En
su clásico libro titulado El sometimiento
de las mujeres John Stuart Mill abre una reflexión sistemática y seria
respecto de la justicia para con las mujeres. El texto de Mill ha servido como
base para el movimiento de reivindicación de derechos de la mujer y contiene un
hilo argumentativo claro. De acuerdo a Mill, sucede que denominamos “naturales”
opiniones que se encuentran muy arraigadas en nuestra conciencia como sociedad,
de tal manera que consideramos que dichas opiniones describen la naturaleza del
mundo, de las personas y de las relaciones sociales. Pero lo que sucede en el
fondo es que dichas opiniones, en vez de describir las cosas tal como son lo
que hacen realmente es expresar nuestras creencias respecto de la realidad, lo
cual es un indicio de que ellas podrían modificarse.
Más
aún, Mill constata que cuando un
sentimiento se encuentra arraigado profundamente en las personas, las razones y
los argumentos no surten efecto en la remoción de opiniones y prejuicios. De
modo que:
“Siempre que una opinión está
arraigada con fuerza en los sentimientos, el peso preponderante de los
argumentos en su contra le añade estabilidad, más que quitársela. Pues, si la opinión estuviera aceptada como
consecuencia de unos argumentos, la refutación de los argumentos podría hacer
vacilar la solidez de la convicción; pero cuando esta se apoya únicamente en
los sentimientos, cuanto peor parada sale de lo los debates polémicos , más
convencidos quedan sus partidarios de
que su sentimiento debe apoyarse en unas bases más hondas a las que no alcanzan los argumentos; y
mientras persista el sentimiento, no deja jamás de acudir con argumentos nuevos
a repara las brechas que hayan podido sufrir los antiguos”[1]
Aquello
que Mill está señalando es que las opiniones sobre la esclavitud, la sumisión
de la mujer y la sexualidad humana no se basan en datos biológicos y no
describen nuestra propia naturaleza, sino que son una construcción social.
Quien indicó esto de manera más clara fue Michel Foucault, pero asoció su
observación a una política radical dirigida a subvertir nuestros juicios morales.
Sin embargo, es posible asumir la teoría de la construcción social de la
sexualidad sin comprometerse con la agenda radical de Foucault y los
postmodernos, sino asumiendo una agenda reformista que no atente contra la
capacidad de deliberar razonablemente respecto de los temas en cuestión.
Volveré más adelante sobre este asunto.
Durante mucho
tiempo sucedió en occidente y en otras partes del mundo que se creía que la
esclavitud era algo natural, y que estaba plenamente justificado sancionar
legalmente la relación amo – esclavo. Sin embargo, a mediados del siglo XIX dicha
creencia comenzó a resquebrajarse, y se dio un proceso social y político que fue terminando con la esclavitud de los
negros en occidente. La cristalización de dicho proceso fue la Guerra de
Secesión Norteamericana (1861 – 1865) en la que Abraham Lincoln tuvo un papel
determinante. Más allá del hecho de que los intereses económicos del norte
industrializado se contrapusiesen a los del sur básicamente rural, lo sucedido
en la Guerra Civil Norteamericana es que la creencia en la esclavitud de los
negros fue, de una u otra manera, derrotada, y se instauró en el sistema legal
la creencia en la igualdad entre negros y blancos. Ciertamente, la derrota en
el campo social de la creencia de la superioridad de la raza blanca sobre la
negra fue vencida en los Estado Unidos de América un siglo después, con la
lucha por los derechos civiles dirigida
por el Dr. King y otros. El hecho de que el triunfo de la igualdad en el ámbito
social se dé un siglo después del triunfo de la igualdad en el ámbito político
y legal expresa, entre otras cosas, el que las ideas de una sociedad no cambian
con la velocidad con la que pueden cambiar las leyes, y ciertas prácticas
sociales se mantienen aún durante un tiempo prolongado porque lo cambios de
mentalidad son lentos.
