Una de las ideas centrales de nuestras sociedades
democráticas es aquella que señala que las personas tiene algo que llamamos
dignidad. La dignidad distingue a las personas de las cosas de una manera
radical. Una cosa puede ser utilizada como un instrumento o un medio para que
podamos conseguir nuestras metas u objetivos. Por ejemplo, un lapicero puede
ser utilizado sin ningún problema para escribir sobre una hoja de papel, o
puedo desechar la hoja si me parece adecuado. En cambio, las personas nunca pueden
ser utilizadas como un medio o instrumento para conseguir mis fines. La
dignidad cubre de un halo sagrado – por decirlo de alguna manera – a las
personas.
Esta
idea de la dignidad es una intuición profunda de nuestro mundo moderno y contemporáneo
que se basa en la constitución de una sociedad democrática en la cual las
personas son entendidas como ciudadanos que son iguales ante la ley y son
libres. La idea de dignidad puede encontrar muchos intentos de justificación.
Por ejemplo, el filósofo alemán Immanuel Kant señalaba que ésta se funda en el
hecho de que las personas, como seres racionales, son capaces de producir las
exigencias morales de manera completamente autónoma. El cristianismo sostiene
que, por el hecho de ser hijos de Dios todos somos dignos. Y pensadores
contemporáneos sostienen que la dignidad se deriva del hecho de que el ser
humano es un ser sensible, capaz de sufrir dolor físico y psíquico. Podríamos decir que todos razones son
diferentes maneras metafóricas que apuntan a que, en nuestro mundo, nosotros
consideramos que hay algo de inviolable en todo ser humano.
Tal
vez, la mejor manera de entender lo que significa la dignidad sea tener presente
el proceso histórico que puso esa idea en el centro de nuestras consideraciones
más importantes. En el mundo anterior al advenimiento de la sociedad moderna,
las personas no gozaban de una consideración moral igualitaria. En la sociedad
medieval las personas se encontraban, más bien, divididas en dos grupos o
castas, división que tenía implicancias morales, sociales y políticas
profundas. Una pequeña élite, formada
por nobles, reyes y sacerdotes, era la que
gobernaba la sociedad. En cambio, la gran multitud, eran considerados plebeyos
y constituían el pueblo llano, el cual era políticamente insignificante.
Esta élite, constituida por los
nobles y sacerdotes, tenía derechos y prerrogativas especiales que se justificaban por su supuesto contacto con lo
sagrado. Ellos estaban más próximos al mundo sacro que Dios había constituido. Políticamente hablando, eran los destinados a
gobernar; socialmente hablando, gozaban del prestigio social por el sólo hecho
de haber nacido en una familia noble o ser sacerdotes; y en lo referente a lo
moral, gozaban de consideraciones especiales que podemos resumir con el término
“honor”. De esta manera, la sociedad
medieval otorgaba títulos honoríficos a grupos reducidos de personas por el
hecho de que ellas pertenecían a familias nobles. El lenguaje moral de honor
estás vinculado a términos como “príncipes”, “duques”, condes”, etc. Lo propio
de ese lenguaje es que el honor es algo que debe repartirse sólo a un grupo
pequeño porque, de lo contrario, perdería su sentido. Un ejemplo que podría
aclarar esto es el siguiente. El Estado peruano tiene un título honorífico, la “Orden
del Sol”, que se entrega a personas que
destacan de manera especial por su trayectoria. Si el Estado repartiese ese
título a todas las personas de manera indiscriminada, éste perdería su sentido.
Los
títulos honoríficos de representan reconocimientos que la sociedad medieval entregaba
a algunas personas por su adscripción social. Pero son el surgimiento de la
sociedad democrática moderna se disuelven la distinción entre nobles y plebeyos,
y por lo tanto los términos honoríficos basados en el nacimiento o en lo
sagrado pierden su significado completamente. Esto hace que las formas de
reconocimiento anteriores colapsen y que se tenga que buscar nuevas formas para
expresar la consideración que se da a todos los ciudadanos por igual dentro de
la democracia. Es por ello que se pasó del lenguaje del honor al lenguaje de la
dignidad igualitaria. Este nuevo lenguaje se basa en la idea de que todas las personas
merecen el mismo reconocimiento y consideración. Por ello se ha reemplazado
términos como “duque” y “conde” por el de Sr., Sra. y Srta. En nuestro mundo actual todas las
personas son tratadas con los mismos términos de reconocimiento en virtud de
que todos son dignos por igual.
