La ética es una reflexión
filosófica respecto de aquello que llamamos “moral”. La moral representa las
exigencias para la conducta que en una determinada tradición, localidad, ciudad,
país o religión plantea a las personas. En este sentido, la moral es lo que las
personas deben hacer, lo que constituye la diferencia entre lo correcto y lo
incorrecto y lo que tiene que ver con la manera en que vale la pena vivir y
orientar su existencia. Pero como no todas las exigencias de la moral que tienen
las personas de una comunidad determinada son consistentes o soportan el examen
crítico, la ética o la llamada filosofía moral, se
hacen necesarias para distinguir las costumbres
de las exigencias que tienen auténtico contenido moral. Este, quizás, ha
sido uno de los aportes más importantes de Sócrates, el filósofo griego del
siglo V a.C. Él señalo que debemos vivir una vida examinada y que debíamos
preguntarnos constantemente, utilizando la razón, de qué manera deberíamos
vivir. Él enseño a la tradición filosófica que una vida sin reflexión no merece
ser vivida
Él
presentó esa exigencia teniendo en cuenta el contexto en el cual vivía, que era
la polis griega de Atenas. Las polis griegas eran pequeñas comunidades
políticas que eran completamente autónomas respecto de su forma de gobierno. Y
en la Atenas en la que Sócrates vivía había una pugna política ente los
partidarios de la aristocracia y los defensores de la democracia. En cuestiones
políticas los aristócratas sostenían que la polis de Atenas debería de
organizarse conforme a las leyes dada por los dioses y conservadas por la
tradición. De acuerdo a estas leyes, consideradas de “derecho natural”, los
aristócratas deberían ocupar cargos públicos y gobernar la polis, mientras que
el resto de las personas deberían ser gobernadas e impedidas de ocupar cargos
de autoridad. Por otra parte, en el campo moral, los aristócratas señalaban que
las pautas morales y la manera en la que uno debe de conducir su vida se
encuentran basadas en las pautas de la tradición, pautas dadas por los dioses. De esta manera, en la aristocracia, las pautas
jurídicas, políticas y morales se encontraban basadas en los preceptos divinos,
cosa que conduce a anular todo tipo de reflexión racional sobre ellas. Si los
dioses lo dicen, uno no debe pedir razones, ni examinar racionalmente, ni
cuestionar. Con ello los aristócratas neutralizaban la reflexión moral.
Si
bien, entre los aristócratas atenienses del siglo V a.C. nos separa más de
veinticinco siglos, en la actualidad seguimos manteniendo su
actitud de pensamiento, actitud que había sido cuestionada por Sócrates y la
tradición filosófica. Muchas personas en nuestra sociedad siguen manteniendo la
creencia de que la moral debe basarse en la religión, y que en países como el
Perú, las pautas morales deben ser la de la religión mayoritaria. O también se
señala que estas exigencias morales deben basarse en la tradición. De esta
manera, defienden la idea de que las pautas morales no deben ser reflexionadas
ni examinadas racionalmente, sino simplemente enseñadas y acatadas bajo la
forma de la llamada “educación en valores”. Esto genera una actitud autoritaria
que busca anular la capacidad de pensar respecto de las pautas morales y busca
relegar o eliminar la educación en el discernimiento y el razonamiento, que era
la propuesta socrática. Esto no quiere decir que los creyentes deben abandonar
sus creencias religiosas para poder ser morales, sino que deben examinarlas
racionalmente y tomar una actitud crítica frente a ellas. Lo mismo sucede con
quienes abrazan una tradición determinada: no es necesario abandonar nuestras
tradiciones para ser morales, sino que debemos asumirlas después de examinarlas
reflexivamente. Si bien, parte de la formación moral de una persona puede tomar
como vehículo la educación religiosa, es necesario que se tome la debida
distancia crítica que permita una
reflexión suficiente respecto de lo que se
está recibiendo. De esta manera, asumir que la moral de deriva, sin más, de la religión o la tradición, no hace
justicia ni a la moral ni a la religión
ni a la tradición. Ahora bien, aquello que sucede con la relación entre moral y
religión o la tradición, también sucede con la relación entre la moral y los
mandatos de una autoridad civil o militar, o las costumbres del lugar. Todas
esas fuentes de orientación de la vida deben ser examinadas racionalmente y sus
mandatos deben someterse a las exigencias de la reflexión crítica suficiente
para que puedan ser asumidas como morales. De no ser así, estaríamos fuera del
campo de la ética o la filosofía moral.
