"Pensar el Perú en
perspectiva postmoderna”, el subtítulo de libro de José Ignacio López Soria,
denuncia desde el inicio una filiación filosófica que está en debate: la
filiación postmoderna, especialmente la desarrollada por Gianni Vattimo. El uso
del término”postmodernidad” se inserta en una interpretación de la historia de
la filosofía. Al respecto se podría también tener una interpretación distinta,
es decir, se podría pensar en los tiempos actuales como “modernidad tardía”,
tal como Jürgen Habermas lo ha sugerido. En este sentido la opción por la
postmodernidad requiere una justificación.
El “Adiós a
Mariátegui” puede ser leído desde el punto de vista de la historia del
pensamiento ético-político de la modernidad tardía. Esta historia tiene tres
hitos importantes: la Revolución
Francesa, la Revolución Rusa y la caída del Muro de Berlín. La Revolución
Francesa fue una revolución liberal. Allí el liberalismo era un movimiento
progresista que buscaba despercudir a Europa la cultura política de la
aristocracia. Pero la dinámica del capitalismo pudo neutralizar las promesas
emancipatorias de la sociedad burguesa, consolidando un liberalismo económico
que culturalmente se pudo dar la mano con los remanentes de las élites
aristocráticas o permitió la aparición de nuevas élites “aristocráticas”
basadas en el poder del dinero y un liberalismo de derecha.
Frente a esa distorsión en el proceso de
emancipación se produce la revolución rusa.
Ésta cancela de un plumazo el poder de las élites burguesas a fin de
concentrarlo en el partido y en el Estado. Esta concentración del poder se
realizó con la esperanza de democratizar realmente el acceso a los recursos. Se
trataba de cancelar la “decadente” democracia burguesa (en la que conservadores
y liberales perpetúan un status quo injusto) para reemplazarla por una
democracia popular y radical. Sin embargo, en términos políticos, la
transmisión del poder del partido y el Estado a la sociedad igualitaria no se
concretó suficientemente, además de que en la escalada tecnológica y militar el
bloque soviético perdió la competencia frente a las democracias liberales
lideradas por los Estados Unidos de Norteamérica.
Es así que se creyó que después de la caída del Muro
de Berlín (hito que marca el fin de la competencia entre los regímenes
liderados por el Kremlin y los liderados por Washington) se creyó arribas a lo
que Francis Fukuyama, realizando una lectura altamente empobrecida de la
filosofía del derecho de Hegel, denominó
“el fin de la historia”. Este final del devenir político significaría el
imperio perpetuo del sistema capitalista que se encuentra políticamente
representado por el neoliberalismo económico y la derecha liberal.
Sin embargo, la predicción de Fukuyama resultó
errática, y no precisamente porque la clásica izquierda pudiera revertir sus
dificultades, sino por el surgimiento de una izquierda liberal. “Izquierda
liberal”: el término resulta una contradicción para quien no se encuentra
familiarizado con la discusión filosófico política contemporánea. Este
advenimiento ha hecho que los clásicos esquemas de orientación política hagan
eclosión y esta es la razón por la cual vivimos hoy en un mundo político de
desgaste de los mitos revolucionarios. A mi modo de ver, el espectro político
se ha rediseñado en estos términos: contamos con una extrema derecha,
partidaria del antiguo régimen, ultramontana y paleoconservadora. De otro lado
contamos con una derecha liberal, partidaria del libre mercado carente de regulación
y que mira con sospecha tanto la política como la justicia redistributiva. Esta
derecha liberal se encuentra demasiado cómoda adoptando la política cultural de
la derecha paleoconservadora. Un poco más a la izquierda encontramos a la
izquierda liberal, que cree en la libertad de intercambio mercantil y en le
Estado de Derecho, en los Derechos Humanos
y en la justicia social. Algún sector de esta izquierda liberal es denominada gauche
caviar. Esta izquierda es partidaria de la transformación de las estructuras
sociales dentro de los parámetros de la democracia, razón por la cual se trata
de una izquierda reformista. Hacia la extrema izquierda encontramos,
finalmente, la izquierda antidemocrática y antiliberal. Esta izquierda sigue
siendo partidaria de la transformación revolucionaria de las estructuras
sociales.
El Adiós a Mariátegui se inscribe en este proceso de
reconfiguración del pensamiento político. Mariátegui representa el proyecto de
modernización del Perú. Este proyecto incluye un conjunto de perspectivas y
pensadores que son discímiles entre sí pero que se encuentran en la valoración
positiva de la Revolución Francesa, razón por la cual el pensamiento de José de
la Riva-Agüero queda excluido. Por esta
razón este “adiós” no significa un “olvidar”. Se trata de caer en la cuenta de
la necesidad de reconducir el proyecto emancipatorio que se parece haberse
truncado con la caída del Muro de Berlín. Gran parte de los hábitos de
pensamiento generado por los modernizadores nacionales, de los cuales Mariátegui
es una figura emblemática, parecen haber fracasado y es necesario continuar con
el proyecto recurriendo a otros medios. A causa de la eclosión de los
paradigmas políticos anteriores experimentamos cierta desorientación sana, una
perplejidad, que nos impulsa a un proceso de reflexión y exploración en el
pensamiento político. Esta situación, aunque el autor no lo menciona, resulta
ser más valorable que la anterior, en la que se contaban con las supuestas
recetas para la transformación. Considero que en filosofía política es mejor la
incertidumbre orientada por una tenue luz que la certidumbre que surge de una
Verdad esplendorosa. En el siglo XX hemos experimentado lo nefasto que resultan
la “certeza” y la “verdad” en política.
