jueves, 20 de junio de 2013

DIGNIDAD HUMANA Y EUTANASIA

          Entre los debates sobre bioética desarrollados por los médicos y profesionales de la salud, problemas como el de la eutanasia, el aborto o la llamada píldora del día siguiente han sido zanjados, en muchos casos, de manera dogmática.  Muchos de los médicos que han ingresado al debate han partido de perspectivas religiosas que han reemplazado el examen suficiente del problema por afirmaciones religiosas. En el caso específico de la eutanasia, se ha argumentado que, según la “verdad revelada” Dios da la vida y es el único que tiene derecho a quitarla. Si queremos ganar una comprensión más amplia del problema y llegar a una solución más reflexionada, debemos de tomar distancia de posiciones dogmáticas provenientes de la religión. Si bien es cierto, las argumentaciones religiosas pueden tener su relevancia, es necesario presentarlas como razonamientos aceptables en la esfera pública, en el que colaboren y  se confronte con argumentos no religiosos, en cambio de presentarse como verdades últimas.


1.- El “Honor” y la “Dignidad” en el paso del régimen feudal al moderno.

            La incorporación de la idea de dignidad humana nos ofrece el marco adecuado para reflexionar en torno a la eutanasia. Si bien, la dignidad humana parece un término escurridizo, difícil de definir, si se enmarca en su surgimiento histórico y en su sentido acrisolado filosóficamente, puede resultar un referente pertinente y claro. Las sociedades premodernas, como l’ancien règime previo a la Revolución Francesa, representaban sociedades aristocráticas en las que las personas se encontraban divididas  desde su nacimiento entre nobles y plebeyos. Los nobles se distinguían, entre muchas cosas, por el hecho de recibir un reconocimiento especial que se denominada “honor”. El lenguaje del honor en esta clase de sociedades exigía que éste no se distribuya entre todos de manera igualitaria, sino por  sólo a unos cuantos. De lo contrario, el término perdería su sentido. Sería como repartir a todos títulos honoríficos como la “Orden del Sol” o “Doctorado Honoris Causa”. Si lo hiciésemos así, perderían su sentido.
            Las sociedades previas a la modernidad utilizaban un conjunto de términos honoríficos para distinguir a un grupo reducido de personas. Títulos como “príncipe”, “duque” o “marqués” señalaban un estatus especial dentro de la sociedad que fue abolido con el advenimiento de las sociedades burguesas. El desarrollo de las ciudades dejó atrás, paulatinamente, estos títulos que tenían sentido en sociedades agrarias. La burguesía insertada en las ciudades comienza a instaurar un nuevo tipo de mentalidad en la que la racionalidad – tal como Max Weber la describe- tiene un lugar predominante. El proceso de modernización social y el avance de la racionalidad asociada a la industrialización, al comercio y al desarrollo de la opinión pública, deja tras de sí los las prácticas y el lenguaje de las sociedades aristocráticas, incluyendo el significado que para ellas tenía el término “honor”.  En su lugar se impone un término distinto, que busca representar la condición de igualdad democrática en la que todos los ciudadanos se encontraban, a saber, el de dignidad. La dignidad expresa un tipo de reconocimiento completamente diferente al representado por el término “honor”. En cambio de hacer distinciones entre una élite y los plebeyos, el término dignidad nace aparejado a la idea de igualdad ciudadana. Se trata de un reconocimiento universal e igualitario que corresponde a toda persona en tanto ciudadano dentro de una sociedad burguesa, moderna y democrática. El dinamismo de las sociedades burguesas va a derribar paulatinamente rezagos como la esclavitud o el sometimiento legal de las mujeres y van a expandir el reconocimiento de la dignidad igualitaria más allá de los estrechos márgenes de la sociedad compuesta por varones  blancos.

2.- Las bases filosóficas de la dignidad y su vínculo con la idea de libertad: Immanuel Kant.

            Tal vez el filósofo moderno que más pensó la idea de dignidad humana sea Immanuel Kant. En su Fundamentación para una metafísica de las costumbres considera que la dignidad es el distintivo particular que tiene todo ser humano, por ser fuente de la ley moral. En virtud de ella, el ser humano no puede ser instrumentalizado, sino que debe ser considerado como un fin en sí mismo. De esta manera, la dignidad permite distinguir con claridad los seres humanos de las cosas. Las cosas pueden ser manipuladas e instrumentalizadas, en cambio, del ser humano se desprende un halo moral que exige respeto incondicional. En su Crítica de la facultad de juzgar el filósofo alemán completa la idea señalando que el ser humano es el fin último la naturaleza en su totalidad.  De esta manera, la dignidad corona a la humanidad en general con una corona de respeto incondicional, de la que participa todo ser humano.  Sin embargo, estas ideas respecto de la dignidad no ayudan suficientemente si no entran en conexión con la idea de libertad, idea que inspira tanto el desarrollo de las sociedades modernas como la concepción de la moral en Kant.
            La filosofía de Kant incorpora lo que se conoce como una metafísica de la libertad. En la Crítica de la razón pura Kant demuestra cómo todos los intentos para tener conocimiento metafísico de objetos como Dios, el alma y el mundo han fracasado, y por ello reemplaza la metafísica clásica por una metafísica trascendental, que explora las condiciones del sujeto para poder tener conocimiento legítimo de los objetos de la experiencia. De esta manera, la metafísica trascendental permite sacar a luz las estructuras de la mente humana que permiten constituir el conocimiento objetivo de los elementos de la experiencia. Pero, una vez ubicados en el campo de moral, es decir, el de la razón práctica, nos encontramos con un elemento metafísico, que no es conocido sino que es postulado por la razón, que es de libertad. De esta manera, si queremos entender nuestras relaciones prácticas, es decir, aquellas que tienen que ver con los aspectos normativos de nuestra existencia (la moral, el derecho, la política y la religión) hemos de suponer la idea de la libertad.  Hemos de pensarnos como esencialmente libres si queremos darle sentido a nuestros lenguajes normativos. Es por ello que la de Kant es  una metafísica de la libertad. De esta manera, resulta imposible entender lo que Kant afirma respecto de la dignidad humana si no se inscribe en la metafísica de la libertad.
            En este sentido, la dignidad se encuentra poderosamente unida con la libertad; y una persona es digna porque es entendida como libre. Ahora bien, es necesario distinguir la libertad del libertinaje  -o la libertad salvaje, tal como la denomina Kant.  La libertad se encuentra vinculada con la razón que produce sus normas de manera independiente de las inclinaciones de la naturaleza en nosotros y siguiendo el procedimiento Imperativo Categórico inscrito en la misma razón.  La libertad salvaje, en cambio, significa encontrarse dominado por las inclinaciones que la naturaleza nos impone. Así, cuando Kant asocia la dignidad humana con la libertad, la relaciona con una libertad que es fruto de una reflexión racional suficiente.

3.- Eutanasia como opción individual y problemática social

            La eutanasia suscita controversia en las sociedades contemporáneas por el peso que tiene la religión en las esferas estatales y sociales. Pero una adecuada reflexión respecto de la laicidad del Estado y sus instituciones permitirá despejar muchos malentendidos, como el de que las normas del derecho deben cortarse con las tijeras de las concepciones del mundo nacidas de la religión. La profundización de la laicidad del Estado se enfrenta con la actividad política de los lobbies religiosos que pululan en instituciones claves.  Pero la eutanasia se debe presentar como una elección libre de los individuos que hacen un uso autónomo de su capacidad de razonar. El mismo proceso de modernización social colocará en su sitio las razones religiosas, y dejará libre el derecho y la esfera social para la elección individual.

            Muchas personas, intelectuales y profesores universitarios consideran que la separación entre Estado y religión no sólo erosiona las creencias religiosas de las personas sino que atenta contra la misma tradición del país. Ello supone falsamente que el hecho de que mi religión (sea la católica u otra) no sea la sancionada por el Estado y no sea considerada la religión oficial, daña mis propias creencias. Ese argumento es absurdo y no merece comentario.  De otro lado, quienes consideran al Perú como un país tradicionalmente católico y, por lo tanto debe combatirse la laicidad del estado, caen en la misma falla de razonamiento que quienes consideran que las corridas de toros, las peleas de gallos y las peleas de perros son prácticas ancestrales en el país.   Este razonamiento se podría extender a la esclavitud de los negros. Aquí se confunde tradición con tradicionalismo de manera indebida y a veces tendenciosa.

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