En
este proceso resultó de mucha importancia la participación de los negros, tanto
durante la Guerra de Secesión, como en el movimiento por los derechos civiles
de la segunda mitad del siglo XX. Durante la Guerra de Secesión los negros
participaron en el ejército de la Unión, que representaba a los Estados del Norte,
frente ejército de los Estados Confederados de América, que representaba a los
Estados del Sur. Un ejemplo de ello es
el 54° Regimiento de Infantería de Voluntarios de Massachusetts, organizado en
Marzo de 1863. Igualmente, durante la lucha por los derechos civiles fue
decisiva la participación de los negros. Por ejemplo, Rosa Parks, quien se
convirtió un ícono de este movimiento al negarse a ceder el asiento a un blanco
en un bus y sentarse al final del vehículo en Montgomery, Alabama el 1° de diciembre
de 1955. En 1950, ella se unió al Movimiento por los Derechos Civiles. De esta marea el proceso de reconocimiento de
los derechos de los negros en Estados Unidos expresó la voz de los mismos
involucrados[2].
El
proceso por el que se ha reconocido la igualdad legal, política y social de la
mujer frente al varón ha sido análogo a aquél que terminó con la esclavitud.
Aunque se trata de un fenómeno posterior, la lógica fue la misma: vencer unas
opiniones ancladas en la conciencia de las personas en occidente de que apuntan
a considerar verdadera la creencia de que el hombre es superior a la mujer y
ello debe traducirse en los códigos legales, sancionando la negativa al voto a
las mujeres o la prohibición al acceso a la educación o a la participación en
la vida pública de la sociedad sea por medio del trabajo o por la actividad
política. Pero la situación de la mujer, tal como lo señala acertadamente Mill,
es peor que la del esclavo durante la primera mitad del siglo XIX. Mientras que
el esclavo se encuentra junto a su amo en algunos momentos del día, pero no en
la cama mientras duerme, la mujer llega a dormir al lado de su “amo”. En otras palabras, la sujeción de la mujer al
varón es mayor que la que sufre el esclavo frente al amo. Pero en ambos casos
dicha sujeción se fundamente en una supuesta naturaleza humana. Y, al igual que
con el caso de la supresión de la esclavitud, para que el sometimiento de la
mujer al varón sea combatido plenamente no basta con la legislación, sino que
es necesario una educación en la sociedad para que ciertas prácticas vayan
quedando en el pasado.
Mill
describe la situación de la mujer, señalando que en la antigüedad:
“La propia Iglesia cumplía con una moral superior requiriendo que la
mujer pronunciara expresamente un ‘sí’ en la ceremonia del matrimonio; pero no
había nada que demostrara que aquél consentimiento no fuera forzado; y a la
muchacha le resultaba ppácticamente imposible negarse a aceptar si el padre se
empeñaba, salvo quizá en casos en que ella pidiese acogerse a la protección de
la religión manifestando su deseo firme de tomar los votos y hacerse monja.
Después del matrimonio, igualmente, el marido tenía derecho de vida o muerte
sobre su esposa. Ella no podía recurrir a ninguna ley contra él: él era su
única ley y tribunal. Durante mucho tiempo el marido pudo repudiarla sin que
ella tuviese la misma capacidad respecto de él“.
Y
sigue retratando, ya no la condición de la mujer en las épocas anteriores a su
época, sino, las que están vigentes durante la segunda mitad del siglo XIX, con
estas palabras:
“En vistas de que estas diversas
monstruosidades han quedado en desuso los hombres suponen que el contrato
matrimonial ya es todo como debe ser; y se nos dice constantemente que la
civilización y el cristianismo han
devuelto a la mujer sus justos derechos. Mientras tanto, la esposa es una
verdadera esclava del marido, y no en menor medida, en lo que a las
obligaciones legales, que los esclavos a los que no suele dar comúnmente el
nombre de tales. En el altar le jura obediencia perpetua, y la ley le obliga a
mantenerla mientras le dure la vida….La mujer no puede realizar acto alguno más
que con permiso de su marido, al menos tácito. No puede adquirir ninguna
propiedad si no es para él; en el momento mismo en que ella adquiere algún
bien, pasa a ser de él automáticamente”[3].
