martes, 25 de febrero de 2014

La ética pública colonizada

       



En los últimos años la ética púbica ha sido colonizada por los partidarios de la elección racional y los amantes de la educación en valores. De esta manera, los neoliberales, e un lado, y los conservadores, por otro, se han posicionado en las escuelas de ética pública. ¿Cómo ha podido suceder esto? y ¿cómo es posibles que ambos grupos se den la mano en este punto? Trataré de dar algunas luces que nos acerque a las respuestas.
     Cuando hablamos de ética pública nos encontramos con cuestiones que tienen que ver con el bien público y la deliberación sobre la marcha de la república (tal como Gonzalo Gamio lo deja claro en sus trabajos). El término "república" proviene de latín res publica, que significa cosa o cuestión pública. Es decir, cosa de interés pública, es decir, de todos los ciudadanos. Así es en sociedades democráticas y no autoritarias. 
        En este sentido, las cuestiones públicas, incluyendo la ética pública,  competen a todos. Estos todos pueden agruparse en a) los políticos y gobernantes, b) los ciudadanos y c) los servidores públicos o burócratas. Estos tres tipos de agentes son importantes para el funcionamiento de la República. La ética pública supone, entonces el combate contra la corrupción, el buen funcionamiento del Estado, la participación de los políticos y de los ciudadanos en la construcción de una sociedad más justa, entre otros temas. 
      Sin embargo, las Escuelas de Ética Pública, tanto en las universidades, institutos como en el mismo Estado, se han centrado en la formación de los servidores públicos (la burocracia). Fortalecer la burocracia es, sin duda, una tarea importante que emprender. Sin embargo, al plantear la formación ética de la burocracia se produce una desconexión de ésta respecto de los políticos y de los ciudadanos. Esta desconexión tiene como objetivo apartar todo aspecto político. Como se ve en los gobernantes, los políticos y la sociedad civil elementos de carga política densa, se considera que la profesionalización y la moralización de la burocracia pasa por apartarla de las presiones políticas o, por lo menos, de blindarlas -en la medida de lo posible- de tales presiones.
        Esta desconexión es una estrategia que comparten tanto los positivistas, los conservadores y los utilitaristas. Es por ello que desde el derecho, la moral conservadora y aristocrática como desde los imperativos del neoliberalismo imperante se exige 1) reducir la ética pública a la ética del funcionario público y 2) desconectar la ética pública de la política. Colocada la ética pública en esta "cancha de juego" se procede a convertir a los servidores públicos en "gerentes" (los directivos) o empleados (los no directivos), y se utiliza la racionalidad de que se usa en las empresas del sector privado para la gestión públicas. Este movimiento tiene su reflejo en otros ámbitos. Por ejemplo, en el derecho, con la penetración tanto del positivismo como del análisis económico del derecho sucede que los arreglos económicos han reemplazado la justicia y que la lógica del derecho privado está colonizando al derecho público. De hecho muchos abogados y juristas consideran que es posible reemplazar el peso de los derechos fundamentales por el mejor arreglo económico. En el gobierno sucede otro tanto cuando el consejo de ministros se convierte en un consejo de técnicos y el ministro de economía adquiere un peso especial.
          En la formación de los servidores públicos se aplican los métodos propios de sector privado. El modelo de análisis de casos, -punta de lanza de la formación ética en las empresas - es copiado, sin variaciones, para el sector público. No podía ser de otra manera, una vez que se ha convertido en los directivos en gerentes y a los no directivos en empleados. En este contexto la eficacia (propia del neoliberalismo) se ha convertido en una palabra clave, así como los valores (propia de los conservadores). Conservadores y neoliberales convergen en la necesidad de formar una burocracia que se mantenga dentro de los parámetros del status quo  funcional al mercado. 
           Fortalecer el Estado es un imperativo en este país, y la formación ética de la burocracia es fundamental. La pregunta es si siguiendo los patrones de formación ética que el neoliberalismo y los conservadores sugieren es la mejor manera de fortalecer una República Democrática

domingo, 9 de febrero de 2014

La formación del juicio y del discernimiento crítico. (Tercera Parte)



