Las modernas sociedades democráticas
han ido consolidando la igualdad de derechos legales y sociales de manera paulatina.
Esta consolidación se va dando por medio de procesos de conquistas políticas y
sociales que se enmarca en sociedades que tiene como eje central el
reconocimiento igualitario. Diferentes grupos religiosos, raciales, étnicos y
sexuales han logrado ese reconocimiento, aunque el proceso no se ha concluido
completamente y queda aún un mucho camino por delante.
La historia de dichas conquistas
comenzó con el nacimiento de las sociedades liberales, que después de las
guerras de religiones consolidaron los derechos de las minorías religiosas a la
libertad religiosa y la libertad de conciencia y de expresión. Una de las
primeras repúblicas democráticas, la de los Estados Unidos de América, fue consolidándose,
ya desde los momentos de la colonización, como un espacio en el cual podían
encontrar un lugar de respeto, paz y desarrollo quienes escapaban de las persecuciones
religiosas en Europa. En el siglo XIX se genera, en diferentes partes del
mundo, un movimiento en contra de la esclavitud, y los derechos raciales
comenzaron a conquistarse, y posteriormente los derechos de las mujeres, de los analfabetos, de las diferentes
etnias, etc.
Quizás uno de los intelectuales más
destacados sobre estos temas, especialmente sobre los derechos de las mujeres,
sea el filósofo británico del siglo XIX, John Stuart Mill. En su libro El sometimiento de las mujeres cuestiona
la tesis según la cual los hombres tienen derecho, por naturaleza, a someter
política y socialmente a las mujeres. Uno de los argumentos más interesantes
que Mill esgrime en contra de esta tesis es que cuando uno apela a la “naturaleza”,
en realidad está tratando de blindar contra cualquier ataque a aquellas
opiniones extendidas y comunes. Pero, además, añade Mill, sucede que tales
opiniones son difundidas por los más fuertes, con lo que detrás del alegato a
la “naturaleza” se esconde el argumento que dice “el más fuerte tiene el
derecho a someter al más débil”.
El argumento del derecho del más
fuerte ha sido muy extendido en la historia de la humanidad. Se ha utilizado
para justificar la esclavitud, el servilismo y el sometimiento de las mujeres,
y siempre se ha revestido con el manto de “lo que corresponde por naturaleza”. Los
demócratas en la antigua Atenas, igual que Aristóteles, justificaron la
esclavitud sobre la base del argumento de la naturaleza. Durante la edad media la
Iglesia Católica no sólo justificó con el mismo argumento la esclavitud, sino
también el servilismo. Una vez derribadas la esclavitud y el servilismo,
gracias a la consolidación de las sociedades liberales, siguió manteniéndose la
idea de que la mujer era inferior al hombre, y debía estar sometida a él
política y socialmente porque así lo indicaban los argumentos de la naturaleza
y el del poder del más fuerte. Hoy, más de un siglo después, dichos argumentos
han sido radicalmente cuestionados, y las mujeres gozan de los mismos derechos
que los hombres.
Pero el reconocimiento político de
los derechos no va necesariamente de la mano del reconocimiento social. La
guerra de secesión norteamericana abolió la esclavitud, pero la conquista de
los derechos de los negros se logró recién en la década de los 60, con el
movimiento de los derechos civiles liderado por el Dr. King y otros. La
vigencia social de los derechos de mas mujeres está aún lejos de consolidarse,
pues tiene dos frentes en los que debe derribar prejuicios. El primero es en la
esfera pública, en la cual el reconocimiento del valor del trabajo de las
mujeres no ha alcanzado del todo al del varón. Esto se ha conseguido más en
ciertos sectores socioeconómicos medio altos y altos. El segundo es en la
esfera privada y en las asociaciones privadas, como las iglesias. Allí se
reiteran fenómenos que van desde el maltrato verbal, psicológico, hasta el
físico, el cual puede llegar hasta el feminicidio.
Pero si la situación de las mujeres
aún deja mucho que desear, es peor aún el de las minorías sexuales. En este
caso se sigue esgrimiendo el argumento de la “naturaleza”. Con ello se dice que
toda forma de minoría sexual es contranatura, enfermedades o fallas de la
naturaleza. En muchos países existen una serie de grupos que se oponen a la
igualdad de derechos en este contexto y la homofobia es galopante. Si el
recurso a la naturaleza en realidad esconde la opinión más extendida, junto con
el interés del más fuerte, es claro que el no reconocimiento de los derechos
gays es una flagrante injusticia. En
eso, las sociedades democráticas y liberales tienen mucho que trabajar, especialmente el el Perú.
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