domingo, 16 de marzo de 2014

Entre la hermenéutica y el neotomismo. El problema del pensamiento moral cristiano (última parte)



2.-Libertad, hermenéutica y neotomismo.

El Concilio Vaticano II significó un aggornamento para la doctrina moral de la Iglesia al colocar a la libertad humana en el centro de su concepción moral y al poner a la Iglesia misma en una disposición de diálogo, apertura y comprensión del mundo contemporáneo.  Pero ciertas tendencias insisten en dar marcha atrás ante las aspiraciones del Concilio. El Catecismo Romano, por ejemplo, acude a Aquino con el objeto de equilibrar el progresismo que aparece en el Concilio, en especial en el texto de Gaudium et Spes.  El resultado es, tal vez sin darse cuenta, la  neutralización de las fuerzas progresistas que brotaban de Vaticano II. Esta neutralización comienza a ejercerse con mayor fuerza durante las décadas de los años 80 y los 90.
El referente que esta hola restauracionista va a seguir sigue siendo León XIII, esta vez su encíclica Libertas praestantissimum. La versión restauracionista que hereda el neotomismo de León XIII trata el tema moral enfrentándose a ciertos fenómenos de la sociedad contemporánea. Desde esta perspectiva el escepticismo y el relativismo se muestran en las exigencias nefastas de libertad y autonomía que aparecen en la sociedades contemporáneas y generan el fenómeno del pluralismo moral. Estas corrientes infectarían no sólo la sociedad sino también a la misma Iglesia en la cual aparecen ciertos sectores –no se precisa cuales- que deforman las enseñanzas morales.  Esto se manifiesta como dudas y objeciones de orden humano, psicológico, social, cultural, religioso y teológico sobre las enseñanzas morales de la Iglesia. Estos sectores partirían – señalan los neotomistas - de ciertas concepciones antropológicas y éticas que ponen en tela de juicio de modo global y sistemático el patrimonio moral de la Iglesia, y establecen el divorcio  entre libertad y Verdad.
La libertad humana, y su relación con la ley,  se presenta como un serio problema para quienes detentan esta perspectiva restauracionista, pues se ven obligado (en nombre del neotomismo) a contrarrestar  o matizar los espacios que Vaticano II abrió a las libertades humanas. Vaticano II fue un paladín de la libertad del hombre y de los derechos humanos. Del Concilio brota la idea de que existe una correspondencia entre libertad y dignidad de la persona humana. Este  movimiento de restauración, en cambio, procura amenguar ciertas evoluciones de la libertad humana que no se condicen con la “naturaleza humana”, tal vez sin percatarse que con ello no está reforzando las aspiraciones del Concilio. Este movimiento reaccionario tendría por objetivo  advertir contra las supuestas  “hipervaloraciones” de la libertad. Estas “inflaciones de la libertad” se describen allí como el fenómeno por medio del cual se le confía a los hombres la tarea de crearse por sí mismos los valores que dan sentido a la vida humana, sin referencia a la “Verdad”..
Esta apertura ante la libertad sería la causa de la crisis en la sociedad. Frente a esta supuesta crisis se sostiene la urgente necesidad de reestablecer la relación directa entre la libertad y la Verdad.  Así, sólo una correcta captación de la Verdad, entendida en términos metafísicos, permitiría la vivencia de una adecuada libertad. Sobre la base de esta supuesta conexión se pretenden señalar las correcciones que desde la Verdad se deben hacer a las prácticas morales de las personas contemporáneas.
Quienes así argumentan suelen asociar la libertad con lo la “cultura narcisista” a la que ya hicimos referencia. Los participantes y defensores de la cultura narcisista  sostienen la idea de que no son necesarios  el establecimiento de lazos de solidaridad y tampoco de un encuentro dialógica entre las personas. El partidario de la cultura narcisista aboga por una sociedad atomizada en la cual cada individuo decida por su propia cuenta, sin referencia a los otros, lo que le conviene hacer para sus asuntos privados. En esta cultura los individuos consideran que los valores morales son como los gustos. Así, si a alguien le gusta tal tipo de comida o de música, no tendría, en principio, porqué dar razones a otro sobre sus preferencias. Lo mismo sucedería con las cuestiones morales. El partidario de la cultura narcisista sostiene que sobre las opciones morales no hay posibilidad de diálogo y debate, pues éstos son como los gustos. Si yo considero que algo es bueno –diría el partidario de la cultura narcisista – no tengo porqué darle explicaciones a otros que consideran como bueno cosas distintas.
Los partidarios del neotomismo no diferencian suficientemente esa cultura narcisista de una cultura donde haya una libertad más plena y que sea compatible con el diálogo y la intersubjetividad.  Una cultura de la libertad y del reconocimiento supone lazos de solidaridad y encuentro entre las personas. Supone, además, un diálogo a través del cual vamos articulando nuestras intuiciones morales. El pluralismo moral, es decir, la pluralidad de opciones de vida, no es entendido, en esta cultura de la libertad y del reconocimiento, como el abandono del diálogo y la racionalidad. Todo lo contrario, cada cual puede explicar y hacer valer las razones de sus opciones de vida, a través del diálogo. Es más, por medio del encuentro dialógico se van constituyendo valores y bienes comunes y compartidos. El diálogo nos hace libres y solidarios.
El neotomismo asocia la ley moral cristiana con el sistema moral de Aquino. Así se supone que hay una “la ley natural está inscrita y grabada en el ánimo de todos los hombres y de cada hombre, ya que no es otra cosa que la misma razón humana que nos manda a hacer el bien y nos intima a no pecar”. Además se refiere a una razón más alta, que sería la del legislador divino. “Tal prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz e intérprete de una razón más alta, a la que nuestro espíritu y libertad deben estar sometidos”[1].
Así, desde el neotomismo, la fuerza de la ley reside en la autoridad de imponer unos deberes, otorgar unos derechos y sancionar ciertos comportamientos.  “Ahora bien –señala León XIII-, todo esto no podría darse en el hombre si fuese él mismo quien, como legislado supremo, se diera la norma de sus acciones. De ello se deduce que la ley natural es la misma ley eterna, insita en los seres dotados de razón, que los inclina en acto y al fin que les conviene; es la misma razón eterna del Creador y gobernador del universo”[2].
El lenguaje de “ley eterna”, “ley natural”, “ley  humana”, “en acto” y “al fin” es inequívocamente extraído de la filosofía neotomista. También de estas concepciones extrae el lugar que ocupa la autoridad al momento de imponer unos deberes, otorgar unos derechos y sancionar unos comportamientos. Es decir, es de origen neotomista la concepción de los seres humanos como menores de edad a quiénes la autoridad tiene que prescribirles normas y deberes. Es propia de esa misma concepción la idea de que la ley en inmutable y que viene completamente de fuera, de un ámbito totalmente ajeno de las experiencias y las concreciones de la vida humana. Este lenguaje moral no permite comprender y atender las necesidades de las personas en la sociedad contemporánea.