La
idea moral de dignidad tiene consecuencias políticas y sociales claras. En
términos políticos, la dignidad se expresa en el hecho de que el Estado
considera a todos los ciudadanos como libres e iguales ante la ley, y tienen
los mismos deberes y responsabilidades. Pero no debemos olvidas dos cosas. La
primera es que la base de ese reconocimiento legal y político tiene como base la
idea moral de dignidad. Y la segunda es que la idea moral de dignidad es fruto
de un proceso histórico de aprendizaje social y cultural. Pero la igualdad en
derechos y libertades no significa la homogenización de las personas dentro de
la sociedad. Éstas son diferentes en muchos aspectos. Pero hay dos aspectos
relevantes para nuestra reflexión. En primer lugar, existen desigualdades sociales que son fruto
del poder que unos tiene sobre otros por sus posiciones en el mercado, o por
pertenecer a culturas discriminadas, o por hablar una lengua de poco prestigio
social, o tener alguna discapacidad física o mental. Es por ello que el Estado
debe tener políticas públicas en beneficio de los menos favorecidos. En segundo
lugar, los ciudadanos son diferentes puesto que abrazan diferentes creencias
religiosas y laicas, o tienen diferentes culturas. En este segundo sentido, es
necesario que el Estado tenga en cuenta el pluralismo de la sociedad.
Por
pluralismo se entiende el que en una sociedad democrática convivan diferentes
grupos que tienen visiones de la vida
diferentes pero que acepten las presencia de las demás. La tolerancia
entre los grupos diferentes hace que en
la sociedad exista un pluralismo razonable.
Claro está, la tolerancia no debe ser absoluta, sino que debe tratarse de una
tolerancia razonable. Ésta consiste en
aceptar la convivencia entre grupos que no tienen como propósito eliminar la
pluralidad de la sociedad. Si algún grupo intenta llegar al poder político para
eliminar a quienes no piensan como él (como era el caso de Sendero Luminoso),
dicho grupo no es razonable, y no debe ser tolerado en una sociedad democrática.
De
esta manera, podemos ver que la ciudadanía democrática tiene dos caras. La
primera es el reconocimiento de la libertad y la igualdad ante la ley, mientras
que la segunda es el reconocimiento de la pluralidad razonable. La primera cara
enfatiza los sentidos relevantes en los que la igualdad entre los ciudadanos y
la segunda subraya aquellos aspectos en que el reconocimiento de las
diferencias son importantes; todo ello en aras de hacer valer la dignidad de
las personas. Es por ello que las leyes reconocen ambos aspectos.
Ahora
bien, cada grupo, cultura o religión dentro de la sociedad tiene sus propios
valores. Pero, respecto de esto hay que tener en cuenta tres cosas que son muy
importantes. El primero es que la dignidad sirve como un principio moral
fundamental que sirve para organizar los valores que los miembros de un grupo
tengan y para discernir entre ellos. El segundo, es que tales valores son
valores privados o domésticos, en el sentido que son válidos sólo dentro del grupo, pero no
pueden usarse para organizar la sociedad en su conjunto. El tercero es que la
sociedad democrática se organiza sobre la base de valores públicos como el de
la tolerancia razonable, los derechos fundamentales, la igualdad de respeto, el
rechazo de la esclavitud, entre otros. Estos valores públicos son el foco de un
acuerdo político básico entre los diferentes grupos dentro de la democracia. De
esta manera, los valores públicos ponen condiciones y limitaciones a los
valores privados o domésticos. En virtud de esta condición limitativa, los
grupos no pueden alegar el que tiene ciertos valores que exigen a sus miembros
someterse a maltrato físico, a esclavitud o a persecución por sus ideas.
La
idea de que los valores públicos son el foco del acuerdo social básico trae consigo
la exigencia de que los ciudadanos deben de cooperar en el funcionamiento de la
sociedad democrática. Es por ello que los ciudadanos deben participar en la
fiscalización del ejercicio del poder político, estando al tanto de las
acciones del gobierno y del funcionamiento del Estado. En este sentido, los
ciudadanos no pueden refugiarse en sus negocios y asuntos particulares, sino
que deben de velar porque las cuestiones públicas funcionen. De otro modo, se
arriesgan a que su vida privada sufra limitaciones en sus libertades y pierda
calidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario