Las encíclicas
papales suelen tener diferentes objetivos. Algunas tienen versan sobre teología
moral, otras sobre teología natural,
otras, en cambio, sobre teología social y su contribución a la denominada Doctrina
Social de la Iglesia, etc. La encíclica que voy a comentar en esta oportunidad
tiene este último objetivo. Se trata de una encíclica de carácter eminentemente
social, que denuncia su propósito al establecer una relación de continuidad con
la encíclica “Populorum Progressio” de Pablo VI.
Por la naturaleza de la encíclica,
uno podría detectar ciertos puntos para el análisis y la reflexión. Dos de
ellos caen por su propio peso. El primero lo constituye la cuestión de la
manera en que se establece el vínculo de continuidad con la encíclica
precedente de Pablo VI, mientras que el segundo es el esclarecimiento del
término “desarrollo” en la encíclica de Benedicto XVI. Pero, puesto que el
título del documento incluye el término “Veritate”, no debe escapar a nuestra
reflexión qué se entiende por éste. Es por esta razón que me dedicaré, en las
siguientes páginas, a analizar el concepto de verdad que entra en acción
en el documento.
Tal vez se podría pensar que se
trata de un trabajo vano, y alguien podría argüir que es claro qué significa la Verdad.
Otros podrían decir que el tema de la Verdad nos distrae del tema
central de la encíclica, que es la caridad entendida como desarrollo. Pero
enfocar el tema de la Verdad no es ni vano ni se
encuentra descontextualizado. No es vano, porque el supuesto que señala que
todos entendemos y estamos de acuerdo en lo que se asumen que es la Verdad , es un supuesto que
no es evidente. Tampoco se encuentra
descontextualizado, puesto que el documento
que nos ocupa entiende que el desarrollo tiene una imbricación estrecha
con la Verdad
tal como se concibe, de tal manera que se podría afirmar que en él se sugiere
que hay un modelo correcto de desarrollo versus otros modelos incorrectos de
desarrollo, modelos que se encuentran “fuera de la Verdad”.
El
problema del “modelo correcto de desarrollo” también es importante, y no se
puede desplazar señalando, a la ligera, que se trata del concepto compartido
por los organismos internacionales que tienen mayor prestigio actualmente, como
Naciones Unidas. Que yo sepa, en ningún texto de la ONU se vinculan de manera tan
directa “desarrollo” y “verdad”. Lo máximo que se puede encontrar en la
conexión de “desarrollo” y “libertad”, por parte de uno de los gestores más
importantes de la ONU ,
a saber Amartya Sen. De manera que la encíclica está dando por sentado un
conjunto de conceptos que requieren examen
y aclaración.
El
presente texto tiene como objeto esclarecer el concepto de Verdad utilizado, a
fin de espejar un conjunto de dudas y cuestionamiento que el documento nos
deja. Para ello abordaré la cuestión siguiendo el itinerario siguiente: puesto
que el tema de la verdad tiene una preeminencia especial, abordaré la novedad
de esa preeminencia como una de las mayores novedades de la encíclica de
Benedicto XVI frente a la de Pablo VI (1). En vistas de que el concepto de
Verdad es correlativa al concepto de Razón, pasaré a examinar ambos conceptos en
el documento, a trasluz de otros textos de Joseph Ratzinger (2) y sopesar tales concepciones con otras
concepciones rivales de Verdad y Razón (3). Puesto que los conceptos de Verdad
y Razón que la encíclica propone son conceptos que provienen de la filosofía
griega, se hace necesario abortar el problema de la helenización del mensaje
cristiano (4). Finalmente, anotaré algunas conclusiones (5).