Dentro de este proceso los estudiantes no van asumiendo valores externos, sino que van construyendo criterios internos que les permiten juzgar críticamente las diferentes jerarquías de valores morales que se les ofrece. Esto les resulta ser mucho más provechoso para sus vidas puesto que la sociedad tiende a bombardearlos con listas antagónicas de valores. En vez de indicarles cuál de las listas valorativas deben asumir, los maestros han de ayudarles a formarse sus propios criterios de juicio moral.
El criterio de juicio moral opera como instancia crítica que permite al alumno ejercer el discernimiento. Éste es una instancia interna a la subjetividad que se va consolidando conforme la persona es capaz de explorar, gracias a la experiencia y al diálogo con otros, su identidad. El fortalecimiento de la capacidad de discernimiento moral cuenta además con una ventaja adicional. Cuando el compromiso con un bien moral no es fruto de un discernimiento y una búsqueda que parte de la propia experiencia del alumno, lo que se tiene es un vínculo externo y artificial con ciertos valores. En cambio, cuando la orientación moral brota de una búsqueda en la propia experiencia, el vínculo moral es más vigoroso y natural.
Así, la pregunta a la que debe responder la educación  moral no es “¿cómo han de interiorizar los individuos estos valores morales?”, sino esta otra “¿cómo han de orientarse los individuos ante la diversidad de jerarquías de valores morales que se le proponen?”. Inmanuel Kant, escribió un opúsculo  titulado ¿Qué significa orientarse en el pensamiento?[1] En él señaló que orientarse en el pensamiento es como orientarse espacialmente. Lo primero que tiene que hacerse es saber cuál es su mano derecha y cuál es su izquierda y a partir de esta diferenciación interna puede ubicarse conforme a lo que se encuentra a su derecha y a su izquierda. Por ejemplo, llegamos a una dirección que apenas conocemos sabiendo, después de tantas esquinas hemos de doblar hacia la izquierda y después a la derecha. La derecha y la izquierda son referentes subjetivos, internos, porque corresponden a mis dos lados. Lo mismo sucede con la orientación moral. Es a partir de la consolidación de un referente interno, subjetivo, es decir, un criterio, puedo orientarme, saber qué ofertas morales se encuentran a la izquierda y a la derecha. Con ello puedo ejercer un discernimiento moral crítico.



[1] ¿Qué significa orientarse en el pensamiento?, en: KANT, Inmanuel, En defensa de la ilustración, Barcelona: Alba Editorial, 1999.

domingo, 2 de febrero de 2014

La formación del juicio y del discernimiento crítico. (Segunda Parte)