A fin de iniciar esta exploración, José Ignacio
López Soria comienza retratando los discursos de modernización gestados a fines
del siglo XVIII e inicios del XIX. El primero de estos discursos es el de las
libertades, sustentado por abogados y humanistas (filósofos incluidos) que
tiene como medio de articulación la razón y busca el fortalecimiento
institucional.. En segundo es el discurso del bienestar, sustentado por
ingenieros y que tiene como protagonista al hombre emprendedor. Ambos proyectos
asumían el presupuesto de una razón universal que se encuentra tanto en el
individuo detentados de derechos y libertades como en el individuo emprendedor.
Parte importante del fracaso de este tales proyectos se encuentra en el
descrédito que en la cultura contemporánea tiene esa razón universalista
moderna. La pluralidad cultural que se ha hecho notar a lo largo del siglo XX
nos ha conducido a entender que nos encontramos frente a una pluralidad de
racionalidades que han de ser tomadas en cuenta.
Pero este fracaso del proyecto moderno de la razón
universal tiene su correlato político en el fracaso del proyecto de la
construcción de un Estado-Nación. En proceso de independencia del Perú se había
planteado como un proyecto nacional, es decir, que tiene como objeto la
construcción de un Estado nacional. Sin embargo, el Estado-Nación de individuos
racionales y ciudadanos que no cuentan con diferencias culturales ha terminado
siendo un proyecto artificioso en el mundo contemporáneo, y en el Perú actual,
en el que los pueblos han emergido como
reclamo frente al Estado ciego a las diferencias. Ello no significa que sea
necesario desechar el término “Estado”, siempre que se atienda a la pluralidad
que lo habita.
Esto último lleva a nuestro autor reconsiderar las
reflexiones contemporáneas sobre la interculturalidad. Siguiendo las
investigaciones de Will Kymlicka, identifica en el mundo alrededor de 600
grupos de lenguas vivas y más de 5000 grupos étnicos en el mundo. Ello conduce
a una pluralidad de valores morales, que demarca el multiculturalismo. La
multiculturalidad es entendida, para mayor precisión, como la coexistencia de
diversas culturas en un mismo horizonte societal. El problema de la
interculturalidad se resume en la siguiente pregunta: ¿podremos vivir
dignamente juntos siendo diferentes?. Dar una respuesta afirmativa a esta
interrogante constituye una tarea. Pero la valoración de esta pluralidad no
conduce al autor a una retirada neoconservadora que exacerba el encapsulamiento
cultural y el enfrentamiento al estilo Huntinton, sino que la apuesta está puesta en un potencial de racionalidad
constitutiva de la libertad. Se trata de aquella racionalidad que permite
percibir al ser humano como universal particular y concreto, capaz de la
reflexión suficiente como para poder liberarse de prácticas culturales
opresivas de los individuos y que permite el encuentro intercultural. La opción
de López Soria se encuentra, pues, del lado de la valoración de los derechos y
las libertades individuales, de individuos que son constituidos culturalmente y
que tienen capacidad de reflexión subjetiva. Frente a la polémica de los
derechos colectivos, el autor parecería inclinarse hacia aquellos que redunden
necesariamente en la potencialización de los derechos individuales.
Otros temas recorren el conjunto de ensayos que
López Soria nos ha alcanzado en esta oportunidad, como son el dedicado a la
educación y la ciudadanía desde los discursoso modernos, el dedicado a la
crisis de las instituciones de la modernidad,
así como uno dedicado a la utopía, entre otros. Si bien no los comentaré
en esta oportunidad, he de anotar que el libro en su conjunto resulta sugerente
y expresión de un proyecto emacipatorio que ha asumido el reto de pensar la
política después de la caída del Muro de Berlín, cuando parecía que ya no era
necesario pensar la política, puesto que se había pronosticado que lo que
vendría es más de lo mismo. Es en este sentido que las intuciones políticas que
el libro expresa son de carácter liberal, pero se trata de un liberalismo que
procura pensar la pluralidad cultural y el fracaso del proyecto moderno en el
Perú y en el mundo.
1 comentario:
Tardíamente, pero tengo de decir que el comentario que antecede recoge con exactitud tanto la letra como el espíritu de mi "Adiós a Mariátegui".
José Ignacio López Soria
Publicar un comentario