1.- La novedad de “Caritas in Veritate” respecto de
“Populorum Progressio”
La novedad central de la encíclica
de Benedicto XVI respecto de la de Pablo VI consiste precisamente en el énfasis
respecto a la Verdad. El tema de la Verdad se encuentra presente desde el
título y es el tema de la primera parte del documento. Ciertamente, el tema de
la Verdad también se encontró en la encíclica de Pablo VI, pero no ocupando un
lugar tan grande. La intensidad no lo
determina, claro está, el dedicarle más o menos páginas, sino dedicarle un
lugar central (en el título y en la primera parte). También hay otras
novedades, pero menores, respecto a los cambios que se han dado en la sociedad
en los años que separan una encíclica de la otra.
De esta manera, en el primer párrafo
de la encíclica se señala:
“La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho
testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la
principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda
la humanidad”[1]
Y respecto del amor (“caritas”) se
señala que:
“Es una fuerza que tiene tu
origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta”[2].
Y continúa señalando que defender la verdad, proponerla con humildad y
convicción y testimoniarla en la vida sin formas exigentes de insustituibles de
caridad. Hasta este punto, encontramos en el documento un compromiso perfectamente
esperable en un documento pontificio, aunque sorprende los términos “defender”
y convicción”.
Ciertamente, y especialmente cuando
nos ubicamos en el terreno de las creencias religiosas, las personas suelen
asumirlas en un sentido fuerte, con
cierta convicción. Es propio de toda creencia la característica de que alguien
la asume con cierta actitud conservadora. Todos tenemos una tendencia natural a
ser conservadores con nuestras creencias, pues resulta ser psicológicamente
costoso transformar creencias que se encuentran en el corazón de nuestros sistemas
de creencias.
Pero esa natural actitud
conservadora, que es sana, adquiere, a lo largo del texto una “vuelta de
tuerca” que llama la atención. Así, citando a Pablo de Tarso –Ef. 45- se señala
que es necesario que la verdad se funde en la caridad (veritas in caritate), pero se añade algo que requiere explicación,
que el sentido inverso también es correcto, es decir que hemos de basar la
caridad en la verdad. En la formulación de Pablo de Tarso, queda clara la primacía
de la caridad. En la afirmación de Benedicto XVI queda subrayada la primacía de
la Verdad. Ciertamente, esto se puede entender de la siguiente manera: tanto el
amor como la verdad son importantes en la creencia religiosa, pero es difícil
creer que la Verdad pueda tener prioridad sobre el amor sin generar sufrimiento
y crueldad.
La centralidad que va adquiriendo la
Verdad en el texto va conduciendo a la creencia religiosa en una convicción
combativa. Aparece como un grito de batalla de la milicia que se enfrenta a la
llamada “dictadura del relativismo”, ciertamente sin entender claramente qué
podría significa esto último. Que yo sepa, nadie está realmente comprometido
realmente con el relativismo, ni en la filosofía ni entre las personas de a
pie. Y si fuese el caso de enfrentar el relativismo, hay que esgrimir
argumentos, no armar milicias, pues enviar un ejército de creyentes en la
Verdad demuestra lo contrario de lo que se busca: si lo que se busca mostrar
que es mejor la convicción al relativismo, lo que termina por presentarse es
que carecemos de razones que dar a las personas de que el relativismo es una
mala idea. Traigo a colación el combate contra el relativismo, porque la vuelta
de tuerca que sobrevalora la Verdad da cuenta que la cuestión preocupa de
manera desmedida.
Ahora bien, la centralidad en el
tema de la Verdad es un tema recurrente en las preocupaciones de Joseph
Ratzinger. Ello responde a la visión de la sociedad como “perdida” en el
libertinaje, en la ausencia de sentido y en el relativismo. Este análisis lleva
a Ratzinger a valorar la integración de la religión y la vida social y política
que se da en las sociedades integristas islámicas, lo que siembra una duda
respecto de las democracias occidentales contemporáneas[3].
Esa ausencia de integración entre la Verdad religiosa, la sociedad y la
política es vista como un mal en occidente. Es por ello que el Papa ha
intentado subrayar las bases cristianas de la cultura, la sociedad y la
política europeas.
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