        Frente a esta manera de concebir la formación moral es necesario afirmar el cultivo del discernimiento crítico moral de la ciudadanía. Esta formación del pensamiento crítico, que ha de iniciarse desde la escuela, consiste en insertar al individuo en una comunidad de diálogo en la cual tenga la posibilidad de definir sus orientaciones morales gracias a la interacción con otros. A través de la comunicación y el diálogo dentro de un espacio compartido con otros, en el cual pueden expresarse libremente, es como los niños van definiendo, contrastando y redefiniendo sus orientaciones morales. Asimismo, es en espacios públicos libres donde los ciudadanos van articulando sus orientaciones morales fundamentales, gracias al intercambio y al diálogo. 
            La construcción de un espacio público libre es fundamental para la generación del discernimiento crítico moral de las personas. La filósofa alemana Hannah Arendt es quien ha tematizado de manera más completa la idea de espacio público como el lugar donde se define y se realiza la acción moral de las personas[1].  El espacio público es el espacio de la pluralidad que se constituye a través del diálogo y la deliberación  entre las personas. Se trata del espacio de la contigüidad humana en el cual somos iguales y diferentes al mismo tiempo. Somos lo suficientemente iguales como para poder entendernos y lo suficientemente diferentes para tener cosas que decirnos.
En este espacio de la pluralidad, cada cual se muestra ante la mirada de los otros. En él las personas muestran quiénes son, es decir, revelan  su identidad moral. Para Arendt  la revelación de la identidad personal es fundamental para que ésta se vaya articulando y vaya cobrando existencia.  Los individuos no tienen una identidad completamente definida y acabada, carecen de algo así como una “identidad cerrada” o articulación completa de su identidad, sino que ésta se encuentra en un constante proceso de articulación gracias al encuentro con los otros. En las experiencias compartidas con los otros vamos articulando nuestra identidad moral. En este proceso salta a la luz el hecho de que nuestra propia conciencia moral se va generando a través del diálogo. El mismo lenguaje con el cual articulamos nuestras orientaciones morales lo adquirimos gracias a que ingresamos a un mundo humano. Con nuestro nacimiento ingresamos a un mundo de significados compartidos por una comunidad. Nuestros primeros compañeros, nuestros padres y hermanos, nos introducen en un mundo de significados en los que se encuentran también significados morales[2].
Al mismo tiempo, el espacio público es el espacio de la acción. La acción se asocia íntimamente con la idea del nacimiento, es decir, quien actúa está dando inicio a algo inédito y en ello es capaz de ir mostrándose a los otros. En la acción la persona va, además articulando su identidad moral y gracias a las experiencias compartidas con otros es capaz de explorar y redefinir su identidad moral. A través del lenguaje es capaz de expresar esa identidad suya, decir quién es.
El discernimiento moral es un proceso reflexivo en el cual la persona va articulando su propia identidad moral en diálogo con los otros. Lejos de la idea de adoctrinamiento moral que se encuentra detrás del proyecto de la “educación en valores”, el discernimiento moral permite que las personas vayan encontrando en sí mismas  las herramientas para orientar sus acciones gracias a que han adquirido un lenguaje de expresión moral lo suficientemente rico. Mientras que el proyecto de la “educación en valores” coloca entre las experiencias de las personas y sus orientaciones para actuar prescripciones rígidas, el discernimiento moral va de la mano con las experiencias de los individuos y va tejiendo a través del diálogo orientaciones para sus acciones. Siguiendo las intuiciones de John Dewey podemos decir que un espacio formativo libre y abierto al diálogo permite el despliegue de una mayor experiencia y el desarrollo de más habilidades en los alumnos. Dewey sugiere que espacios inspirados por el espíritu democrático permiten un mayor el despliegue de las habilidades humanas y un despertar más activo de la inteligencia[3].
La escuela es un espacio público en el que los estudiantes van entrando en diálogo y van ayudándose en la tarea de orientar sus acciones y articular su propia identidad. En ese privilegiado espacio público los maestros han de acompañar a los niños en el proceso de ir descubriendo y articulando su propia identidad moral. La labor del maestro es ayudar al niño a entender su propio proceso de constitución de su identidad, además de facilitar para que éste proceso se dé en diálogo con sus compañeros de aprendizaje. En ningún momento compete al maestro interrumpir el proceso de comprensión de la experiencia moral del alumno. Esta interrupción se produce cuando el maestro suplanta la conciencia moral del niño imponiendo una norma moral externa. La tarea del maestro suplantar la conciencia de los estudiantes, sino acompañar el proceso de discernimiento moral, haciendo las veces de espejo y de memoria que puede ayudar a los alumnos a verse a sí mismos y que permita tomar nota de sus experiencias morales. De este modo el maestro ayuda al alumno a construir orientaciones y referentes morales sólidos y fuertemente enraizados en su experiencia de reflexión ética. El maestro ha de ser, además, alguien que ayude a que las situaciones de conflicto moral, que se dan naturalmente en la convivencia escolar, se conviertan en oportunidad de reflexión y aprendizaje.[4].




[1] Cfr. ARENDT, Hannah; La condición humana, Madrid: Siex Barral, 1975. Capítulo V.
[2] Quien ha trabajado más la génesis dialógica del la conciencia moral es Charles Taylor. Cfr. La ética de la autenticidad, Barcelona: Paidós, 1991.
[3] Sobre el papel que cumple la experiencia personal en el proceso de educación cfr. DEWEY, John; democracia y educación, Madrid: Morata, 1995. En relación al despliegue de las capacidades humanas y su vínculo con la formación se puede ver GADAMER; Verdad y método. Fundamentos para una hermenéutica filosófica, Salamanca: Sígueme, 1977.
Una de las razones por las que Dewey valora la democracia es porque considera que ella permite la participación de la inteligencia en la vida pública. Es decir, la democracia, desde el punto de vista del pragmatismo deweyniano permite que a través de la comunicación los ciudadanos aúnan sus experiencias y sus capacidades para la reflexión en vistas de resolver problemas públicos. Además, el intercambio y la interacción social que la democracia fomenta estimula las capacidades reflexivas de los ciudadanos. Análogamente, en las pequeñas comunidades educativas –las escuelas y los salones de clase- los alumnos pueden desplegar sus capacidades propias cuando se encuentra libres de un régimen que tienda a la coerción.
[4] Agradezco a María Laura Muñoz por sus comentarios respecto al papel del maestro en el proceso de conformación del juicio moral de los estudiantes.