domingo, 6 de enero de 2013

La querella sobre el liberalismo

El significado y la naturaleza del liberalismo han generado una serie de discusiones desde sus orígenes, entre los siglos XVI y XVII. Pero desde el siglo XIX el nombre ha sido usurpado por un grupo de pensadores de derecha que lo usan para defender el libre mercado sin restricción. Estos autodenominados "liberales" consideran que las únicas libertades que el sistema político, el Estado, e incluso las instituciones de formación moral, han de defender son las libertades económicas de quienes pueden competir exitosamente en el mercado. El último de estos confundidos es el blogero Paul Laurent, quien cuestiona la distinción entre liberalismo económico y liberalismo político, que ha presentado hace poco Nelson Manrique.

He de señalar que concuerdo con Laurent en que tal distinción es falaz, pero lo considero por razones  diferentes. Para él, lo único que merece la pena llamarse liberalismo es el que él denomina "liberalismo económico". En cambio, considero que lo único que merece en serio tal apelativo es el liberalismo político, que tal como Gonzalo Gamio ha señalado acertadamente, lejos ser la ideología -que Laurent y sus correligionarios defienden- constituye una familia de doctrinas políticas que tienen como centro la defensa de la democracia, de los derechos fundamentales y el rechazo a la tiranía o al autoritarismo, entre otros valores públicos. El  mal llamado "liberalismo económico" no constituye en ningún sentido una forma de liberalismo, porque simplemente, en su afán de defender sólo las libertades económicas, atenta abiertamente contra las demás libertades, como las políticas, las sexuales, las de conciencia, y especialmente aquellas que tienen que ver con las personas que se encuentran en desventaja en la sociedad. Desde sus orígenes, el liberalismo ha sido una doctrina política que ha reivindicado, al lado de la libertad, tanto a la autonomía del sujeto y como la igualdad entre ciudadanos.

Laurent expone una idea recurrente en los ideólogos dogmáticos del erróneamente llamado "liberalismo económico", a saber, la economía determina las relaciones políticas y las consideraciones morales. En esto no se distinguen de marxismo más simplificado. Así, consideran que el poder económico debe de convertirse en poder político, y que la formación moral de las personas debe de servir para fortalecer los valores del mercado.  Paro estos personajes, ideológicamente formados, abrazan una concepción de la economía que es debatible: se trata de la teoría de los mercados perfectos que la teoría neoclásica propugnó. Dicha teoría cuenta con varios problemas, pero el más serio es que en ninguna parte del mundo existen ni han existido mercados tal como esa teoría los describe, y permanentemente los Estados han tenido y tienen que intervenir para corregir las distorsiones producidas. Y el otro problema central es la creencia de la distribución de la riqueza por medio del "chorreo". Ciertamente, la teoría neoclásica tiene otros problemas que no mencionaré.

Esta teoría económica tiene como uno de sus indicadores al PBI, indicador que no permite ver las desigualdades, ni otras cosas que teorías recientes como la del Desarrollo Humano o la teoría de las Capacidades, desarrolladas por Sen y Nussbaum entre otros, han presentado. La teoría de las Capacidades, por ejemplo, se centra en las libertades de las que las personas pueden gozar de manera efectiva, y aquí las libertades no son sólo libertades en el mercado, sino también libertades políticas, la educación y la salud como fuentes de libertades, entre otras.

El dogma que Laurent y otros defienden, como verdad absoluta, se presenta como bastante cuestionable. En realidad, el liberalismo no se encuentra comprometido con un mercado omnipotente que controla las demás esferas sociales, sino con una política liberal que busque hacer valer los derechos y las múltiples libertades de todos. Es decir, en vez de que la política, la moral y el derecho se encuentren subordinados a la economía (entendida en sentido neoclásico), la economía debe encontrarse subordinada a una concepción liberal de la política. La concepción liberal de la política tiene diferentes variantes, de acuerdo a cada doctrina que forme parte de la familia de concepciones liberales, pero algo que no debe faltar en ella es una alta consideración de los derechos fundamentales, la igualdad y la democracia, como valores políticos centrales, a los que se pueden añadir otros más.  

Pero se puede entender muy bien la estrategia de estos mercantilistas cuando dirigen su artillería de juguete contra el liberalismo político. Es claro que ellos representan a una derecha que, si bien desconfía de la democracia, pretenden presentarse como los únicos demócratas del espectro político, pues la extrema izquierda no se encuentra comprometida con una democracia liberal. Pero como han visto florecer una robusta tradición liberal que pasa por Locke, Kant, Berlin, Rawls, Rorty y Sen, entre otros, pretenden atacar dicha tradición, que tiene diferentes ramificaciones y que es sumamente fructífera al defender las libertades, la autonomía y la igualdad civil. Es por ello que sindican, de manera absurda, de comunistas a pensadores como Rawls, Rorty y Sen. Todo quien tenga una cultura política básica sabe que esa acusación es falsa. La estrategia es simplemente descalificar un liberalismo político que se compromete con un liberalismo de izquierda.
  
      

1 comentario:

claudia dijo...

Distinción sumamente importante la que se hace en este ensayo.