Los
partidarios de la democracia ateniense eran educados por unos personajes que se
llamaban Sofistas. Éstos eran llamados maestros de la virtud política por
excelencia, a saber, la retórica. La retórica es la capacidad de persuadir al
oyente a través de las palabras pero careciendo de conocimiento. De hecho, los sofistas estaban convencidos que
era imposible tener conocimiento de alguna cosa y que lo único que podíamos
hacer era influir psicológicamente en el oyente para que abandonase su opinión
y abrazase la nuestra. En la democracia ateniense la retórica se convirtió en
una herramienta muy importante debido a que en ese régimen político cualquier
ciudadano puede acceder a cargos públicos. La manera en la que se elegían a las
autoridades o se tomaban decisiones políticas importantes era la siguiente: se
reunían los ciudadanos en la plaza pública y se escuchaban las propuestas.
Luego, se pasaba a votar, un ciudadano un voto. Finalmente ganaba el que conseguía
mayor número de votos. Para ello era
indispensable la retórica puesto que había que persuadir a los ciudadanos, pero
no a través del convencimiento razonado sino por medio de la manipulación de
los sentimientos.
Platón
señala en uno de sus textos importantes, el diálogo llamado El Gorgias, dedicado especialmente a la
retórica, que la diferencia entre un médico y un retórico es fundamental. El
médico sabe qué medicina debemos tomar para sanar, pero tal vez no nos convenza
a que la tomemos puesto que puede ser muy amarga o cara, en cambio el Sofista
logra hacerlo aunque no sepa cuál medicina nos puede curar. Y es que mientras
que al médico le interesa el conocimiento al Sofista le interesa sólo el
persuadir. Junto a esto, los Sofistas enseñaron a los demócratas que la moral
era relativa. Aquella concepción de la moral es conocida como “subjetivismo
moral” y señala que las pautas morales dependen de cada persona o sujeto. Esta
manera de pensar la moral asocia las cuestiones morales a las cuestiones de
gustos. De esta manera, así como a Ud. puede preferir el helado de vainilla y
yo el helado de chocolate, igualmente Ud. puede estar de acuerdo con el rechazo
al sufrimiento de los animales mientras que yo podría estar de acuerdo. Lo que
sostienen los Sofistas, y sus alumnos demócratas, que yo no tengo la
posibilidad de presentarle ningún argumento y convencerlo racionalmente de que
debe preferir el helado de chocolate al de vainilla. Del mismo modo, carezco de
ningún argumento para que Ud. apoye mi posición respecto del sufrimiento de los
animales. La conclusión a la que llegan estos personajes es que en cuestiones
morales cada cual “baila con su propio pañuelo”, por decirlo de algún modo. Con
ello señalan que, en cuestiones morales, no es posible argumentar racionalmente.
La
actitud de los Sofistas y los demócratas de la Atenas del siglo V a.C. es relevante para nosotros, porque presentan
una manera de pensar respecto de la moral que está presente en muchos de
nuestros contemporáneos. Hoy en día muchas personas comparten la creencia de
que la moral es relativa a cada cual y que no es posible argumentar nuestras
posiciones morales o defender con razones los motivos de nuestras decisiones y
acciones. Muchos afirman que en cuestiones morales uno no debe meter sus
narices en la vida del otro. Ciertamente, hay que respetar la privacidad de las
personas, pero no quiere decir que entre opciones morales no pueda mediar el
debate razonado.
