Es
evidente que el papa Benedicto XVI no es solamente un signo de agotamiento físico. El hecho de que
el lunes haya señalado que se trata de un
agotamiento espiritual y de que el miércoles, ante los obispos,
cardenales y fieles reunidos para la celebración del Miércoles de Cenizas,
celebración que marca el inicio de la cuaresma, la división y la pugna que
existe en la Iglesia son señales de algo más que el agotamiento de un Papa. Algunos
han comparado la actitud de Benedicto XVI con la de Juan Pablo segundo,
increpándole al aún actual Papa el haberse “bajado de la cruz”. Este tipo de
comparaciones y acusaciones no tienen sentido, si se tiene en cuenta el carácter,
el tiempo y la posición en el campo de las ideas que diferencian a ambos.
Lo cierto es que la actitud de
Benedicto XVI expresa un mensaje claro: hay algo que no va bien en la Iglesia y
se requiere de una transformación. Dejaré entre paréntesis la pregunta de si el
Papa vio la necesidad de transformar algo, porqué no lo hizo, en vez de
renunciar. Parece que intentó hacerlo,
pero no lo consiguió, y en vista de su agotamiento, considera que no logrará
hacerlo en el futuro. Es por ello que decide hacer dos cosas importantes: 1)
señalar enfáticamente que hay una crisis en la Iglesia (la misma renuncia
enfatiza este hecho) y 2) dejar el encargo de afrontarla a su sucesor. Sea
quien fuere el sucesor de Benedicto XVI, no podrá ignorar que tiene que
enfrentar el problema, eso queda claro.
Ahora, la cuestión central consiste
en identificar de qué clase y magnitud es la crisis ante la que se encuentra la
Iglesia Católica. Una primera mirada conduce a la tentación de considerar que
la crisis es de corrupción financiera y los escándalos de pedofilia. Si fuese
ese el caso la solución es fácilmente identificable, a saber, combatir a los
corruptos y poner a mano de la justicia civil a los pederastas. Esto no significa
que ello sea fácil de hacer, pues el sector corrupto puede estar muy bien
posicionado y ofrecer resistencia eficaz. Pero esta interpretación de la crisis
puede ser superficial. Sospecho que la crisis es más profunda y tiene sus raíces
en la teología conservadora dominante, que el mismo Benedicto XVI defiende.
La renuncia del Papa por el
agotamiento físico y espiritual es algo que tiene consecuencias teológicas
importantes, además de las consecuencias políticas y eclesiales que han sido
mencionadas estos días. Se trata de elementos temporales que irrumpen en el
campo de lo sagrado y atemporal. Esto rompe con una idea central en la
teología, según la cual lo sagrado irrumpe en lo temporal por medio de la
encarnación de Dios en Jesús, y no al revés. Teológicamente, esta decisión
invierte esta figura. Dicha inversión quiso ser evitada por Juan Pablo II,
razón por la cual siguió siendo Papa hasta la llegada de una muerte dramática.
Se podrá decir que la dimisión es una figura prevista por el derecho canónico, pero
lo que estoy indicando no es la figura jurídica, sino las razones dadas. Esas
razones erosionan la teología tradicional.
La teología tradicional,
conservadora y dominante, no sólo sostiene que lo sagrado irrumpe en lo temporal,
sino que tras consolidar una Institución (la Iglesia entendida como Jerarquía
Eclesial)) que sea vehículo de mensaje, lo sagrado regresa a su sitio, con el
regreso del Cristo a los cielos. Lo sagrado haría eso porque lo temporal está
contaminado. El hombre es malo por naturaleza, está en pecado, y sólo a través
de la gracia, distribuida por la Institución, puede redimirse. Este núcleo de
la teología conservadora y dominante, que Benedicto XVI comparte, coloca a la
Iglesia como Institución (es decir, Papa, cardenales, obispos, sacerdotes) en
una posición de dominio sobre lo terrenal (laicos y sociedad en general).
Esta posición de dominio que tiene
la jerarquía la coloca en una situación que es paradójicamente frágil, pues ese
poder termina por corromperla por más de que, en principio, el Espíritu de Dios
la inspira. En esto, la irrupción de lo temporal en lo sagrado se manifiesta en
la presencia de la corrupción en la Institución. Benedicto XVI, lúcido guardián
de la teología conservadora puede percibir de manera inteligente de esta
situación. Es decir, el Papa se dio cuenta el enfoque en el que se ha
estructurado la teología conservadora dominante ha mostrado con claridad su
contradicción: lo sagrado es irrumpido por lo temporal por medio de una
Institución eclesial que, en tanto vehículo del mensaje, se corrompe. Frente a
esta revelación, el Papa ve quebrarse su propio marco teológico, lo cual lo
conduce a un agotamiento espiritual. En otras palabras, el agotamiento
espiritual que denuncia Benedicto XVI no es otro que el de la teología
conservadora y dominante que él defiende. Frente a eso, la consecuencia es
obvia: la dimisión.
Pero con su renuncia Ratzinger está
señalando que sólo quedan dos caminos posibles a la Jerarquía de la Iglesia:
seguir con el mismo esquema teológico o renovarse espiritualmente (es decir,
renovar su teología). Si se toma la
primera opción, el futuro de la Iglesia Católica puede no ser auspicioso. La
segunda opción puede darle un aire nuevo. El problema es que el camino a seguir
está en manos de esa jerarquía que el Papa señaló como dividida y con sectores
corruptos. Ese factor complica las cosas para una Iglesia que ya no puede vaciar
sus crisis sobre una sociedad como la contemporánea, sociedad que a adquirido
más claridad sobre sí misma.
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