domingo, 2 de febrero de 2014

La formación del juicio y del discernimiento crítico. (Segunda Parte)

        Frente a esta manera de concebir la formación moral es necesario afirmar el cultivo del discernimiento crítico moral de la ciudadanía. Esta formación del pensamiento crítico, que ha de iniciarse desde la escuela, consiste en insertar al individuo en una comunidad de diálogo en la cual tenga la posibilidad de definir sus orientaciones morales gracias a la interacción con otros. A través de la comunicación y el diálogo dentro de un espacio compartido con otros, en el cual pueden expresarse libremente, es como los niños van definiendo, contrastando y redefiniendo sus orientaciones morales. Asimismo, es en espacios públicos libres donde los ciudadanos van articulando sus orientaciones morales fundamentales, gracias al intercambio y al diálogo. 
            La construcción de un espacio público libre es fundamental para la generación del discernimiento crítico moral de las personas. La filósofa alemana Hannah Arendt es quien ha tematizado de manera más completa la idea de espacio público como el lugar donde se define y se realiza la acción moral de las personas[1].  El espacio público es el espacio de la pluralidad que se constituye a través del diálogo y la deliberación  entre las personas. Se trata del espacio de la contigüidad humana en el cual somos iguales y diferentes al mismo tiempo. Somos lo suficientemente iguales como para poder entendernos y lo suficientemente diferentes para tener cosas que decirnos.
En este espacio de la pluralidad, cada cual se muestra ante la mirada de los otros. En él las personas muestran quiénes son, es decir, revelan  su identidad moral. Para Arendt  la revelación de la identidad personal es fundamental para que ésta se vaya articulando y vaya cobrando existencia.  Los individuos no tienen una identidad completamente definida y acabada, carecen de algo así como una “identidad cerrada” o articulación completa de su identidad, sino que ésta se encuentra en un constante proceso de articulación gracias al encuentro con los otros. En las experiencias compartidas con los otros vamos articulando nuestra identidad moral. En este proceso salta a la luz el hecho de que nuestra propia conciencia moral se va generando a través del diálogo. El mismo lenguaje con el cual articulamos nuestras orientaciones morales lo adquirimos gracias a que ingresamos a un mundo humano. Con nuestro nacimiento ingresamos a un mundo de significados compartidos por una comunidad. Nuestros primeros compañeros, nuestros padres y hermanos, nos introducen en un mundo de significados en los que se encuentran también significados morales[2].
Al mismo tiempo, el espacio público es el espacio de la acción. La acción se asocia íntimamente con la idea del nacimiento, es decir, quien actúa está dando inicio a algo inédito y en ello es capaz de ir mostrándose a los otros. En la acción la persona va, además articulando su identidad moral y gracias a las experiencias compartidas con otros es capaz de explorar y redefinir su identidad moral. A través del lenguaje es capaz de expresar esa identidad suya, decir quién es.
El discernimiento moral es un proceso reflexivo en el cual la persona va articulando su propia identidad moral en diálogo con los otros. Lejos de la idea de adoctrinamiento moral que se encuentra detrás del proyecto de la “educación en valores”, el discernimiento moral permite que las personas vayan encontrando en sí mismas  las herramientas para orientar sus acciones gracias a que han adquirido un lenguaje de expresión moral lo suficientemente rico. Mientras que el proyecto de la “educación en valores” coloca entre las experiencias de las personas y sus orientaciones para actuar prescripciones rígidas, el discernimiento moral va de la mano con las experiencias de los individuos y va tejiendo a través del diálogo orientaciones para sus acciones. Siguiendo las intuiciones de John Dewey podemos decir que un espacio formativo libre y abierto al diálogo permite el despliegue de una mayor experiencia y el desarrollo de más habilidades en los alumnos. Dewey sugiere que espacios inspirados por el espíritu democrático permiten un mayor el despliegue de las habilidades humanas y un despertar más activo de la inteligencia[3].
La escuela es un espacio público en el que los estudiantes van entrando en diálogo y van ayudándose en la tarea de orientar sus acciones y articular su propia identidad. En ese privilegiado espacio público los maestros han de acompañar a los niños en el proceso de ir descubriendo y articulando su propia identidad moral. La labor del maestro es ayudar al niño a entender su propio proceso de constitución de su identidad, además de facilitar para que éste proceso se dé en diálogo con sus compañeros de aprendizaje. En ningún momento compete al maestro interrumpir el proceso de comprensión de la experiencia moral del alumno. Esta interrupción se produce cuando el maestro suplanta la conciencia moral del niño imponiendo una norma moral externa. La tarea del maestro suplantar la conciencia de los estudiantes, sino acompañar el proceso de discernimiento moral, haciendo las veces de espejo y de memoria que puede ayudar a los alumnos a verse a sí mismos y que permita tomar nota de sus experiencias morales. De este modo el maestro ayuda al alumno a construir orientaciones y referentes morales sólidos y fuertemente enraizados en su experiencia de reflexión ética. El maestro ha de ser, además, alguien que ayude a que las situaciones de conflicto moral, que se dan naturalmente en la convivencia escolar, se conviertan en oportunidad de reflexión y aprendizaje.[4].




[1] Cfr. ARENDT, Hannah; La condición humana, Madrid: Siex Barral, 1975. Capítulo V.
[2] Quien ha trabajado más la génesis dialógica del la conciencia moral es Charles Taylor. Cfr. La ética de la autenticidad, Barcelona: Paidós, 1991.
[3] Sobre el papel que cumple la experiencia personal en el proceso de educación cfr. DEWEY, John; democracia y educación, Madrid: Morata, 1995. En relación al despliegue de las capacidades humanas y su vínculo con la formación se puede ver GADAMER; Verdad y método. Fundamentos para una hermenéutica filosófica, Salamanca: Sígueme, 1977.
Una de las razones por las que Dewey valora la democracia es porque considera que ella permite la participación de la inteligencia en la vida pública. Es decir, la democracia, desde el punto de vista del pragmatismo deweyniano permite que a través de la comunicación los ciudadanos aúnan sus experiencias y sus capacidades para la reflexión en vistas de resolver problemas públicos. Además, el intercambio y la interacción social que la democracia fomenta estimula las capacidades reflexivas de los ciudadanos. Análogamente, en las pequeñas comunidades educativas –las escuelas y los salones de clase- los alumnos pueden desplegar sus capacidades propias cuando se encuentra libres de un régimen que tienda a la coerción.
[4] Agradezco a María Laura Muñoz por sus comentarios respecto al papel del maestro en el proceso de conformación del juicio moral de los estudiantes.

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