3.- La fe y la Verdad

            La pregunta que uno podría legítimamente hacerse es si una moral que es prescriptiva y que depende tanto de un realismo metafísico se puede encontrar armoniosamente con las intuiciones sociales que encontramos tan valiosas y que brotan del espíritu del Concilio. Se ha intentado incorporar en el Magisterio los frutos de la práctica de una Iglesia que se ha comprometido de manera especial con la suerte de los pobres y con promoción de las libertades humanas, pero dicho esfuerzo no encuentra apoyo alguno por parte de categorías morales que se están empleando. Es por ello que sugerimos que se piense seriamente en reemplazar el netomismo por la hermenéutica al momento de tratar de plantear problemas filosóficos y morales.
            Tal vez si la Iglesia tomara más en serio la hermenéutica, ello permitiría conjugar de mejor manera las intuiciones sociales y morales del cristianismo. Un mayor acercamiento a la hermenéutica sería muy liberadora para la misma Iglesia. Tomar un poco más de distancia del neotomismo y de aquellas angustias que le genera la idea de la Verdad objetiva y cientificista podrían resultar muy provechosas. Tenemos que tomar distancia de las pretensiones de hacer de la fe un objeto de conocimiento científico, porque tales pretensiones nos pueden conducir a un dogmatismo innecesario e intolerante contrario a la caridad. Los católicos tenemos que dejar atrás los momentos en que nos entendíamos en disputa y en combate con las ciencias. La fe no nos exige en ningún momento una demostración científica, no necesita convertirse en un pálido reflejo de la verdad.
            La intuición que debe guiar nuestra acción es la fidelidad a Vaticano II,  su camino y  sus promesas. Una perspectiva  dialogal y abierta va a permitirle a la Iglesia ir realizando las aspiraciones sociales y morales que brotan del Concilio. Es decir, una transformación en nuestras concepciones filosóficas va a permitir que estas aspiraciones, la opción por la persona del pobre y la promoción de las libertades humanas, tomen su verdadero valor entre nosotros.



[1] León XIII, Libertas praestantissimum.
[2] Ibíd.

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