lunes, 25 de agosto de 2014

VISIÓN DE LA ÉTICA

La ética es una reflexión filosófica respecto de aquello que llamamos “moral”. La moral representa las exigencias para la conducta que en una determinada tradición, localidad, ciudad, país o religión plantea a las personas. En este sentido, la moral es lo que las personas deben hacer, lo que constituye la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto y lo que tiene que ver con la manera en que vale la pena vivir y orientar su existencia. Pero como no todas las exigencias de la moral que tienen las personas de una comunidad determinada son consistentes o soportan el examen crítico, la ética o la llamada filosofía moral,  se hacen necesarias para distinguir las costumbres  de las exigencias que tienen auténtico contenido moral. Este, quizás, ha sido uno de los aportes más importantes de Sócrates, el filósofo griego del siglo V a.C. Él señalo que debemos vivir una vida examinada y que debíamos preguntarnos constantemente, utilizando la razón, de qué manera deberíamos vivir. Él enseño a la tradición filosófica que una vida sin reflexión no merece ser vivida

Él presentó esa exigencia teniendo en cuenta el contexto en el cual vivía, que era la polis griega de Atenas. Las polis griegas eran pequeñas comunidades políticas que eran completamente autónomas respecto de su forma de gobierno. Y en la Atenas en la que Sócrates vivía había una pugna política ente los partidarios de la aristocracia y los defensores de la democracia. En cuestiones políticas los aristócratas sostenían que la polis de Atenas debería de organizarse conforme a las leyes dada por los dioses y conservadas por la tradición. De acuerdo a estas leyes, consideradas de “derecho natural”, los aristócratas deberían ocupar cargos públicos y gobernar la polis, mientras que el resto de las personas deberían ser gobernadas e impedidas de ocupar cargos de autoridad. Por otra parte, en el campo moral, los aristócratas señalaban que las pautas morales y la manera en la que uno debe de conducir su vida se encuentran basadas en las pautas de la tradición, pautas dadas por los dioses.  De esta manera, en la aristocracia, las pautas jurídicas, políticas y morales se encontraban basadas en los preceptos divinos, cosa que conduce a anular todo tipo de reflexión racional sobre ellas. Si los dioses lo dicen, uno no debe pedir razones, ni examinar racionalmente, ni cuestionar. Con ello los aristócratas neutralizaban la reflexión moral.

Si bien, entre los aristócratas atenienses del siglo V a.C. nos separa más de veinticinco siglos,   en la actualidad seguimos manteniendo su actitud de pensamiento, actitud que había sido cuestionada por Sócrates y la tradición filosófica. Muchas personas en nuestra sociedad siguen manteniendo la creencia de que la moral debe basarse en la religión, y que en países como el Perú, las pautas morales deben ser la de la religión mayoritaria. O también se señala que estas exigencias morales deben basarse en la tradición. De esta manera, defienden la idea de que las pautas morales no deben ser reflexionadas ni examinadas racionalmente, sino simplemente enseñadas y acatadas bajo la forma de la llamada “educación en valores”. Esto genera una actitud autoritaria que busca anular la capacidad de pensar respecto de las pautas morales y busca relegar o eliminar la educación en el discernimiento y el razonamiento, que era la propuesta socrática. Esto no quiere decir que los creyentes deben abandonar sus creencias religiosas para poder ser morales, sino que deben examinarlas racionalmente y tomar una actitud crítica frente a ellas. Lo mismo sucede con quienes abrazan una tradición determinada: no es necesario abandonar nuestras tradiciones para ser morales, sino que debemos asumirlas después de examinarlas reflexivamente. Si bien, parte de la formación moral de una persona puede tomar como vehículo la educación religiosa, es necesario que se tome la debida distancia crítica  que permita una reflexión suficiente respecto de lo que se  está recibiendo. De esta manera, asumir que la moral de deriva, sin  más, de la religión o la tradición, no hace justicia ni a la moral  ni a la religión ni a la tradición. Ahora bien, aquello que sucede con la relación entre moral y religión o la tradición, también sucede con la relación entre la moral y los mandatos de una autoridad civil o militar, o las costumbres del lugar. Todas esas fuentes de orientación de la vida deben ser examinadas racionalmente y sus mandatos deben someterse a las exigencias de la reflexión crítica suficiente para que puedan ser asumidas como morales. De no ser así, estaríamos fuera del campo de la ética o la filosofía moral.

