lunes, 29 de abril de 2013

VERDAD, FE Y RAZÓN. LA CUESTIÓN DE LA VERDAD EN "CARITAS IN VERITATE" (SEGUNDA PARTE)


2.- Verdad y Razón

            La concepción de Verdad utilizada en la encíclica, y el concepto de razón aneja, es de origen claramente griego. Ya antes, el Discurso de Ratisbona Benedicto XVI había señalado que su punto de vista es que el concepto de Verdad con el que debe comprometerse la Iglesia es el concepto griego de Verdad, es decir, un concepto de Verdad metafísica al que la Razón, de usarse correctamente puede llegar. El argumento que sostiene esta afirmación es que si bien Jesús no era griego y no pensaba en categorías helénicas, la primera inculturación del mensaje cristiano (según se afirma) es en el mundo griego. Esta primera inculturación tendría carácter normativo sobre las sucesivas inculturaciones. Estas afirmaciones presuponen dos cosas que es necesario discutir. La primera es si la teología paulina, que es la más helenizada, es realmente normativa; y la segunda es si la figura de Jesús no debería tener carácter normativo sobre la teología paulina. Estas dos preguntas tienen que ver con el problema de la helenización que abordaré en la cuarta sección.
            El concepto de Verdad que se encuentra en cuestión en la encíclica es el de una Verdad metafísica, es decir, una Verdad que trasciende el ámbito de las experiencias, y se señala que a través de la Razón se puede acceder a aquella Verdad metafísica. De esta manera, el concepto de razón que entra en juego aquí es la de una razón que puede tener conocimientos hiperfísicos. Se trata de una razón engrosada y sumamente poderosa, que puede llegar a conocer las esencias de las cosas y los objetos metafísicos. No necesariamente esta razón puede limitarse a hacer ciencia de la metafísica (como lo afirma Aquino), sino que puede ir más allá y conducirnos a la sabiduría (como lo señala Agustín de Hipona).  No hemos de olvidar que Joseph Ratzinger es de orientación agustiniana[1].

