata de inculcar, sino en que la formación moral de los ciudadanos se entiende como la tarea de inculcar valores en la ciudadanía. Los inculcadores de valores son elites políticas,  aristocracias  intelectuales u oligarquías  que establecen relaciones asimétricas respecto de la ciudadanía y que entienden que su trabajo  consiste en definir los valores  e inculcarlos en la población.
            De este modo las elites inculcadoras de valores se erigen constantemente como tutores de la nación que saben qué modelos de conductas deben asumir los ciudadanos. Los ciudadanos son entendidos como menores de edad que son incapaces de articular por sí mismos sus orientaciones morales. Esto es, el esquema de las elites prescriptoras de lo bueno y lo malo tiene como presupuesto que los ciudadanos adolecen de “estupidez moral”, es decir, que carecen de la capacidad de definir e intuir por sí mismos los bienes morales. Estas elites plantean el proceso de educación moral de los niños en las escuelas  no como el tránsito de la niñez moral a la adultez moral, sino como la consolidación de una infancia moral en la cual el niño es preparado para, durante su vida, recibir prescripciones morales. Así, la escuela tradicional no prepara a los ciudadanos para la reflexión y el discernimiento crítico respecto de los valores morales tradicionales. No prepara para pensar en los asuntos morales[2]. Esta política en la educación moral resulta ser sumamente útil a los poderosos sectores conservadores, puesto que con ello se garantizan el mantenimiento del status quo, en el cual ejercen control del espacio público (que en algún sentido deja de ser público). 



[1] El término “cruzada de valores” no deja de ser infeliz por la connotación de imposición que trae consigo. No hay que olvidar jamás que las cruzadas de la edad media tenían un gran componente “moralizante”. La idea continúa siendo que hay que imbuir de ciertos valores para que la gente se salve.
[2] Sobre el pensar sobre los términos morales, cfr. el clásico opúsculo de Kant Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración? en: KANT, Inmanuel; En defensa de la ilustración, Barcelona: Alba Editorial, 1999.

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