Ciertamente
resultaba poco creíble la profecía de los Maya, según la cual el fin del mundo
se realizaría el 21 de diciembre pasado. Hacía falta ser demasiado
supersticioso para abrazar esa creencia. Pero todo este revuelo, que fue tomado
en broma incluso por Mario Monti, quien esperó ese día para demitir con la
frase “tutto é finito”; en todo este revuelo, digo, se encuentra algo que es
interesante pensar en serio.
En un primer sentido siempre
asistimos al fin del mundo, como el acabamiento de nuestras creencias y el
cambio de las mismas. Y en este mundo globalizado y de cambio vertiginoso,
siempre necesitamos adaptarnos a las nuevas situaciones, aunque tal vez estemos
ya demasiado acostumbrarnos a adaptarnos y no a transformar nuestro entorno.
Pero por otro lado, el fin del mundo supone un cambio de era, que no es otra
cosa que una transformación en nuestros hábitos de pensamiento.
Quiero recorrer este segundo
camino, el del cambio de nuestros modos de pensar. Esta idea me trae a la mente
el subtítulo de un libro de William James, obra a la que le tengo gran aprecio.
El título es Pragmatismo, y el subtítulo es “un nuevo nombre para viejas formas
de pensar”. Ciertamente, James no quería darle un significado especialmente
conservador a su filosofía. La segunda idea que viene a mi mente es la idea del
conductismo, que se ha renovado en nuestros tiempos, según el cual los hábitos
nos hacen a nosotros como sujetos, en vez de que nosotros a ellos. Esta
creencia conductista es obscenamente conservadora y ha penetrado en muchos
campos de la vida social en las experiencias de las personas. La creencia de
que el conductismo es verdadero se conecta con la idea según la cual una
persona tiene que ser realista y no idealista. Y la palabra realista esconde
dos ideas detrás: la primera es que uno debe adaptarse a un mundo que no puede cambiar, mientras que la
segunda es que uno debe de ceder al desencanto y al desánimo, y seguir para
delante aceptando las condiciones que el “sistema le impone” y frente a las
cuales no hay nada que hacer.
Ambas ideas no resisten el
mínimo examen conceptual e histórico. De hecho un mundo globalizado como el que
tenemos es un mundo en constante transformación, y los medios para participar
de esa transformación han sido democratizados por el avance tecnológico. Pero
no quiero ir por este derrotero. Lo que me interesa aquí son las condiciones
psíquicas en las que los jóvenes de hoy se enfrentan a este mundo. El
desencanto ha convertido a esos jóvenes en espectros que viven sus vidas
divididos entre lo que sueñan y lo que creen que pueden lograr. Como prueba de
ello, sugiero ver la comparación de los jóvenes de hoy y los del mayo del 68.
Es evidente que nos estamos
abriendo a una nueva era, pero es necesario pensar qué clase de era
necesitamos: ¿acaso la del realismo desencantado y la del conductismo coactivo?,
¿o aquella que ve en las nuevas condiciones sociales, políticas y tecnológicas
una oportunidad para participar en la transformación de nuestro mundo? Tanto el
realista desencantado, que cree que el mundo no se puede cambiar y sólo queda
adaptarse, como quien cree lo contrario no cuentan más que con creencias, con
apuestas, sin evidencia certera alguna. Ambos se encuentran frente a la misma
necesidad de apostar. Si queremos un mundo que dé cabida a nuestras
aspiraciones, hemos de persuadir a los jóvenes de hoy que vale la pena apostar
por el cambio.
1 comentario:
Mientras leía este ensayo, recordé una parte de la película "Wings of Desire" de Wim Wenders en la que un personaje manifiesta que lo importante no es cambiar el modo de ver las cosas, sino el modo en que las pensamos... creo que lo importante radica en permitirle a nuestro pensamiento ejercer su función a cabalidad, lo cual supone ser creativos y estar abiertos a nuevos modos de actuar en y por el mundo. Por otro lado, no podemos olvidar que el desarrollo de la civilización es intrínsecamente histórico y, por lo tanto, los hechos políticos, sociales y económicos también lo son. Esto significa que podemos transformar la realidad (ya que todo hecho social responde a un contexto) y para ello es necesario robustecer el pensamiento crítico y comprender que el "principio de realidad", en términos freudianos, no está dictado por un poder supremo, sino organizado por humanos que andan de a pie.
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