Para
poder entender la ética o la filosofía moral en la modernidad, es necesario
remontarnos al advenimiento de esta etapa de la historia de occidente. En el
corazón del proceso que dio surgimiento a la modernidad se encuentra el
fenómeno denominado “Reforma Protestante”.
El personaje central de dicho fenómeno fue Martín Lutero, quien era un
teólogo y hermano agustino –de mediados del siglo XV y XVI- quien, estudiando las obras de San Agustín y
de San Pablo, llega a presentar algunos cuestionamientos a la Iglesia Católica,
iglesia que había dominado el espectro político y cultural durante la Edad
Media. Los cuestionamientos centrales de Lutero a la Iglesia Católica giraron
sobre tres puntos: a) la cuestión de la justificación, b) el pago de las
indulgencias y c) la centralidad de la Iglesia en Vaticano y en el Papa.
La
cuestión de la justificación tiene que ver con cuáles son los medios centrales
con los cuales el creyente consigue la salvación. Podemos decir que la
“salvación” consiste en caer del lado positivo del cosmos una vez llegado el
momento del fin de nuestro mundo. Para la Iglesia Católica, la salvación se
conseguía por medio de las obras y la fe, principalmente, pero el primer
elemento era más importante que el segundo. En cambio, Lutero, estudiando la
cuestión en San Agustín y en San Pablo, señala que si bien las obras
constituyen un elemento importante para la salvación, la fe es el elemento más
importante. Pero Lutero no sólo difería de la Iglesia Católica en ese punto, de
carácter estrictamente teológico, sino que cuestionaba radicalmente una
práctica muy extendida en la segunda etapa de la Edad Media, que era la del
pago de indulgencias.
El
pago de las indulgencias consistía en la práctica por medio de la cual la
Iglesia perdonaba los pecados y aseguraba la salvación a una persona a cambio
de dinero o bienes. Ésta representaba, a todas luces, un alto grado de
corrupción de la institución eclesial. Lutero cuestionó radicalmente esta
práctica. Pero también cuestionó el hecho de que la Iglesia Católica se
encuentre centralizada en el Vaticano y en el Papa. El principio, el Papa – el
obispo de Roma - es un obispo más entre otros,
pero paulatinamente fue ganando poder político en la Iglesia por reivindicarse
como el sucesor de Pedro (el Vicario de Pedro y, posteriormente, como el
Vicario del mismo Cristo). A través de
un conjunto de reformas dadas durante la segunda mitad del Medioevo, que
incluyeron un ordenamiento legal y la estructuración de un sistema educativo
del clero y los frailes, la figura del Papa pasó a ser primus inter parís, es decir, un obispo importante entre los demás
obispos, que eran sus pares, a ser la cabeza destacada de la Iglesia. Con ello,
logro concentrar el poder político de la Iglesia en el Vaticano y en su propia
persona. Ciertamente, este proceso no fue realizado por una sola persona, sino
que hubo un impulso importante que fue consolidándose paulatinamente a través
de un par de siglos. Lutero cuestionará esta centralidad del poder en manos del
Papa y en Vaticano, y sostendrá que todos los obispos deben encontrarse al
mismo nivel dentro de la Iglesia.
Estas
críticas llevaron a Lutero a un enfrentamiento con la Iglesia Católica, el cual
no pudo amenguarse, sino que, más bien, se agudizó cada vez más. Finalmente, el
rompimiento de Lutero con la Iglesia fue inevitable, pero como el fraile alemán
había conseguido el apoyo de los príncipes alemanes, consiguió que un grupo de
obispos locales se le uniesen y formó una Iglesia diferente a la católica. Así
logró fundar la Iglesia Luterana. Es necesario señalar, además, que los
príncipes alemanes deciden apoyar Lutero
porque habían conseguido el poder político y militar para poder oponerse al dominio de Vaticano. Rápidamente, otros
grupos comenzaron a tomar distancia de Vaticano y se fundaron la Iglesia
Calvinista – en Ginebra -, la Anglicana –en Inglaterra- , entre otras. Con esto
se produjo un hecho muy importante para la cultura y la moral europea: la
cosmovisión que le daba unidad tanto a la moral como a la cultura en Europa se
hizo pedazos. Esto hizo imposible seguir manteniendo la idea de que la moral
debía derivarse de la religión, puesto que ya no había una sola sino un
conjunto de religiones cristianas que diferían en sus comprensiones de la
moral. Una solución que se ensayó fue que cada Iglesia se las arreglase con su
propia moral, pero esto trajo un problema muy grande: las guerras de religiones
que asolaron Europa durante el siglo XVI y XVII.
