En varios sectores de la
Iglesia el pensamiento moral cristiano contemporáneo se encuentra
en una desgarradora tensión entre sus aspiraciones respecto de la justicia
social y sus concepciones morales. Esta
tensión coloca a los católicos muchas veces en una situación paradójica y,
hasta cierto punto, triste. Se hayan abogando por un mundo más justo, en el
cual las injusticias sociales, los agravios contra los seres humanos, la violación de los derechos humanos, la
marginación y la exclusión social sean suprimidos. Pero al mismo tiempo se
encuentran defendiendo posiciones morales que restan alcance a las aspiraciones
sociales que son tan apreciables.
Estas posiciones morales abogan por una rigidez normativa
que tiende a ampliar el elenco de “conductas moralmente no tolerables” y de
“creencias condenables”. Así que sectores católicos, mientras de un lado se comprometen con el fomento de
una cultura de los derechos humanos, de otro lado insisten en inmiscuirse en la
vida de fieles y no fieles para levantarles cada vez más prohibiciones y
restricciones a sus acciones, y e inmiscuirse en sus conciencias para decirles
qué deben de creer y qué concepciones de la vida deben abrazar.
Esta tensión se agrava
aún más en situaciones socioculturales como las que viven las sociedades
contemporáneas, marcadas por las exigencias y desafíos que surgen del
pluralismo cultural y el reconocimiento de las identidades. Los nuevos desafíos
que el mundo de hoy coloca en la agenda social problemas de reconocimiento que
exige que lo que tradicionalmente era comprendido como un asunto exclusivamente
moral, ahora es una cuestión social que reclama una discusión pública. Esto
sucede de modo especial con el caso del reconocimiento de las identidades de
las personas, es decir, la valoración de las maneras que tiene las personas de
comprenderse a sí mismas y comprender su inserción en el tejido social. Así,
aquellos sectores sociales que han sido condenados y marginados desde una rígida moral tradicionalista hoy en
día exigen el reconocimiento de sus derechos[1].
El desgarro en el
pensamiento moral cristiano que señalo tiene su clara manifestación en el
desencuentro que existe entre las inspiraciones que se dieron en el Concilio
Vaticano II y los intentos de reivindicar al neotomismo como la única matriz
válida para el pensamiento cristiano. En el Concilio lo que encontramos es la
voluntad de la Iglesia
de abrirse al mundo para dialogar con él y buscar la mejor manera de
comprenderlo. De allí surge la conciencia en la Iglesia de que sólo podrá
ser testimonio de Cristo si es que comprende y acompaña a la sociedad
contemporánea en sus alegrías, esperanzar y sufrimientos. De modo que se ponen
de relieve el reconocimiento de la libertad y la dignidad de las personas.
Sin embargo los años
posteriores a Vaticano II, y con más fuerza desde los años 90, se ha visto la
presencia de una reedición del
pensamiento neotomista que, en un sentido contrario al espíritu del
Concilio, pone el acento en una Verdad metafísica desde la cual se intenta
poner a raya las libertades y la dignidad de las personas. Esto significa un
serio problema para el pensamiento moral cristiano. Si se quiere seguir con la
apuesta de Vaticano II por la apertura, el diálogo, la comprensión y
acompañamiento de la sociedad contemporánea, mal se haría en confiar sus
concepciones morales a una reedición del pensamiento de Santo Tomás de Aquino,
reedición que no hace más que restringir los alcances de las aspiraciones del
Concilio. En lugar de tomar al
neotomisto como matriz filosófica, la Iglesia podría ampliar su espectro filosófico y
tener más en cuenta la hermenéutica filosófica, que resulta ser una herramienta
que da la posibilidad de comprender mejor al mundo y de entrar en diálogo con
él.
En lo que sigue
analizaré los principales problemas teóricos que trae el comprometerse con el
neotomismo visto en contraste a la hermenéutica (1),para seguidamente presentar
las consecuencias que éstos tiene para el pensamiento moral en ciertos sectores
de la Iglesia
(3). Finalmente presentaremos algunas conclusiones (3).
[1] En
realidad, este movimiento lucha por reconocimientos de derechos de sectores
“moralmente signados” no es reciente. Lo mismo sucedió con los esclavos –a
quienes se les creía así por que ese era el designo de Dios- o con los
indígenas de América, a quienes se les
creía creados por Dios como carentes de alma humana, o a las mujeres, de
quienes se decía que era un mandato de Dios el que se encuentren sometidas a
sus maridos y no participen de la esfera publica.
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