Entre los debates sobre
bioética desarrollados por los médicos y profesionales de la salud, problemas
como el de la eutanasia, el aborto o la llamada píldora del día siguiente han
sido zanjados, en muchos casos, de manera dogmática. Muchos de los médicos que han ingresado al
debate han partido de perspectivas religiosas que han reemplazado el examen
suficiente del problema por afirmaciones religiosas. En el caso específico de
la eutanasia, se ha argumentado que, según la “verdad revelada” Dios da la vida
y es el único que tiene derecho a quitarla. Si queremos ganar una comprensión
más amplia del problema y llegar a una solución más reflexionada, debemos de
tomar distancia de posiciones dogmáticas provenientes de la religión. Si bien
es cierto, las argumentaciones religiosas pueden tener su relevancia, es
necesario presentarlas como razonamientos aceptables en la esfera pública, en
el que colaboren y se confronte con
argumentos no religiosos, en cambio de presentarse como verdades últimas.
1.- El “Honor” y la “Dignidad” en el paso del régimen
feudal al moderno.
La incorporación de la idea de
dignidad humana nos ofrece el marco adecuado para reflexionar en torno a la
eutanasia. Si bien, la dignidad humana parece un término escurridizo, difícil
de definir, si se enmarca en su surgimiento histórico y en su sentido
acrisolado filosóficamente, puede resultar un referente pertinente y claro. Las
sociedades premodernas, como l’ancien
règime previo a la Revolución Francesa ,
representaban sociedades aristocráticas en las que las personas se encontraban
divididas desde su nacimiento entre
nobles y plebeyos. Los nobles se distinguían, entre muchas cosas, por el hecho
de recibir un reconocimiento especial que se denominada “honor”. El lenguaje
del honor en esta clase de sociedades exigía que éste no se distribuya entre
todos de manera igualitaria, sino por
sólo a unos cuantos. De lo contrario, el término perdería su sentido.
Sería como repartir a todos títulos honoríficos como la “Orden del Sol” o
“Doctorado Honoris Causa”. Si lo hiciésemos así, perderían su sentido.
Las sociedades previas a la
modernidad utilizaban un conjunto de términos honoríficos para distinguir a un
grupo reducido de personas. Títulos como “príncipe”, “duque” o “marqués”
señalaban un estatus especial dentro de la sociedad que fue abolido con el
advenimiento de las sociedades burguesas. El desarrollo de las ciudades dejó
atrás, paulatinamente, estos títulos que tenían sentido en sociedades agrarias.
La burguesía insertada en las ciudades comienza a instaurar un nuevo tipo de
mentalidad en la que la racionalidad – tal como Max Weber la describe- tiene un
lugar predominante. El proceso de modernización social y el avance de la
racionalidad asociada a la industrialización, al comercio y al desarrollo de la
opinión pública, deja tras de sí los las prácticas y el lenguaje de las
sociedades aristocráticas, incluyendo el significado que para ellas tenía el
término “honor”. En su lugar se impone
un término distinto, que busca representar la condición de igualdad democrática
en la que todos los ciudadanos se encontraban, a saber, el de dignidad. La
dignidad expresa un tipo de reconocimiento completamente diferente al
representado por el término “honor”. En cambio de hacer distinciones entre una
élite y los plebeyos, el término dignidad nace aparejado a la idea de igualdad
ciudadana. Se trata de un reconocimiento universal e igualitario que
corresponde a toda persona en tanto ciudadano dentro de una sociedad burguesa,
moderna y democrática. El dinamismo de las sociedades burguesas va a derribar
paulatinamente rezagos como la esclavitud o el sometimiento legal de las
mujeres y van a expandir el reconocimiento de la dignidad igualitaria más allá
de los estrechos márgenes de la sociedad compuesta por varones blancos.
2.- Las bases filosóficas de la dignidad y su vínculo con
la idea de libertad: Immanuel Kant.