A
esta altura, se hace necesario hacer una precisión importante. La democracia
ateniense de ese entonces no es igual a los sistemas democráticos actuales. En
aquella democracia, no todos los habitantes eran ciudadanos. Los esclavos, las
mujeres, los niños y los extranjeros no eran ciudadanos. De manera, los
ciudadanos era un puñado de personas. Además, en la plaza pública los
ciudadanos podían tomas todo tipo de decisiones, incluso reducir los derechos y
libertades de un grupo de personas. La democracia ateniense representaba lo que
los críticos de la democracia repiten constantemente: se trataba de la
dictadura de la mayoría sobre la minoría. Las sociedades democráticas
contemporáneas se diferencian de la ateniense en que hoy la esclavitud es
rechazada, las mujeres son ciudadanas de pleno derecho y los extranjeros pueden
adquirir derechos ciudadanos. Incluso, los derechos de los niños se encuentran
protegidos. Pero otro elemento que distingue a las democracias contemporáneas
es que ellas incorporan lo que se conoce como “derechos fundamentales”. Tales
derechos no se encuentran sujetos al debate político, sino que son el piso que
permite el debate político. Por esa razón son llamados “principios pétreos”, es
decir, no negociables. Estos derechos
garantizan las libertades de los ciudadanos como la igualdad civil y moral de
las personas. Y un tercer elemento que distingue a las sociedades democráticas
contemporáneas es que los debates y la toma de decisiones deben basarse en
argumentos. Ciertamente, los políticos demagógicos y populistas pueden
debilitar el debate público, pero es algo que los ciudadanos deben defender
porque de lo contrario sus libertades, derechos y condiciones de vida corren
peligro.
En
el contexto ateniense, los aristócratas y los demócratas desconfiaban de la
argumentación racional. Los aristócratas defendían la idea de seguir ciegamente
las pautas de la tradición y de la religión, mientras que los demócratas
apuntaban a la manipulación emotiva de las personas. Sócrates se enfrenta a
ambos grupos exigiendo que las personas den cuenta de sus opciones morales y políticas
a través de argumentos. Mientras que los aristócratas y demócratas
neutralizaban la capacidad de pensar respecto de las decisiones morales y
políticas, Sócrates apuntaba a despertar esa capacidad de pensar, de tomar
decisiones morales y políticas razonadas y basadas en la información relevante.
La ética, o también llamada filosofía moral hunde sus raíces en la actitud de
Sócrates. De esta manera, para la filosofía moral es claro que uno debe conducir su vida no
siguiendo ciegamente las pautas de la religión, o de la tradición o de las
costumbres o las autoridades, sino que debe exigirse conducirse de manera
razonada, pensando y utilizando su cabeza y la razón como principio de
discernimiento moral. Esto no supone que deba rechazar su religión o tradición,
sino que debe de asumirlas de manera reflexiva y dejar fuera lo que no soporta
el examen razonado.
Una
vez que hemos visto con claridad lo importante del discernimiento basado en el
razonamiento para nuestra vida moral, podemos ver dos elementos que son
importantes en la experiencia moral: los problemas y los dilemas morales. Un problema moral aparece cuando tenemos en
claro qué es lo moralmente correcto, pero, sin embargo vemos que se hace lo
contrario. Un ejemplo de problema moral es el caso de una persona que realiza
tráfico de influencias, o un funcionario público que recibe una coima, o
cualquier otra forma de corrupción. O aparece cuando alguien dice una mentira.
Queda claro que esas conductas son inmorales
y lo que hay que hacer es corregir esas
conductas.
En
cambio, un dilema moral es una situación en la que es imposible determinar qué
es lo que uno debe hacer frente a dos o más alternativas, y cuando se actúa
siguiendo una de las alternativas se está actuando mal en un sentido. Un ejemplo
de dilema es la situación – planteada por Jean Paul Sartre - de aquella persona, en la Francia de los años
40, que se encuentra con dos exigencias morales contrapuestas. La primera es
defender a su patria frente a la ocupación Nazi, mientras que la segunda es
permanecer en casa al cuidado de su madre gravemente enferma. En esta situación
moral la persona se encuentra entre dos exigencias morales legítimas pero
contrapuestas, de tal manera que tome la decisión que tome, irá siempre contra
una exigencia moral. Los dilemas morales exigen más de nuestras capacidad de
razonar y nunca tienen una solución satisfactoria. Los casos de dilemas morales
ponen a fuego nuestra comprensión de lo que es la ética y nuestra capacidad de
discernir.