3.- Concepciones rivales de la verdad y de la razón

             
En esta sección me centraré en la concepción kantiana de la verdad. Esto se justifica porque en el discurso de Ratisbona Benedicto XVI argumenta explícitamente contra Kant, y es necesario entender a Kant para evaluar si la crítica tiene fuerza.
Como es sabido, Kant establece una distinción entre la razón especulativa y la razón práctica en su obra central, la Crítica de la razón pura. De acuerdo con Kant, cuando la razón se aboca al conocimiento lo que encuentra es que sus poderes epistémicos son restringidos y sólo puede conocer los objetos de nuestra experiencia, es decir, el conocimiento se limita a los fenómenos, pero no puede conocer ni los objetos de la metafísica trascendente (como Dios, el alma, etc.) y tampoco puede conocer las esencias de las cosas, lo que él denomina cosas en sí. Ahora bien, los fenómenos son constituidos por las estructuras de la parte de la mente que Kant denomina entendimiento. Tales estructuras son llamadas por Kant categorías. Pero a la hora de constituir los objetos del conocimiento, es decir los fenómenos, también intervienen elementos que son propios de la parte de la mente que Kant denomina sensibilidad y que contiene lo que se conoce como formas puras de la sensibilidad, que son el espacio y el tiempo.
            Tanto las categorías como las formas puras de la sensibilidad no son objetos de nuestro conocimiento, sino que son condiciones de posibilidad del conocimiento de los fenómenos. Ambos elementos constituyen parte de lo que Kant denomina “metafísica trascendental”. De esta manera, a diferencia de la perspectiva de Agustín y Aquino, Kant no asume una metafísica trascendente, que refiere a objetos que se encuentran más allá de la experiencia y que podrían ser conocidos; sino que presenta una nueva metafísica, que es la “metafísica trascendental”, que opera de la siguiente manera: partiendo del hecho del conocimiento de los fenómenos y se remonta a las condiciones que lo hacen posible. Esas condiciones, las categorías y las formas puras de la sensibilidad constituyen la metafísica trascendental y cuentan con dos características fundamentales: no se tratan de objetos de nuestro conocimiento, sino de hipótesis necesarias si es que queremos explicarnos el conocimiento legítimo, y se encuentran en la mente y no son elementos trascendentes a ella. Además, los fenómenos  no son un puro producto de nuestro psiquismo, sino que se constituyen a través de la elaboración de las “materias primas” que son los datos sensibles que son recogidos por la sensibilidad  y son articulados por las categorías del entendimiento[2].
            De esta manera Kant señala algo que preocupa profundamente a los eclesiásticos: no es posible tener conocimiento de Dios, ni de la naturaleza humana tal como es. Lo máximo que podemos decir, es que conocemos al ser humano desde el punto de vista del fenómeno, es decir, tal como aparece ante nosotros, pero no tal como es en sí. La primera imposibilidad ha sido causa de que se señale a Kant como el padre del ateísmo y de la “muerte de Dios”, razón por la cual muchos clérigos odian más a Kant que a Nietzsche. De Nietzsche pueden sostener que era un demente y su pensamiento se descalifica por esa razón. Queda claro que esta acusación constituye una falacia ad hominen. En el caso de Kant, no se puede señalar demencia (sólo demencia senil), pero sí mala fe, pero de ninguna manera honestidad intelectual.
            El caso es que el trabajo filosófico de Kant es serio y permite sentar un punto de partida importante no sólo para el idealismo alemán que se desarrollará posteriormente, sino que permite un  punto de partida para las orientaciones fenomenológicas, sacando a relucir lo que Isaiah Berlin denomina distinción entre conceptos de la mente y hechos crudos[3]. Pero si respecto de Dios  y la metafísica Kant cierra todas las puestas del  conocimiento, desde el punto de vista de la ética Kant postula que la esencia del ser humano es la libertad. El término “postulado” está usado en este contexto no como sinónimo de “creencia arbitraria”, sino como necesaria para satisfacer los requerimientos de la razón que se pregunta por las condiciones de posibilidad de la experiencia moral. Es por ello que la metafísica trascendental de Kant es también denominada “metafísica de la libertad”.
            De esta manera, desde el punto de vista ético el ser humano es esencialmente libre. Pero la libertad no significa aquí la licencia para satisfacer todos los impulsos, inclinaciones o caprichos. La libertad para Kant significa dos cosas al mismo tiempo: la capacidad de producir las propias normas morales y la capacidad de ajustar el comportamiento a las mismas. El primer sentido de la libertad hace del ser humano un ser autónomo, es decir, un ser capaz de autolegislarse tanto moral como jurídicamente. Dicha autolegislación es posible porque en la razón humana reside un procedimiento que permite producir normas morales legítimas, que pueden ser reconocidas como válidas por todo ser racional. El procedimiento denominado “imperativo categórico” asegura la autonomía moral de las personas y los libera de tener que depender de guías externas para su conducta, como son los mandatos de las autoridades o las preceptos de la religión. Esto no quiere decir que esos mandatos y preceptos deban de ser rechazados simplemente porque provienen de fuera del sujeto, sino que si contienen algún contenido moral la instancia llamada a determinarlo es la razón misma. De esta manera, el decálogo de la Torah es “moral” y “santo” no porque la Biblia y las religiones así lo indican, sino porque pasan el examen de validez moral que hace la razón.
            El otro sentido de la libertad subyacente a este primero de la autonomía es el de la voluntad libre. La voluntad humana sólo es libre si ajusta su conducta a lo que la ley moral –producida a través del imperativo categórico- exige.   La voluntad libre se distingue del arbitrio sensitivo o salvaje y del libre arbitrio. El arbitrio salvaje es el que actúa según las inclinaciones y las pasiones y no conduce al ser humano a la libertad sino a la de las leyes generales de la naturaleza, que organizan nuestros deseos y pasiones. El libre arbitrio es un concepto que Kant comienza a desarrollar posteriormente  (durante la década de 1790, en la Metafísica de las costumbres y en la Religión dentro de los límites de la mera razón), y representa el principio de la voluntad (que tiene un fundamento insondable) que permite a la persona elegir entre ceñir su comportamiento a la ley moral o seguir principios inmorales. Cuando una persona decide consciente y sistemática  seguir principios inmorales se produce lo que Kant denomina una “inversión del orden moral” y se inserta en su persona el “mal radical”, es decir, el mal que anida en la voluntad perversa que es la raíz de sus acciones deliberadamente malévolas. La religión suele representar el mal radical con la imagen de un ser externo al ser humano, a saber, el demonio, pero en realidad éste no se encuentra fuera sino dentro del sujeto[4].
            La posición de Kant respecto a la razón es muy distinta al concepto clásico de razón que Benedicto XVI reivindica. Mientras que la concepción clásica rechaza la distinción entre razón teórica y práctica (y en especial, la versión neoplatónica que recoge Agustín, que rechaza el quiebre de la línea tal como lo presenta Platón en el símil de la línea de la República, la concepción kantiana opera dicha distinción. De acuerdo a la mentada “concepción clásica” la razón está dotada de los poderes epistémicos suficientes para remontarse por sobre el suelo de la experiencia y acceder al conocimiento de de entidades hiperfísicas, constituyendo lo que Heidegger va a denominar “onto-teo-logía”, que confunde el sentido de la metafísica y reemplaza el ser por los entes. Así, los objetos de la denominada “metafísica especial, a saber Dios, Alma y Mundo (objetos de la teología racional, de la psicología racional y de la cosmología racional respectivamente) van simplemente entes, objetos metafísicos, pero no van a constituir de ninguna manera elementos de la metafísica en su sentido originario[5].
            ¿Qué argumentos van a conducir a Benedicto XVI a rechazar la versión kantiana de la razón y a abrazar la versión que denomina clásica? Son varias las razones. La primera es porque con la versión clásica se podría tener un conocimiento de objetos metafísicos, como Dios y la naturaleza humana, y a partir de dicho conocimiento se podría decir cuáles son las exigencias que provienen de una teología moral moldeada de acuerdo a la onto-teo-logía. Pero el argumento central señala que la versión clásica de la razón y la Verdad es normativa para el cristianismo, porque son las categorías de pensamiento que estaban presentes en el contexto cultural en  se da la primera inculturación del mensaje cristiano a través de la obra de Pablo de Tarso. Este asunto nos conduce directamente a la cuestión de la helenización y la deshelinización del cristianismo.


