En 1963 el Dr. Martin Luther King Jr. pronunció su discurso profético titulado "Yo tengo un sueño". Dicho discurso fue pronunciado en Washington DC. frente al monumento a Abraham Lincoln. Dicho discurso se inscribe en la lucha por los derechos civiles en Estado Unidos y se recuerda en él que cien años antes el presidente Lincoln abolió la esclavitud. Pero se recuerda algo aún más importante. Que tanto en la Declaración de Independencia como en la Constitución norteamericana se señala que es evidente que los seres humanos han sido creados iguales en derechos inalienables, independientemente de su sexo, raza, religlíón, cultura, ascendencia étnica, cultura y orientación sexual. El controversial fallo en el juicio Brow vs James, en el que juzgó y absolvió a un policía blanco por la muerte de un adolescente negro deja en entredicho la promesa que brota de la Carta Magna norteamericana a la que Luther King hacía referencia.
En un momento memorable de su discurso, el pastor de la Iglesia Bautista señala lo siguiente:
Hemos venido a la capital de nuestra nación en cierto sentido para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magnificientes palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, estaban firmando un pagaré del que todo americano iba a ser heredero. Este pagaré era una promesa de que a todos los hombres —sí, a los hombres negros y también a los hombres blancos— se les garantizarían los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
Hoy es obvio que América ha defraudado en este pagaré en lo que se refiere a sus ciudadanos y ciudadanas de color. En vez de cumplir con esta sagrada obligación, América ha dado al pueblo negro un cheque malo, un cheque que ha sido devuelto marcado “sin fondos”.
Pero nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota. Nos negamos a creer que no hay fondos suficientes en las grandes arcas bancarias de las oportunidades de esta nación. Así que hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dé mediante reclamación las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.
Hoy en día parece ser que el banco de la justicias sigue rebotando dicho cheque. La muerte de Micheel Brown y la reciente muerte de un niño negro, Tamir Rice, a manos de un policía blanco en Cleveland, Ohio. Los audios revelados por la prensa señalaban que, en la comunicación de la policía se preguntaba se trataba de un blanco o un negro, y aunque se le informó al oficial que posiblemente el niño tenía un arma de juguete en la mano, éste bajo de la patrulla y disparó a matar. Los padres preguntaron, con justa razón, por qué el oficial no disparó con arman paralizantes en ves de a matar.
Con esto se muestra cómo la justicia racial y los derechos civiles se encuentran aún lejos de realizarse en los Estado Unidos. A raíz del 11 de septiembre del 2001 las leyes que protegen los derechos de la población vulnerable (especialmente afrodescendientes y latinos indoculemtados) se han banalizado y tanto la policía como los funcionarios públicos han modificado su relación con los ciudadanos. En este tránsito han pasado de ser servidores de la ciudadanía y colocarse en la posición de servidores de los ciudadanos a colocarse por encima de los ciudadanos, especialmente, los más vulnerables. Esto ha hecho que el Estado mismo se convierta en un Estado militarizado. La noche del fallo Brown -Wilson un periodista de la CNN se preguntaba por la razón por la cual la polícía cargaba equipamiento bélico tan sofisticado en sus patrullajes.
De otra parte, los ciudadanos blancos y los ciudadanos latinos asimilados al stablishment justifican ese trato con los afrodescendientes y los latinos indoculentados señalando que son pobres, no tienen trabajo y no son profesionales. Parece que asumieran que la sociedad en la que viven brinda igualdad de oportunidades a todos y que los afrodescendientesx y los latinos indocumentados tienen esa suerte por ser personas flojas, viciosas y de mal vivir. Lo cierto es que la sociedad estadounidense está lejos de ser el paraíso en la tierra y que es radicalmente injusta. Pero ¿cómo entender que el banco de la justicia de la democracia de los Estado Unidos carezca de fondos cada vez que la comunidad afrodescendiente intenta cobrar el cheque que brota de la Declaración de Independencia y de la Constitución?
Evidentemente, no se trata de carencia de recursos, sino de justicia. Los recursos escasos se administran, por más escasos que fueren. Pero el modo de administrar tales recursos depende de decisiones políticas. En el caso de la justicia, es difícil pensar que se trate de un bien escaso, sino, más bien, que los poderes fácticos de la sociedad imponen una forma de distribución de la justicia debido a que controlan las industrias, el dinero y la venta de armas. En este contexto, el discurso profético de Luther King adquiere un pleno sentido.
No hemos de olvidar que cuando hablamos de él nos referimos a un pastor de la Iglesia Bautista norteamericana que asume la causa de la lucha por los derechos civiles por razones religiosas. No es que se trató de un pastor que decidió dedicarse a la política, como quien se dedica a una actividad que es adicional a sus funciones, sino que entendió con plena lucidez que su condición de pastor y la fe cristiana lo conducen necesaria y forzosamente a comprometerse con la justicia. En este punto, toma distancia de la posición extremadamente conservadora que se ha instalado desde siglos en el cristianismo, según la cual lo religioso exige que uno se aparte de la denuncia social y se pliegue a una moral conservadora que refuerza el status quo y rechaza toda transformación. El pastor Martin Luther King Jr. rechaza esa lectura del cristianismo y abraza la dimensión profética que se encuentran en las fuentes del legado cristiano.
La dimensión profética del cristianismo cuestiona tanto las estructuras metafísicas y de poder en las que las instituciones religiosas conservadoras asientan su poder. Además, denuncia las injusticias que se producen en la sociedad. Pero el profeta sabe que su posición frente al poder establecido es frágil. Lo sabía el Dr. Luther King, quien terminó siendo asesinado. La situación del profeta es, además, la del compromiso contra la catástrofe humana que las injusticias patentes y aquellas que se encuentran debajo de la alfombra de la sociedad. La suerte de Brown y Rice, así como la suerte de los afrodescendientes y los latinos a quienes los republicanos acaban de negarles el acceso de la justicia es importante para el cristianismo comprometido que la profecía representa. Los mismo sucede con aquel padre de familia muerto en Cajamarca por negarse a acatar una orden judicial que lo obligaba a desalojar la casa. Aunque las órdenes judiciales deben ser respetadas por los ciudadanos, no puede ser a costo de vidas humanas. Momento como esos son en los que la voz profética debe hacerse oír. Y en Perú la democracia tiene una gran deuda con las víctimas del conflicto armado interno. El discurso del emprendedurismo, defendido entre otros por Daniel Salas, una forma de darle la espalda a la justicia, es por ello que la religión profética debe denunciarlo como la nueva moral que abala el status quo perpetua las injusticias en nuestra sociedad.