domingo, 19 de agosto de 2012

LA VIGENCIA SOCIAL DE LOS DERECHOS HUMANOS EN LA ESCENA PERUANA RECIENTE (PRIMERA PARTE)

El problema de los derechos humanos en sociedades como la peruana tiene varias aristas  como la de la justificación filosófica, el respeto de parte del Estado y otras organizaciones, así como la consolidación de una cultura de derechos mediante la promoción de la vigencia social de los mismos. Se entiende por vigencia social de los derechos humanos el reconocimiento que los miembros de una sociedad tienen de ellos. De este modo, en sociedades donde los derechos tienen una alta vigencia encontramos que los ciudadanos reconocen el valor de éstos y la necesidad de comprometerse con ellos; en cambio, en aquellas sociedades donde tales derechos tienen baja vigencia encontramos que los ciudadanos se encuentran escasamente comprometidos con ellos. 

Durante la segunda vuelta de la última campaña electoral en el Perú, muchos sectores han manifestado abierta o veladamente un escaso compromiso con los derechos humanos. Tanto políticos como empresarios y periodistas, así como personas particulares, han sostenido que no tendrían ningún problema en poner sobre una balanza el respecto de los derechos humanos y la supuesta continuación del crecimiento económico que ha tenido el Perú en los últimos años. Más allá de si Keiko Fujimori representase o no la continuación de una política de violación de los derechos u Ollanta Humala representase un quiebre radical en la política económica, en el país el debate electoral en la segunda vuelta tuvo como uno de sus componentes la cuestión del compromiso de los agentes político, económicos y periodísticos, como el de muchos ciudadanos de a pie, con los derechos humanos.

            El alto porcentaje de ciudadanos que ha manifestado una posición adversa a los derechos humanos, ante el dilema “continuación con el modelo económico vs. derechos humanos” se suma a otro dato que ha revelado Alfredo Torres en su libro “Opinión pública 1921-2021”[1]. Dicha información sostiene que en el Perú sólo un 25% de la población se encuentra realmente comprometida con la democracia. Según Torres, un 25% de la ciudadanía se encuentra profundamente comprometida con el autoritarismo y un 50% acepta la democracia, pero no se encuentra comprometida con ella.  El panorama está claro. En el Perú hay un cuarto de la población que prefiere un gobierno autoritario a uno democrático, y por lo tanto se encuentra o escasa o nulamente comprometido con los derechos humanos; por otra parte, entre un 50% de la población se encuentra un grupo de ciudadanos que no dudarían en colocar en la balanza los derechos humanos con algún otro bien, que es realmente inconmensurable con éstos, como el de la continuación del modelo económico.  

¿Por qué razones un amplio sector de los ciudadanos no se encuentra comprometido con los derechos humanos? Esta es una pregunta que no resulta fácil de responder. Entre las múltiples razones de ello podemos destacar las siguientes: a) el despliegue de una política que cierto sector de la clase política ha realizado en contra de los derechos humanos y el trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación; b) los intereses particulares de sectores empresariales que ven en la democracia y en todo lo que ella implica (incluso los derechos humanos) un escollo para la persecución de sus intereses particulares; c) una educación primaria, secundaria, terciaria y universitaria de carácter autoritaria, y d) la difusión de la creencia errada de que la naturaleza del peruano es tal que necesita siempre ser gobernado con mano dura y ser tratado de manera autoritaria. En lo que sigue me concentraré en estos cuatro factores, pero es importante tener en cuenta que no son los únicos y que el presente trabajo es un aporte a la reflexión sobre lo que estamos viviendo en el Perú en nuestra vida política y social presente.

1.- La política adversa a los derechos humanos

            Desde los años 80 en el Perú se ha desplegado una política adversa contra los derechos humanos. Podemos detectar tres etapas más o menos definidas en este periodo de tiempo. La primera etapa se desarrolla durante la década de los 80 y coinciden con el segundo gobierno de Fernando Belaúnde Terry y el primer mandato de Alan García Pérez. La segunda etapa se presenta en la década de los 90 y coincide con el gobierno de Alberto Fujimori Fujimori. Finalmente, la tercera etapa se inicia en 2001 y continúa hasta la actualidad. Esta tercera etapa se encuentra caracterizada con la presencia de la CVR, su instauración en el gobierno de transición de Valentín Paniagua, el desarrollo de su investigación, la presentación del Informe Final y la campaña de desprestigio tanto de dicho Informe como de los comisionados. 
           
         La primera etapa de este política adversa a los derechos humanos se encuentra marcada por dos características fundamentales. La primera es la reiterada violación de los derechos en el marco de la lucha antisubversiva. Dicha lucha se caracterizó por la creación de comandos políticos-militares con lo que el poder civil abdicó en la lucha antisubversiva y la entregó en manos de las Fuerzas Armadas, lo que trajo como consecuencia la violación de derechos[1].  La segunda características es que las organizaciones de defensa de derechos humanos son sindicadas como terroristas, como muchas ONGs. o movimientos estudiantiles.
           
        La segunda etapa se inicia con el gobierno de Alberto Fujimori Fujimori, y se cristaliza a partir del autogolpe de 1992. Fujimori significó un acontecimiento político que permitió llevar adelante el conocido “Plan Verde”[2] que un sector de las Fuerzas Armadas tenía para la conducción del poder a fin de enfrentar el terrorismo. La aplicación del “Plan Verde” y la alta corrupción que se apoderó del Perú desestructuró la vida política. Los partidos políticos  y las asociaciones sociales fueron desactivados, lo cual permitió destrozar las redes sociales que necesarias para la protección los derechos humanos de las personas. Lo que sucedió en esta segunda etapa no es sólo que ciertas prácticas –como las de la corrupción- produjo, como daño colateral, la violación de derechos humanos, sino que la conexión fue deliberadamente buscada, es decir, por medio de la corrupción se desestructuró las redes sociales a fin de poder hacer más vulnerables los derechos de las personas. Además, esta etapa terminó consolidando un movimiento político adverso a los derechos y que logró consolidar una relación clientelar con un sector de la población que  terminó siendo incondicionalmente partidaria del autoritarismo y adverso a los derechos humanos. Ese sector partidario del fujimorismo puede justificar la violación de los derechos humanos, pero no es tan tolerable con la corrupción, razón por la cual procuran establecer la distinción –difícil de hacer- entre Fujimori y Montesinos. 
         
        La tercera etapa, que se inaugura con la instauración de la CVR y el inicio de la hostigación y la campaña política de desprestigio que emprendida por la fuerza política que se consolidó en la década de los 90. Los comisionados y sus colaboradores son constantemente amenazados por agentes vinculados a este sector político[3]. Pero, además, este sector, que mantenía poder mediático, hizo una sostenida campaña adversa a la CVR y a los derechos humanos. Dicha campaña mediática continuó una vez presentado el Informe Final de la CVR, y estuvo cargada de mentiras y calumnias.  El poder de esta fuerza política en los medios televisivos y en la prensa escrita amarilla de amplia difusión siguió nutriendo a la población incondicional del proyecto autoritario y adverso a los derechos humanos que dicha fuerza representa[4].

En esta tercera etapa se desplegó una clara política “contra la memoria” que tenía como objetivo el hacer que los peruanos demos vuelta a la página respecto de los sucedido durante los años de violencia. Dicha política fue promovida por las fuerzas fujimoristas y sus aliados y se desplegó con fuerza en tres direcciones. La primera estuvo representa el ataque contra el Informe Final de la CVR; la segunda se dirigió a manipular los medios de comunicación, quienes obedecieron a la consigna del silencio respecto del pasado y la apuesta por la crónica negra y el espectáculo[5]; y la tercera dirección se encuentra representada por la omisión de la enseñanza de ese periodo amargo de la memoria nacional en las escuelas. La omisión de la enseñanza de lo sucedido en los 80 y 90 fue una política intencional, pues dicho recuento histórico no sólo deja mal a Sendero Luminoso y al MRTA, sino que muchos políticos y movimientos operantes actualmente en la escena política actual quedan mal parados a causa de sus acciones en el pasado.

Todo ello contribuye a que un 75% de la población de este país rechace la democracia y que un sector más amplio encuentre posible colocar en la misma balanza los derechos humanos y el crecimiento económico, como si se tratase de dos bienes conmensurables. De este 75% existe un 25% que es incondicionalmente fujimorista. Este 25% lo componen miembros del partido y personas simpatizantes que han sido beneficiadas de un u otro modo durante el gobierno Alberto Fujimori. Todos los que se encuentran al interior de este 25% consideran que la dictadura es superior a la democracia y a una Cultura de Derechos Humanos, pero además es escéptica frente a la posibilidad de argumentar racionalmente sus ideas políticas.


[1] FLORES GALINDO, Alberto; La tradición autoritaria en el Perú. Violencia y democracia en el Perú, Lima: APRODEH, 1999.
[2]  Alberto Fujimori gobernó el país a través de una coalición cívico-militar, tal como lo muestra el llamado “Plan Verde”. Dicho plan lo había gestado desde 1989 una cúpula militar y fue presentado al reciente electo presidente Fujimori el año 90. En dicho plan se señala la necesidad de las siguientes medidas: establecimiento del libre mercado y reinserción del país en el orden económico internacional, establecimiento de la pena de muerte, establecimiento de un plan de pacificación del país, una reforma educativa y un acuerdo de paz en las fronteras. Pero además se establece la reelección del presidente de la república para llevar adelante un proyecto a largo plazo, establecer un Servicio de Inteligencia que lleve adelante un Sistema de Control, Seguridad  y Propaganda. Al mismo tiempo establecer una relación con la prensa que conduzca a una política de autocensura de parte de los medios de comunicación. El documento señala que la conducción de la política estratégica nacional a largo plazo corresponde a un “Consejo Estratégico de Estado” (CEE). Dicho Consejo no tendrá que asistir al Consejo de Ministros y se mantendrá completamente en el misterio y absolutamente fuera de control democrático. Además, las sesiones del Consejo de Ministros serán vigiladas por el CEE a través unas cámaras que se habían instalado en la Sala del Consejo de Ministros durante el primer gobierno de Alan García. El “Plan Verde” fue hecho de conocimiento público por la revista Oiga el 12 de julio de 1993.  
[3] Un ejemplo de dicho ataque ha sido la agresión de los partidarios del fujimorismo al monumento El Ojo que Llora,  ubicado en el Campo de Marte.
[4] Artículos y columnas periodísticas dedicadas a desprestigiar a la CVR. Especialmente el diario Expreso y las columnas de Víctor Samuel Rivera.
[5] Resultó patética la escena de los medios comunicación que, una vez aparecido el Movadef, se rasgaron las vestiduras debido a que los jóvenes no sabían quién fue y qué hizo Abimael Guzmán. Esos mismos medios decidieron reemplazar la memoria histórica por la farándula, y resultaron ser parte de los culpables de que en la actualidad muchos jóvenes se plieguen al cuestionado movimiento pro senderista.


[1]   TORRES, Alfredo, Opinión pública 1921-2021, Lima: Aguilar, 2010.

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