Y un poco más abajo, muestra cómo
la condición de la mujer es peor que la del esclavo:
“No quiero decir, ni mucho menos,
que en general se trate a las esposas peor que a los esclavos; pero ningún
esclavo es tan esclavo, en el sentido pleno de la palabra, como lo es la esposa
para el marido. Casi ningún esclavo, salvo alguno que ejerza de criado o
custodio personal del amo, es esclavo a todas horas y a cada minuto; en general
suelen tener, como los soldados, una tarea fija, y cuando la han realizado o
cuando no está de servicio, puede
disponer de su tiempo libre dentro de ciertos límites, y hace una vida familiar
en la que rara vez se entromete el amo. El ‘tío Tom’, bajo su primer amo, tenía
su ‘cabaña’ en la que hacía su propia vida, casi como cualquier hombre que
vuelve a su casa y con su familia después del trabajo. Sobre todo, la esclava
tiene un derecho reconocido (en los países cristianos), y se le considera
sometida a la obligación moral de negar a su amo la mayoría de las familiares.
No así la esposa: por muy brutal que sea el tirano al que tiene la desventaja
de estar encadenada (aunque ella sepa que la odia, aunque él se complazca
diariamente en atormentarla, y aunque a ella le resulte imposible dejar de
aborrecerlo), el marido puede exigirle y obligarle a someterse a la más baja de
las degradaciones de un ser humano, la de servir de instrumento de una función
animal opuesta a sus inclinaciones. Mientras la esposa se ve sometida en su
propia persona a esta esclavitud, la peor de todas, ¿cuál es su situación en lo
que respecta a los hijos que tienen en común su amo y ella. Por ley, los hijos
son de él. Solo él tiene derechos
legales sobre ellos”.[4]
Me
he permitido citar extensamente el texto de Mill, porque la viveza de su
descripción grafica con claridad la situación en la que la mujer vivía durante
su época y antes del siglo XIX.
Podríamos señalar que las condiciones de vida de las que gozan las
mujeres en la actualidad han dejado en el recuerdo aquél retrato que el
filósofo inglés nos presenta. Hoy las mujeres gozan de las libertades y derecho
que sus antepasadas ni soñaron llegar a gozar. Muchas de ellas son
profesionales destacadas, jefes de estado y líderes importantes. Pero no hemos
de dejar de ver que en ciertos sectores urbanos de las ciudades de todo el
mundo, y en la mayoría de las zonas rurales, la situación no ha mejorado
sustantivamente. La falta de libertades de muchas mujeres se encuentra asociada
a la ausencia de acceso a la educación que le permita tener la acceso a la
información relevante respecto de los accesos que podrían activar para revertir
la situación a las que parecen estar destinadas. Prácticas como el acoso sexual
al paso, en la calle, el acoso en el trabajo y la violación dentro de la
familia son algunos de los daños físicos, psíquicos y morales que las mujeres
siguen sufriendo en nuestros días. La
tasa de feminicidio es alarmantemente alta en todo el mundo.
Si en tiempos de
paz la situación de muchas mujeres es peor que la de los varones, en tiempo de
conflictos armados ellas llevan siempre la peor parte. Ello ha sido claro
durante el conflicto armado interno que ser vivió en Perú ente el 80 y el 2000.
No hay conflicto armado en el que práctica de la violación y el sadismo sexual
no esté presente, lo que hace a las mujeres más vulnerables que los varones. En
Perú, el sector más vulnerable respecto a la violencia ha sido personas que
conjugaban estos tres rasgos: quecha o aymarahablante, campesino y mujer. Y la
violencia venía tanto de parte de de
Sendelo Luminoso y el MRTA, como de las Fuerzas Armadas
1 comentario:
Muy interesante, Alessandro, y bien expuesto.
Saludos
Héctor
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