domingo, 9 de marzo de 2014

Entre la hermenéutica y el neotomismo.El problema del pensamiento moral cristiano. (Segunda parte).

1.- Creencia, hermenéutica y neotomismo.

Los reeditores contemporáneos del neotomismo han realizado intentos fallidos por renovar la vigencia de la metafísica de Aquino tratando de articularla con la hermenéutica filosófica o con la fenomenología. Este intento de reciclaje del neotomismo fracasa rotundamente por varios motivos. Uno de ellos es que sus mentores introducen una confusión determinante entre los conceptos epistémicos de “conocimiento”(o saber) y “creencia”.
Esta confusión aparece cuando se afirma, siguiendo a Tomás de Aquino, que la fe y la razón son dos alas que nos conducen a la Verdad. Con ello lo que consigue es  acercar de tal manera la creencia y el saber que se confunden entre sí. Con ello se pretende consigue que la fe asuma compromisos filosóficos con los que no tendría que cargar realmente, como son las categorías tomistas y aristotélicas de acto, potencia, esencia, substancia y accidente.
Este compromiso con el neotomismo no permite percibir que mientras que el conocer (o saber) es propio de la ciencia, la creencia es propia de la fe. Trastocar ambos conceptos nos conduciría a trasladar los métodos, pruebas, aproximaciones y los tipos de certezas propios de las ciencias al campo de la fe. La creencia en los determinados elementos de la fe no requieren como soporte un “saber” y un “conocer” fuerte, es decir, una certeza[1].
Como consecuencia de esta confusión entre creencia y conocimiento se deriva  el mayor compromiso filosófico que exige el neotomismo. Sa trata de la  identificación de la Verdad que se supone objeto tanto de la ciencia y de la fe con una Verdad objetiva, trascendente, perenne e inmutable. En esto consiste otros de los fracasos de intentar articular el neotomismo y la hermenéutica o la fenomenología. Esto es lo que en la jerga filosófica se denomina “realismo ontológico” o “realismo metafísico”. Este realismo se traduce en la creencia de que independientemente de nuestras experiencias humanas y nuestras relaciones intersubjetivas existe un “objeto metafísico trascendente” y una “Verdad metafísica” que opera como “punto firme” de composición, es decir, de fundamento último, de la realidad y la experiencia, sin el cual, supuestamente, la realidad y la experiencia se diluyen. Asumir el realismo metafísico supone que la opción alternativa conduce o al escepticismo o al relativismo. El escepticismo consistiría, desde esta perspectiva, en la afirmación de que la Verdad no puede ser conocida, mientras que el relativismo es entendida como la consecuencia del escepticismo, y sostendría que puesto que la Verdad no puede ser conocida, cualquier afirmación y cualquier acción es igualmente válida.
Pero este temor es infundado, puesto que no hay nada más sano para consolidar una fe madura que la reflexión y la crítica que surgen del escepticismo entendido como purificador de nuestras creencias. Con respecto del llamado “relativismo”, es necesario señalar que muchos usan este término de manera confusa para referirse a la cultura narcisista que tiene cierta vigencia en el mundo actual, y que ciertamente hay que enfrentar. En esta cultura narcisista las personas no cuentan con las herramientas suficientes o con las prácticas que les permita articular sus intuiciones fundamentales sobre los bienes de la vida. No necesitamos de una metafísica dura, esencialista, para lograr dicha articulación. El diálogo, la deliberación y una conciencia dialógica respecto de nuestra identidad son herramientas suficientes y sanas para poder hacerlo. 
Es necesario precisar que no es necesario recurrir al realismo metafísico para hacer valer y apreciar la experiencia de fe. La fe y la religión más que un “conocimiento” sobre lo trascendente es una experiencia, una relación personal con Dios, que se va articulando en nuestra relación con los otros. No es a través de un acceso con lo trascendente que tenemos una experiencia religiosa, sino es a través del encuentro con los otros en una comunidad concreta que se articula el sentido que Dios tiene para nosotros. Martín Buber mencionaba que la relación religiosa fundamental era la relación caracterizada por lo que denomina  la palabra básica Yo-Tú[2]. Aquí las palabras de Enmanuel Levinás tienen pleno sentido: conocemos y nos relacionamos con Dios a través de nuestro encuentro con el otro[3]. No requerimos necesariamente postular un conocimiento certero y objetivo de Dios para que nuestras prácticas religiosas tengan sustento. Perfectamente podríamos desembarazarnos del realismo metafísico y seguir sustentando nuestras vidas de fe sin perdernos en el relativismo. Especialmente porque la fe es una práctica, no una actividad teórica que requiera de la confirmación de un supuesto conocimiento sobre Dios. Es más, tomar distancia del realismo ontológico nos hace más abiertos a la práctica de la caridad[4].