[1] En su homilía en Ostia, el 15 de noviembre del 2004, en el contexto de las celebración del 1650 aniversario del nacimiento de Agustín de Hipona, el Papa señaló que el Santo, al igual que nosotros, el vacío de las ideologías y “experimentó profundamente la libertad hasta convertirse en su esclavo, como el Hijo Pródigo, quien acabó siendo guardián de cerdos y comiendo algarrobas. Si somos sinceros con nosotros mismos, no podemos negar que esa parábola refleja plenamente nuestra condición existencial. La auténtica libertad está sólo en la amistad con el Señor”  Y siguiendo comentando la situación existencial de Agustí señala: “Experimentó el gran vacío de las ideologías de su tiempo. Agustín sintió una gran sed de esa Verdad que abre el camino a la Vida” y remata su concepción de la Verdad como Sabiduría de vida que recoge de Agustín, dice “Comprendió que nadie es capaz de llegar a Dios con sus propias fuerzas y al final descubrió que la auténtica Sabiduría es Cristo”
[2] KANT, Immanuel; Crítica de la razón pura, México: FCE, 2009. Cf. Analítica trascendental. Sección tercera del hilo conductor para el descubrimiento de todos los conceptos puros del entendimiento. De los conceptos puros del entendimiento o categorías. Pp. 119-128.
[3] BERLIN, Isaiah; El objeto de la filosofía, en: BERLIN, Isaiah; Conceptos y categorías. Ensayos filosóficos, México: FCE, 2004. Allí Berlin señala que Kant fue “el primer pensador que trazó una clara distinción entre las preguntas por los hechos, por una parte y, por otra, las preguntas acerca de las estructuras en que estos hechos se nos presentaban”. P. 36.
[4] KANT, Immanuel; La religión dentro de los límites de la mera razón, Madrid: Alianza editorial, 2001. Primera parte: De la inhabitación del principio malo al lado del bueno o sobre el mal radical en la naturaleza humana.
[5] HEIDEGGER, Martín; Ser y tiempo, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1997.

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