Los partidarios de la democracia ateniense eran educados por unos personajes que se llamaban Sofistas. Éstos eran llamados maestros de la virtud política por excelencia, a saber, la retórica. La retórica es la capacidad de persuadir al oyente a través de las palabras pero careciendo de conocimiento.  De hecho, los sofistas estaban convencidos que era imposible tener conocimiento de alguna cosa y que lo único que podíamos hacer era influir psicológicamente en el oyente para que abandonase su opinión y abrazase la nuestra. En la democracia ateniense la retórica se convirtió en una herramienta muy importante debido a que en ese régimen político cualquier ciudadano puede acceder a cargos públicos. La manera en la que se elegían a las autoridades o se tomaban decisiones políticas importantes era la siguiente: se reunían los ciudadanos en la plaza pública y se escuchaban las propuestas. Luego, se pasaba a votar, un ciudadano un voto. Finalmente ganaba el que conseguía mayor número de votos.  Para ello era indispensable la retórica puesto que había que persuadir a los ciudadanos, pero no a través del convencimiento razonado sino por medio de la manipulación de los sentimientos.

Platón señala en uno de sus textos importantes, el diálogo llamado El Gorgias, dedicado especialmente a la retórica, que la diferencia entre un médico y un retórico es fundamental. El médico sabe qué medicina debemos tomar para sanar, pero tal vez no nos convenza a que la tomemos puesto que puede ser muy amarga o cara, en cambio el Sofista logra hacerlo aunque no sepa cuál medicina nos puede curar. Y es que mientras que al médico le interesa el conocimiento al Sofista le interesa sólo el persuadir. Junto a esto, los Sofistas enseñaron a los demócratas que la moral era relativa. Aquella concepción de la moral es conocida como “subjetivismo moral” y señala que las pautas morales dependen de cada persona o sujeto. Esta manera de pensar la moral asocia las cuestiones morales a las cuestiones de gustos. De esta manera, así como a Ud. puede preferir el helado de vainilla y yo el helado de chocolate, igualmente Ud. puede estar de acuerdo con el rechazo al sufrimiento de los animales mientras que yo podría estar de acuerdo. Lo que sostienen los Sofistas, y sus alumnos demócratas, que yo no tengo la posibilidad de presentarle ningún argumento y convencerlo racionalmente de que debe preferir el helado de chocolate al de vainilla. Del mismo modo, carezco de ningún argumento para que Ud. apoye mi posición respecto del sufrimiento de los animales. La conclusión a la que llegan estos personajes es que en cuestiones morales cada cual “baila con su propio pañuelo”, por decirlo de algún modo. Con ello señalan que, en cuestiones morales, no es posible argumentar racionalmente.

La actitud de los Sofistas y los demócratas de la Atenas del siglo V a.C.  es relevante para nosotros, porque presentan una manera de pensar respecto de la moral que está presente en muchos de nuestros contemporáneos. Hoy en día muchas personas comparten la creencia de que la moral es relativa a cada cual y que no es posible argumentar nuestras posiciones morales o defender con razones los motivos de nuestras decisiones y acciones. Muchos afirman que en cuestiones morales uno no debe meter sus narices en la vida del otro. Ciertamente, hay que respetar la privacidad de las personas, pero no quiere decir que entre opciones morales no pueda mediar el debate razonado.