Tal vez el filósofo moderno que más
pensó la idea de dignidad humana sea Immanuel Kant. En su Fundamentación para una metafísica de las costumbres considera que
la dignidad es el distintivo particular que tiene todo ser humano, por ser
fuente de la ley moral. En virtud de ella, el ser humano no puede ser
instrumentalizado, sino que debe ser considerado como un fin en sí mismo. De
esta manera, la dignidad permite distinguir con claridad los seres humanos de
las cosas. Las cosas pueden ser manipuladas e instrumentalizadas, en cambio,
del ser humano se desprende un halo moral que exige respeto incondicional. En
su Crítica de la facultad de juzgar
el filósofo alemán completa la idea señalando que el ser humano es el fin
último la naturaleza en su totalidad. De
esta manera, la dignidad corona a la humanidad en general con una corona de
respeto incondicional, de la que participa todo ser humano. Sin embargo, estas ideas respecto de la
dignidad no ayudan suficientemente si no entran en conexión con la idea de
libertad, idea que inspira tanto el desarrollo de las sociedades modernas como
la concepción de la moral en Kant.
La filosofía de Kant incorpora lo
que se conoce como una metafísica de la libertad. En la Crítica de la razón pura Kant demuestra cómo todos los intentos
para tener conocimiento metafísico de objetos como Dios, el alma y el mundo han
fracasado, y por ello reemplaza la metafísica clásica por una metafísica
trascendental, que explora las condiciones del sujeto para poder tener
conocimiento legítimo de los objetos de la experiencia. De esta manera, la
metafísica trascendental permite sacar a luz las estructuras de la mente humana
que permiten constituir el conocimiento objetivo de los elementos de la
experiencia. Pero, una vez ubicados en el campo de moral, es decir, el de la
razón práctica, nos encontramos con un elemento metafísico, que no es conocido
sino que es postulado por la razón, que es de libertad. De esta manera, si
queremos entender nuestras relaciones prácticas, es decir, aquellas que tienen
que ver con los aspectos normativos de nuestra existencia (la moral, el
derecho, la política y la religión) hemos de suponer la idea de la
libertad. Hemos de pensarnos como
esencialmente libres si queremos darle sentido a nuestros lenguajes normativos.
Es por ello que la de Kant es una metafísica
de la libertad. De esta manera, resulta imposible entender lo que Kant afirma
respecto de la dignidad humana si no se inscribe en la metafísica de la
libertad.
En este sentido, la dignidad se
encuentra poderosamente unida con la libertad; y una persona es digna porque es
entendida como libre. Ahora bien, es necesario distinguir la libertad del
libertinaje -o la libertad salvaje, tal
como la denomina Kant. La libertad se
encuentra vinculada con la razón que produce sus normas de manera independiente
de las inclinaciones de la naturaleza en nosotros y siguiendo el procedimiento
Imperativo Categórico inscrito en la misma razón. La libertad salvaje, en cambio, significa
encontrarse dominado por las inclinaciones que la naturaleza nos impone. Así,
cuando Kant asocia la dignidad humana con la libertad, la relaciona con una
libertad que es fruto de una reflexión racional suficiente.
3.- Eutanasia como opción individual y problemática
social
La eutanasia suscita controversia en
las sociedades contemporáneas por el peso que tiene la religión en las esferas
estatales y sociales. Pero una adecuada reflexión respecto de la laicidad del
Estado y sus instituciones permitirá despejar muchos malentendidos, como el de
que las normas del derecho deben cortarse con las tijeras de las concepciones
del mundo nacidas de la religión. La profundización de la laicidad del Estado
se enfrenta con la actividad política de los lobbies religiosos que pululan en
instituciones claves. Pero la eutanasia
se debe presentar como una elección libre de los individuos que hacen un uso
autónomo de su capacidad de razonar. El mismo proceso de modernización social
colocará en su sitio las razones religiosas, y dejará libre el derecho y la
esfera social para la elección individual.
Muchas personas, intelectuales y
profesores universitarios consideran que la separación entre Estado y religión
no sólo erosiona las creencias religiosas de las personas sino que atenta
contra la misma tradición del país. Ello supone falsamente que el hecho de que
mi religión (sea la católica u otra) no sea la sancionada por el Estado y no
sea considerada la religión oficial, daña mis propias creencias. Ese argumento
es absurdo y no merece comentario. De
otro lado, quienes consideran al Perú como un país tradicionalmente católico y,
por lo tanto debe combatirse la laicidad del estado, caen en la misma falla de
razonamiento que quienes consideran que las corridas de toros, las peleas de
gallos y las peleas de perros son prácticas ancestrales en el país. Este razonamiento se podría extender a la
esclavitud de los negros. Aquí se confunde tradición con tradicionalismo de
manera indebida y a veces tendenciosa.
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