Otro de los problemas de la tradición neotomista es que su concepción de Verdad es excluyente y permeable al diálogo. No permite el encuentro entre perspectivas distintas sobre la fe. Si bien algunos continuadores de esta tradición han intentado realizar la articulación con la hermenéutica filosófica, sus intentos han fracasado rotundamente, puesto que dicha articulación supondría aceptar algo así como una hermenéutica que conduzca a la Verdad objetiva y metafísica, lo cual se convierte en un absurdo filosófico.
Desde Schleiermacher hasta Gadamer la hermenéutica ha sostenido que no hay algo así como la “Verdad” (en el sentido que el realismo metafísico le atribuye), sino que la verdad (con v minúscula) es algo que se va articulando en el proceso de comprensión, en un círculo hermenéutico. En cada acercamiento aquello que buscamos comprender, ya se trate del texto sagrado o de una persona, nos va ofreciendo un sentido nuevo. Al interior del círculo hermenéutico, que es el círculo de comprensión que nos pone en contacto con el texto, vamos modificando nuestros creencias aparecen nuevos significados respecto de lo que el texto es y respecto de lo que nosotros mismos somos, de tal manera que ni quien comprende ni lo que se está comprendiendo siguen siendo los mismos, por así decirlo. En cada encuentro se va abriendo un caudal de nuevos significados, de manera que el acto de comprensión no tiene fin. Es por ello que los Evangelios, los Salmos o cualquier otro texto bíblico siempre tienen cosas que decirnos.  No es que allí se encuentre un núcleo de Verdad o la Esencia de la cosa a la que llegaremos algún día, sino que el texto nos dice cosas nuevas a nosotros, en cada encuentro, porque nos acercamos con lo que nuestras vidas cotidianas nos brindan, con aquellas preguntas que brotan del encuentro los otros.
Desde la perspectiva del  filósofo contemporáneo Richard Rorty, la hermenéutica se vincula al término alemán de Bildung, traducible al castellano por el de Edificación. Así la Edificación se opone al concepto de conocimiento como meta del pensamiento, ya que con ello nos hacemos mejores personas, “nos rehacemos a nosotros mismos al leer más, hablar más y escribir más...utilizaré en término ‘edificación’ para referirme a este proyecto de encontrar nuevas formas de hablar que sean más interesantes y provechosas”[5] .
            Tal como Nietzsche y Heidegger sugieren la hermenéutica, recogida en su dimensión de filosofía edificante, nos coloca en la época del ser como interpretación, donde la racionalidad no se asocia al modelo de las ciencias naturales, pero que tampoco significa el rechazo de toda racionalidad argumentativa[6]. Con ello la hermenéutica señala que siempre nos encontramos en el ámbito de la interpretación, que nunca tenemos acceso a la Vedad de la cosa, sino que en cada encuentro delineamos una nueva interpretación, que no es mejor ni peor que las anteriores, en el sentido de ser más fieles o menos fieles a la “Verdad del texto”, sino que son más o menos coherentes, mejor o peor articuladas. Aquí sucede lo que Nietzsche decía: “No hay hechos, solo interpretaciones...y esto mismo es una interpretación”. Este aforismo nietzscheano ha sido escuchado y meditado seriamente tanto Dilthey, como por Heidegger, por Gadamer, por Paul Ricoeur, por Vattimo y muchos otros, es decir, por todos aquellos que forman parte de la tradición hermenéutica en el siglo XX[7]. Creer que existe una hermenéutica que conduzca a la Verdad sería sostener que las diferentes interpretaciones son mejores o peores según nos acerque o alejen de los hechos. Es decir, a contrapelo de Nietzsche: “hay sólo hechos e interpretaciones verdaderas o falsas... y esta es la verdad”. 
            Pero tal como lo señalan  Gianni Vattimo y Maurizio Ferraris, decir que la hermenéutica nos coloca en la conciencia del ser como interpretación, ello no excluye la racionalidad de nuestras descripciones del mundo y tampoco diluye la objetividad, sino que nos la devuelve sustentada en la intersubjetividad de nuestras interpretaciones.  Si la hermenéutica fuese lo contrario, es decir, un relativismo o un subjetivismo chato, no se distinguiría demasiado de una concepción filosófica que tenga como correlato cultural lo que he denominado  cultura narcisista y lo que otros denominan erráticamente relativismo. Lejos de ello, el proceso de comprensión que se da en el círculo hermenéutico no disuelve ni la racionalidad ni la objetividad del texto al que nos acercamos. A través del encuentro con los otros, quienes también se encuentran en relación con el texto que estamos comprendiendo, vamos corrigiendo,  afirmando o redefiniendo nuestra interpretación. En el encuentro intersubjetivo se nos abre un acceso al texto que es objeto de nuestra comprensión, al tiempo que se evita que nuestras interpretaciones sean simplemente subjetivas. La comprensión hermenéutica del texto nos devuelve su objetividad de una nueva manera, bajo la clave de la inersubjetividad.
Así, en su conocida obra, Verdad y Método, Hans-George Gadamer, el padre de la hermenéutica contemporánea, sugiere que hemos de entender el círculo hermenéutico bajo una clave intersubjetiva, en el seno de una comunidad que se encuentra permanentemente en diálogo con la tradición:

“Heidegger describe este círculo en forma tal que la comprensión del texto se encuentra determinada continuamente por el movimiento anticipatorio de la precomprensión...El círculo no es, pues, de naturaleza formal: no es subjetivo ni objetivo, sino que describe la comprensión como una interpretación del movimiento de la tradición y del movimiento del intérprete. La anticipación de sentido que guía nuestra comprensión de un texto no es un acto de la subjetividad, sino que determina desde la comunidad que nos une con la tradición. Pero en nuestra relación con la tradición, esta comunidad está sometida a un proceso de continua formación”[8].

 Por  lo anterior se hace claro que optar por una “hermenéutica que se oriente a la Vedad” significaría que en el círculo hermenéutico que sucede  que nos vamos acercando a la Verdad objetiva entendida en términos metafísicos. Pero ello significa la perversión del círculo hermenéutico, puesto que la hermenéutica es una disciplina antimetafísica por excelencia. Es por esto que el intento de articular el neotomismo con la hermenéutica fracasa rotundamente. Quien pretende esa articulación no hace otra cosa que reeditar, y muchas veces con los términos de siempre el rancio neotomismo del siglo XIX, que ya León XIII había presentado en su encíclica Aeterni Patris en 1879..




[1] Aquí, el ejemplo de Santo Tomás se aplica plenamente. Él quiso tener una contrastación objetiva, “ver visto” la marca de los clavos en el cuerpo resucitado de Jesús para creer. A sus exigencias Jesús le responde que la verdadera fe le exige que crea sin haber visto. De este modo Dios no se demuestra ni científicamente, ni las afirmaciones de fe se soportan con métodos de carbono 14, ni recurriendo a los métodos del historicismo positivista del siglo XIX.
[2] Cfr. BUBER, Martín;  Eclipse de Dios. Estudios sobre las relaciones entre religión y filosofía; Fondo de Cultura Económica, México 1993. Además de su Yo y Tú, Madrid: Caparrós Editores, 1992
[3] Cfr. LEVINAS, Enmanuel; Fuera del sujeto, Caparrós, Madrid, 1997. También Dios, la muerte y el tiempo, Madrid: Cátedra, 1993.
[4] Sobre esto Cfr. los textos de Gianni Vattimo, Creer que se cree (Paidós: Barcelona, 1996) y Después de la cristiandad (Paidós: Barcelona, 2003). Así también a Jacques Derridá, Dar la muerte (Paidón: Barcelona, 2000), Habermas, J., Israel o Atenas. Ensayos sobre religión, teología y racionalidad, trotta, Madrod, 2001 y Charles Taylor, La variedad de la religión hoy, Paidós, Barcelona, 2003.
[5]  RORTY, Richard; La filosofía y el espejo de la natraleza, Madrid: Cátedra, 1989.
[6]  VATTIMO,  Gianni y Mauricio FERRARIS; Hermenéutica y Racionalidad, Santa Fé: Editorial norma. P 13.
[7] En el ámbito de la filosofía anglosajona sucede una comprensión similar del trabajo filosófico desde las raíces del pragmatismo americano desarrollado por William James, Charles Sarders Pierce y John Dewey. Ellos acuñaron y elaboraron el término “creencia” y sostuvieron que no tenemos Verdades sobre el mundo sino diferentes aproximaciones bajo la forma de creencias. Esta tradición a sido retomada durante el siglo XX y XXI por Quine, Davidson, Putnam, Bernstein y Rorty entre otros. Al mismo tiempo ha sido complementadas por los aportes del segundo Wittgenstein, especialmente su metáfora de los juegos de lenguaje, la cual se refiere a que una palabra tiene un significado sólo al interior de un juego de lenguaje específico, es decir, en relación a un sistema de creencias.
[8] GADAMER, Hans-Georg; Verdad y método, Salamanca: Editorial Sígueme, 1977

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