A esta altura, se hace necesario hacer una precisión importante. La democracia ateniense de ese entonces no es igual a los sistemas democráticos actuales. En aquella democracia, no todos los habitantes eran ciudadanos. Los esclavos, las mujeres, los niños y los extranjeros no eran ciudadanos. De manera, los ciudadanos era un puñado de personas. Además, en la plaza pública los ciudadanos podían tomas todo tipo de decisiones, incluso reducir los derechos y libertades de un grupo de personas. La democracia ateniense representaba lo que los críticos de la democracia repiten constantemente: se trataba de la dictadura de la mayoría sobre la minoría. Las sociedades democráticas contemporáneas se diferencian de la ateniense en que hoy la esclavitud es rechazada, las mujeres son ciudadanas de pleno derecho y los extranjeros pueden adquirir derechos ciudadanos. Incluso, los derechos de los niños se encuentran protegidos. Pero otro elemento que distingue a las democracias contemporáneas es que ellas incorporan lo que se conoce como “derechos fundamentales”. Tales derechos no se encuentran sujetos al debate político, sino que son el piso que permite el debate político. Por esa razón son llamados “principios pétreos”, es decir, no negociables.  Estos derechos garantizan las libertades de los ciudadanos como la igualdad civil y moral de las personas. Y un tercer elemento que distingue a las sociedades democráticas contemporáneas es que los debates y la toma de decisiones deben basarse en argumentos. Ciertamente, los políticos demagógicos y populistas pueden debilitar el debate público, pero es algo que los ciudadanos deben defender porque de lo contrario sus libertades, derechos y condiciones de vida corren peligro.

En el contexto ateniense, los aristócratas y los demócratas desconfiaban de la argumentación racional. Los aristócratas defendían la idea de seguir ciegamente las pautas de la tradición y de la religión, mientras que los demócratas apuntaban a la manipulación emotiva de las personas. Sócrates se enfrenta a ambos grupos exigiendo que las personas den cuenta de sus opciones morales y políticas a través de argumentos. Mientras que los aristócratas y demócratas neutralizaban la capacidad de pensar respecto de las decisiones morales y políticas, Sócrates apuntaba a despertar esa capacidad de pensar, de tomar decisiones morales y políticas razonadas y basadas en la información relevante. La ética, o también llamada filosofía moral hunde sus raíces en la actitud de Sócrates. De esta manera, para la filosofía moral  es claro que uno debe conducir su vida no siguiendo ciegamente las pautas de la religión, o de la tradición o de las costumbres o las autoridades, sino que debe exigirse conducirse de manera razonada, pensando y utilizando su cabeza y la razón como principio de discernimiento moral. Esto no supone que deba rechazar su religión o tradición, sino que debe de asumirlas de manera reflexiva y dejar fuera lo que no soporta el examen razonado.

Una vez que hemos visto con claridad lo importante del discernimiento basado en el razonamiento para nuestra vida moral, podemos ver dos elementos que son importantes en la experiencia moral: los problemas y los dilemas morales.  Un problema moral aparece cuando tenemos en claro qué es lo moralmente correcto, pero, sin embargo vemos que se hace lo contrario. Un ejemplo de problema moral es el caso de una persona que realiza tráfico de influencias, o un funcionario público que recibe una coima, o cualquier otra forma de corrupción. O aparece cuando alguien dice una mentira. Queda claro que esas conductas son  inmorales y   lo que hay que hacer es corregir esas conductas.


En cambio, un dilema moral es una situación en la que es imposible determinar qué es lo que uno debe hacer frente a dos o más alternativas, y cuando se actúa siguiendo una de las alternativas se está actuando mal en un sentido. Un ejemplo de dilema es la situación – planteada por Jean Paul Sartre -  de aquella persona, en la Francia de los años 40, que se encuentra con dos exigencias morales contrapuestas. La primera es defender a su patria frente a la ocupación Nazi, mientras que la segunda es permanecer en casa al cuidado de su madre gravemente enferma. En esta situación moral la persona se encuentra entre dos exigencias morales legítimas pero contrapuestas, de tal manera que tome la decisión que tome, irá siempre contra una exigencia moral. Los dilemas morales exigen más de nuestras capacidad de razonar y nunca tienen una solución satisfactoria. Los casos de dilemas morales ponen a fuego nuestra comprensión de lo que es la ética y nuestra capacidad de discernir.   

No hay comentarios: