El
acceso a una educación de calidad en igualdad de oportunidades entre hombres y
mujeres representa uno de los pilares fundamentales de la justicia para con las
mujeres, pues la educación resulta ser una herramienta de capacitación importante
para poder lograr funcionamientos valiosos para el desarrollo de los planes de
vida de las mujeres, además de ampliar los horizontes de lo que una mujer puede
aspirar a ser y a hacer, así como dotar de recursos para que pueda hacer frente
al medio social y político en el que se desarrolla.
Si bien, desde hace muchos años se ha sancionado el derecho
igualitario a la educación entre varones y mujeres en el ámbito legal, no obstante,
en el campo social su acceso a la educación se encuentra restringido por un
conjunto de condicionamientos sociales que aún no han sido derribados. Respecto
del derecho a la educación para las mujeres, se puede consultar los documentos
del sistema internacional de protección de los Derechos Humanos. (ONU, 1948,
1966 ,1979 y 1984). Tales condicionamientos sociales se encuentran asociados a
ideas que en muchos sectores de las sociedades contemporáneas persisten y que
impidan que las mujeres tengan acceso a la educación o que cuenten con una
educación de calidad. Desde el punto de vista legal la educación es universal y
gratuita, sin embargo hay muchos sectores sociales en los que las personas, en
general, no van a la escuela, y mucho menos tienen acceso a la educación
superior (ya sea técnica o universitaria). Pero el grupo que cuenta con menos oportunidades
reales son mujeres de sectores sociales deprimidos y que pertenecen a grupos
étnicos excluidos.
En las sociedades contemporáneas, el
acceso a la educación de las mujeres, y el acceso a la justa igualdad de
oportunidades en general se encuentran obstruidos por la confluencias de dos
fuerzas políticas que han ido frenando los avances hacia una sociedad
democrática y de respecto de los derechos humanos. Estas fuerzas son la
neoliberal y la del conservadurismo ultramontano que han aunado esfuerzos para
ganar terreno en la política internacional y al interior de los Estados. Aunque
ambas fuerzas tienen raíces distintas, ambas coinciden en una política de conservadurismo
cultural y de desmantelamiento de la democracia liberal. Justamente, el
progresismo cultural y la profundización en la democracia liberal permiten un
mayor acceso de las mujeres a la justicia, en especial a una educación de
calidad. Tener en cuenta esto nos permite comprender la situación del derecho
de las mujeres a la educación desde una perspectiva más amplia.
1.- La escalada neoliberal en
la escena mundial contemporánea
A raíz del derrumbe del bloque
soviético, simbolizado por la caída del Muro de Berlín en 1989, analistas políticos como Francis Fukuyama pronosticaron
“el fin de la historia” (FUKUYAMA, 1992). Dicho acontecimiento traería consigo
el fin de las ideologías, pues se había dado término a la confrontación entre las
ideologías capitalista y comunista. En una suerte de laberíntica interpretación
de Hegel, lo que Fukuyama señala es que con el fin de las ideologías se abre el
campo para el reino de la libertad. Pero lo cierto es que con el fin de la
“Guerra fría” lo que se impuso fue la omnipresencia de la ideología neoliberal
disfrazada de mundo no ideologizado y de pragmatismo.
De esta manera, lejos de abrirse
paso la libertad en el mundo y de de finalizar las ideologías, lo que sucedió
es que se resucitaron las tesis de la economía neoclásica y los trabajos de los
liberales económicos de la escuela austriaca de principios del siglo XX,
especialmente los trabajos de Von Mises y Von Hayek. Lo que esos economistas
traen consigo son las ideas de un mercado de productos, de servicios y de
trabajo completamente desregulado, junto con la exigencia de un Estado reducido
a su mínima expresión[1].
Estas ideas se han puesto en circulación en las
sociedades por medio de las políticas económicas fomentadas desde el Banco
Mundial, las escuelas de economía de las universidades, de las escuelas de
derecho – bajo la forma del Análisis Económico del Derecho – y a través de la
prensa escrita y televisiva; de manera que se han vuelto moneda corriente en
los debates sobre políticas públicas y sobre las cuestiones privadas. Un anexo
de estas ideas lo constituye el discurso del “sujeto emprendedor”, que
supuestamente, a través de su esfuerzo podrá incorporarse al sistema económico
dominante. Pero todo discurso, desde la economía, la política, la filosofía y
el derecho, que sostenga que hay que modificar el sistema dominante en parte o
en su totalidad es prontamente satanizado y tildado de “estatista”, “comunista”
o “caviar”. Es claro que no resulta
buena la idea de desarticular los mercados. El mercado se ha mostrado como una
herramienta eficaz de distribución de muchos bienes, pero hay que tener en
cuenta que hay bienes que no se deben distribuir por o exclusivamente a través
del mercado, como son la salud, la educación y la seguridad, entre otros.