Las
guerras de religiones tuvieron su origen la exigencia que se había establecido
en Europa, según la cual, si el gobernante profesaba una religión determinada,
los súbditos debían abrazar esa religión, o debían convertirse a ella o ser
hostigados, perseguidos, matados o expulsados. De este modo, las diferentes
facciones religiosas luchabas hasta la muerte por el poder político. Además, es
necesario señalar, las diferentes facciones eran extremadamente radicales e
intransigentes. El mal radical, que representaban las guerras religiosas, hizo
pensar a muchos intelectuales del siglo XVII la manera de asegurar principios
que permitan un régimen de tolerancia en los estados europeos. A eso se
dedicaron John Locke, en Inglaterra, Baruch Spinoza en Holanda y Gottfried
Leibniz en Alemania. La propuesta que logró mayor apoyo y viabilidad fue la que
Locke presentó tanto en su Ensayo sobre
la tolerancia de 1667 y su Carta
sobre la tolerancia de 1689. En
ellas se establecen dos principios fundamentales. El primero señala que la
estera del Estado y la esfera de la Iglesia deben de separarse. El segundo
principio indica que el Estado debe tolerar la coexistencia de diferentes
credos religiosos en el ámbito de la sociedad. De esta manera, no importando
cuál sea la religión del soberano, los ciudadanos podían seguir profesando sus
propias creencias. Además, el primer principio instaura el régimen de laicidad
del Estado, según el cual éste debe ser neutro en cuestiones religiosas a fin
de asegurar que los ciudadanos se encuentren en pie de igualdad ante la ley y
el Estado. De otro modo, es decir, si el Estado seguía comprometido con una
religión particular, dividiría a los ciudadanos entre aquellos que se
encuentran en primer y en segunda fila.
Con
los principios de laicidad del Estado y de tolerancia frente a los diferentes
credos se abre un conjunto de libertades como son la de creencia religiosa, de
pensamiento y de expresión. Esto da
inicio a una cultura política que sigue siendo de suma importancia en
occidente, a saber, la cultura liberal. La cultura política liberal apunta a
defender un amplio abanico de libertades para las personas en la sociedad. Sin
embargo, desde el siglo XIX, XX y en la actualidad, se han presentado una serie
de distorsiones del liberalismo debido al poder político del dinero, que tiende
a distorsionar las relaciones humanas y a hacer que todos los bienes de la
sociedad, tanto materiales como no materiales, se distribuyan a través del
mercado. Pero el liberalismo, que tiene su
nacimiento en el siglo XVII con Locke, tiene recursos para hacer una
crítica a esas desviaciones. De esta manera, para el liberalismo, el mercado es
un importante distribuidor de bienes, más no el único. Hay muchos bienes que no
se deben distribuir por medio del dinero en el mercado, como por el poder
político o los grados académicos.
Pero
junto con este proceso político que los principios de laicidad y de tolerancia
representan, se dio en Europa una conciencia de que era necesario buscar una
base más universal a la moral. De tal manera que se cuestiona el hecho de que
la moral se pretenda fundar en la religión, para buscar un fundamento más
adecuado. Esta base va a ser identificada con la razón,
pues ésta es una facultad que todo ser humano comparte. Con ello se inició un
proceso de investigación moral que se inicia con Descartes, quien señala la
necesidad de argumentar a favor de una moral racional, y que culmina con Kant,
quien termina por presentar una moral estrictamente racional en su Fundamentación para la metafísica de las
costumbres de 1785. Pero ya, desde el siglo XVII fue tomando fuerza una
intuición moral básica y sumamente profunda que es la igualdad moral entre las
personas.
Llegados
a este punto, debemos hacer dos observaciones. La primera es que este proceso
histórico que estamos presentando ha dado como resultado un conjunto de
principios políticos, jurídicos y morales que no son ni arbitrarios ni
ahistóricos. Se trata, más bien de conquistas logradas en un proceso histórico
que ha sido doloroso y que exigió un ejercicio de reflexión importante. De esta
manera, la acusación de que principios como el de la libertad, la tolerancia o
la democracia terminan por caer en saco
roto pues muestran que no comprenden el proceso histórico y la reflexión que
acompaño a ese proceso, y que terminaron por constituir y darle sentido al
mundo en el que vivimos.
La
segunda observación es que en la actualidad se ha seguido explorando las bases
para la moral y se ha pasado de la razón al lenguaje y la deliberación como
puntos más adecuados para fundar nuestras ideas morales centrales. Así, la
reflexión conjunta entre las personas ha permitido llegar a principios
plausibles para la moral contemporánea. Ciertamente, esto no elimina la
importancia de la diversidad cultural y religiosa, pero coloca un foco
importante para llegar a un acuerdo básico que permita dotarnos de principios
para las relaciones intersubjetivas, jurídicas y políticas entre las personas,
respetando su diversidad cultural y religiosa. Todo este proceso que va de la
moral basada en la razón a la moral basada en la deliberación conjunta ha
exigido regresar a las bases socráticas de la moral, de modo que el
razonamiento y el acuerdo en conciencia permita servirnos como pautas para
orientar nuestras vidas
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