lunes, 3 de noviembre de 2014

La filosofía moral en la modernidad

Para poder entender la ética o la filosofía moral en la modernidad, es necesario remontarnos al advenimiento de esta etapa de la historia de occidente. En el corazón del proceso que dio surgimiento a la modernidad se encuentra el fenómeno denominado “Reforma Protestante”.  El personaje central de dicho fenómeno fue Martín Lutero, quien era un teólogo y hermano agustino –de mediados del siglo XV y XVI-  quien, estudiando las obras de San Agustín y de San Pablo, llega a presentar algunos cuestionamientos a la Iglesia Católica, iglesia que había dominado el espectro político y cultural durante la Edad Media. Los cuestionamientos centrales de Lutero a la Iglesia Católica giraron sobre tres puntos: a) la cuestión de la justificación, b) el pago de las indulgencias y c) la centralidad de la Iglesia en Vaticano y en el Papa.

La cuestión de la justificación tiene que ver con cuáles son los medios centrales con los cuales el creyente consigue la salvación. Podemos decir que la “salvación” consiste en caer del lado positivo del cosmos una vez llegado el momento del fin de nuestro mundo. Para la Iglesia Católica, la salvación se conseguía por medio de las obras y la fe, principalmente, pero el primer elemento era más importante que el segundo. En cambio, Lutero, estudiando la cuestión en San Agustín y en San Pablo, señala que si bien las obras constituyen un elemento importante para la salvación, la fe es el elemento más importante. Pero Lutero no sólo difería de la Iglesia Católica en ese punto, de carácter estrictamente teológico, sino que cuestionaba radicalmente una práctica muy extendida en la segunda etapa de la Edad Media, que era la del pago de indulgencias.

El pago de las indulgencias consistía en la práctica por medio de la cual la Iglesia perdonaba los pecados y aseguraba la salvación a una persona a cambio de dinero o bienes. Ésta representaba, a todas luces, un alto grado de corrupción de la institución eclesial. Lutero cuestionó radicalmente esta práctica. Pero también cuestionó el hecho de que la Iglesia Católica se encuentre centralizada en el Vaticano y en el Papa. El principio, el Papa – el obispo de Roma - es un obispo más entre  otros, pero paulatinamente fue ganando poder político en la Iglesia por reivindicarse como el sucesor de Pedro (el Vicario de Pedro y, posteriormente, como el Vicario del mismo Cristo).  A través de un conjunto de reformas dadas durante la segunda mitad del Medioevo, que incluyeron un ordenamiento legal y la estructuración de un sistema educativo del clero y los frailes, la figura del Papa pasó a ser primus inter parís, es decir, un obispo importante entre los demás obispos, que eran sus pares, a ser la cabeza destacada de la Iglesia. Con ello, logro concentrar el poder político de la Iglesia en el Vaticano y en su propia persona. Ciertamente, este proceso no fue realizado por una sola persona, sino que hubo un impulso importante que fue consolidándose paulatinamente a través de un par de siglos. Lutero cuestionará esta centralidad del poder en manos del Papa y en Vaticano, y sostendrá que todos los obispos deben encontrarse al mismo nivel dentro de la Iglesia.

Estas críticas llevaron a Lutero a un enfrentamiento con la Iglesia Católica, el cual no pudo amenguarse, sino que, más bien, se agudizó cada vez más. Finalmente, el rompimiento de Lutero con la Iglesia fue inevitable, pero como el fraile alemán había conseguido el apoyo de los príncipes alemanes, consiguió que un grupo de obispos locales se le uniesen y formó una Iglesia diferente a la católica. Así logró fundar la Iglesia Luterana. Es necesario señalar, además, que los príncipes alemanes deciden apoyar  Lutero porque habían conseguido el poder político y militar para poder oponerse al  dominio de Vaticano. Rápidamente, otros grupos comenzaron a tomar distancia de Vaticano y se fundaron la Iglesia Calvinista – en Ginebra -, la Anglicana –en Inglaterra- , entre otras. Con esto se produjo un hecho muy importante para la cultura y la moral europea: la cosmovisión que le daba unidad tanto a la moral como a la cultura en Europa se hizo pedazos. Esto hizo imposible seguir manteniendo la idea de que la moral debía derivarse de la religión, puesto que ya no había una sola sino un conjunto de religiones cristianas que diferían en sus comprensiones de la moral. Una solución que se ensayó fue que cada Iglesia se las arreglase con su propia moral, pero esto trajo un problema muy grande: las guerras de religiones que asolaron Europa durante el siglo XVI y XVII.

Las guerras de religiones tuvieron su origen la exigencia que se había establecido en Europa, según la cual, si el gobernante profesaba una religión determinada, los súbditos debían abrazar esa religión, o debían convertirse a ella o ser hostigados, perseguidos, matados o expulsados. De este modo, las diferentes facciones religiosas luchabas hasta la muerte por el poder político. Además, es necesario señalar, las diferentes facciones eran extremadamente radicales e intransigentes. El mal radical, que representaban las guerras religiosas, hizo pensar a muchos intelectuales del siglo XVII la manera de asegurar principios que permitan un régimen de tolerancia en los estados europeos. A eso se dedicaron John Locke, en Inglaterra, Baruch Spinoza en Holanda y Gottfried Leibniz en Alemania. La propuesta que logró mayor apoyo y viabilidad fue la que Locke presentó tanto en su Ensayo sobre la tolerancia de 1667 y su Carta sobre la tolerancia  de 1689. En ellas se establecen dos principios fundamentales. El primero señala que la estera del Estado y la esfera de la Iglesia deben de separarse. El segundo principio indica que el Estado debe tolerar la coexistencia de diferentes credos religiosos en el ámbito de la sociedad. De esta manera, no importando cuál sea la religión del soberano, los ciudadanos podían seguir profesando sus propias creencias. Además, el primer principio instaura el régimen de laicidad del Estado, según el cual éste debe ser neutro en cuestiones religiosas a fin de asegurar que los ciudadanos se encuentren en pie de igualdad ante la ley y el Estado. De otro modo, es decir, si el Estado seguía comprometido con una religión particular, dividiría a los ciudadanos entre aquellos que se encuentran en primer y en segunda fila.

Con los principios de laicidad del Estado y de tolerancia frente a los diferentes credos se abre un conjunto de libertades como son la de creencia religiosa, de pensamiento y de expresión.   Esto da inicio a una cultura política que sigue siendo de suma importancia en occidente, a saber, la cultura liberal. La cultura política liberal apunta a defender un amplio abanico de libertades para las personas en la sociedad. Sin embargo, desde el siglo XIX, XX y en la actualidad, se han presentado una serie de distorsiones del liberalismo debido al poder político del dinero, que tiende a distorsionar las relaciones humanas y a hacer que todos los bienes de la sociedad, tanto materiales como no materiales, se distribuyan a través del mercado. Pero el liberalismo, que tiene su  nacimiento en el siglo XVII con Locke, tiene recursos para hacer una crítica a esas desviaciones. De esta manera, para el liberalismo, el mercado es un importante distribuidor de bienes, más no el único. Hay muchos bienes que no se deben distribuir por medio del dinero en el mercado, como por el poder político o los grados académicos.

Pero junto con este proceso político que los principios de laicidad y de tolerancia representan, se dio en Europa una conciencia de que era necesario buscar una base más universal a la moral. De tal manera que se cuestiona el hecho de que la moral se pretenda fundar en la religión, para buscar un fundamento más adecuado.   Esta base va a ser identificada con la razón, pues ésta es una facultad que todo ser humano comparte. Con ello se inició un proceso de investigación moral que se inicia con Descartes, quien señala la necesidad de argumentar a favor de una moral racional, y que culmina con Kant, quien termina por presentar una moral estrictamente racional en su Fundamentación para la metafísica de las costumbres de 1785. Pero ya, desde el siglo XVII fue tomando fuerza una intuición moral básica y sumamente profunda que es la igualdad moral entre las personas.

Llegados a este punto, debemos hacer dos observaciones. La primera es que este proceso histórico que estamos presentando ha dado como resultado un conjunto de principios políticos, jurídicos y morales que no son ni arbitrarios ni ahistóricos. Se trata, más bien de conquistas logradas en un proceso histórico que ha sido doloroso y que exigió un ejercicio de reflexión importante. De esta manera, la acusación de que principios como el de la libertad, la tolerancia o la democracia  terminan por caer en saco roto pues muestran que no comprenden el proceso histórico y la reflexión que acompaño a ese proceso, y que terminaron por constituir y darle sentido al mundo en el que vivimos.


La segunda observación es que en la actualidad se ha seguido explorando las bases para la moral y se ha pasado de la razón al lenguaje y la deliberación como puntos más adecuados para fundar nuestras ideas morales centrales. Así, la reflexión conjunta entre las personas ha permitido llegar a principios plausibles para la moral contemporánea. Ciertamente, esto no elimina la importancia de la diversidad cultural y religiosa, pero coloca un foco importante para llegar a un acuerdo básico que permita dotarnos de principios para las relaciones intersubjetivas, jurídicas y políticas entre las personas, respetando su diversidad cultural y religiosa. Todo este proceso que va de la moral basada en la razón a la moral basada en la deliberación conjunta ha exigido regresar a las bases socráticas de la moral, de modo que el razonamiento y el acuerdo en conciencia permita servirnos como pautas para orientar nuestras vidas

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