La dominación de las ideas neoliberales ha hecho que
las sociedades occidentales pasen del “Estado de bienestar” al “Estado de
precariedad” (FASER, 2008). En este tránsito las personas en las sociedades
contemporáneas han ido perdiendo
seguridad de empleo e incertidumbre frente a sus futuras condiciones de
vida. Las mujeres, en especial, se han visto vulnerables y, como consecuencia
de ello, se han replegado a políticas adversas al feminismo de reivindicación
de derechos que tuvo fuerza entre los años 60 y 90. Este repliegue de las
mujeres en el contexto de los “Estados de precariedad” ha tenido dos
direcciones complementarias. La primera ha sido adherirse a un nuevo feminismo
conservador que dejó atrás las reivindicaciones de justicia y las ha
reemplazado por la exigencia de reconocimiento de la identidad. Este nuevo
feminismo incluye un discurso de diferenciación biológica que explica los
diferentes roles que cumplen los hombres y las mujeres. Conforme a dicho
discurso, los hombres están más capacitados biológicamente para ocupar cargos
públicos, para el pensamiento abstracto y la conducción de organizaciones,
mientras que las mujeres serían más aptas para el cuidado y la expresión de la
sensibilidad[2].
La segunda dirección consiste en la adhesión, por
parte de las mujeres, a grupos religiosos y políticos conservadores, grupos en
los que ellas encuentran seguridad y protección. En el contexto de la “guerra contra el
terrorismo”, esta segunda tendencia se ha acentuado en gran parte del
mundo. Las mujeres suelen preferir
apoyar a líderes políticos que representen virilidad, seguridad y protección,
incluso cuando estos líderes tengan políticas que disminuyen las posibilidades
de educación y empleo de las mujeres. Incluso, las mujeres se encuentran más
propensas a votar por propuestas que atentan contra su libertad reproductiva y
su vida sexual, así como contra sus posibilidades de desarrollo en la sociedad
y en la política. En el campo religioso, las mujeres tienden adherir a
movimientos claramente machistas que limitan sus posibilidades de alcanzar
cargos directivos dentro de sus congregaciones y asociaciones religiosas. Ambas
direcciones comparten el matiz de un extremado conservadurismo, completamente
adverso al progresismo que podría garantizar los derechos de las mujeres.
Ciertamente, no todas las mujeres que viven en un
contemporáneo “Estado de precariedad”
toman decisiones sociales, religiosas y políticas adversas a sus
intereses y derechos como mujeres, pero la tendencia es marcada. En sociedades como las latinoamericanas, en
las que la ola neoliberal ha penetrado con radicalidad, muchas mujeres adhieren
a versiones del catolicismo radical de derecha, a movimientos políticos de
derecha radical y votan por propuestas adversas a sus intereses y derechos, motivadas
por la precariedad en el empleo y en sus condiciones de vida presente, así como
la incertidumbre respecto del futuro.
Probablemente se intentará argumentar que este problema de
la precariedad en las condiciones de vida que enfrentan las mujeres empata más
con la experiencia de las mujeres en Estados Unidos y Europa a raíz de la
crisis económica que estalló desde el 2008, pero que en América Latina la situación es diferente, debido a la
boyante economía y a los “éxito” de las políticas neoliberales en la economía.
Sin embargo, la precariedad laboral se expresa en las políticas de
desregularización del mercado de trabajo, la penetración de las ideas machistas
en las sociedades latinoamericanas y en la desestructuración de las redes y
movimientos sociales que protejan las condiciones de vida de las mujeres en
sociedades fuertemente machistas, competitivas y consumistas. Las trompetas de
victoria de la derecha neoliberal en Latinoamérica no son una buena noticia
para las mujeres del subcontinente. Las protestas en Chile y en Brasil son una
muestra de ello. No es casual que la lideresa más exitosa de la FECH
(Federación de Estudiantes de Chile) haya si Camila Vallejo, una mujer.
La ola conservadora y neoliberal que se ha impuesto en las
sociedades contemporáneas, traen consigo preguntas respecto de la educación de
las mujeres que estas sociedades se
están formulando, a causa del retroceso conservador que estamos viviendo. Entre
estas preguntas podemos destacar dos que son centrales: a) ¿Las mujeres han de
estudiar?, y b) ¿Qué y para qué han de estudiar las mujeres?
[1] Últimamente, el abogado Alfredo Bullard defendió la idea de que la
educación en su totalidad debería de privatizarse, y que el Estado debería
apoyar a los padres de familia con un sistema de bonos para que puedan escoger
la escuela que preferían. La propuesta de Bullard parecería apoyar la capacidad de elegir de los padres respecto
del tipo de escuela a la que enviar a sus hijos, sin embargo no es eso
exactamente. Lo que se está defendiendo con esta propuesta es la empresa
privada, y no al consumidor, pues el financiamiento por medio del sistema de
bonos sería una versión criolla de lo que se hizo en Chile. Con ello, la
educación dejaría de ser gratuita y universal, y estaría atada a un sistema de
crédito bancario, con la lógica del interés bancario. Las propuestas de Bullard
se mueven en péndulo. Van de una opción ultraneoliberal a lo superrealista.
Hace no mucho sostuvo que la mejor manera de terminar con la congestión
vehicular en Lima era privatizar las calles.
[2] Para ver en acción este discurso, véanse los trabajos de Carol
Gilligan.
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