domingo, 12 de octubre de 2014

LA RELIGIÓN PROFÉTICA Y EL BLUES

Una de las canciones más emblemáticas de Billie Holliday, Strange Fruit, tiene un mensaje desgarrador. En ella se habla de la fruta extraña que representan los cuerpos de los negros del sur de los Estados Unidos que cuelgan de los árboles, colgados y quemados. Sangre en las hojas y sangre en la raíz. Escena pastoral del galante sur. Aquí están los frutos para que lo arranquen los cuervos, para que la lluvia lo tome, para que el viento chupe, para que el sol descomponga, para que los árboles suelten, en una extraña y amarga coseche.

Esta letra no es una excepción en el blues, sino que expresa su sentido más profundo. Música de un pueblo explotado por la esclavitud y las condiciones injustas de vida. Junto con el Jazz y el Góspel representan expresan la vivencia espiritual y material de la explotación y la injusticia. Y con ello abre los torrentes de la religión profética. Siguiendo a Cornel West, me atrevería a decir que la voz profética que surge de blues y del Jazz (y por qué no añadir el Góspel, en la triada) presenta  en su doble dimensión: denuncia de las formas de injusticia, tanto abiertas como soterradas, y las visión de lo que debe ser la sociedad en el futuro (en este último sentido, se anuncia un significado sugerente de lo que significa en el judeocristianismo El Reino de Dios, en el sentido de que la profecía anuncia y realiza las semillas del Reino en el mundo).

Pero, para que ello sea posible, he de abrirse paso el mito y la música. Como West señala lucidamente, se hace necesario revertir el momento, en la historia de occidente, en el que Platón expulsó a los poetas de la Polis.  Esta reincoporación de los poetas ¿qué significa? En un primer momento, el reingreso de la religión en la esfera pública. Pero no se trata de una religión que busque capturar el poder político, dando vuelta atrás a la laicidad y constituyendo un estados confesionales. No se trata en absoluto de eso. En este primer sentido, el reingreso de la religión en lo público, en la ciudad, la Polis, es el retorno de lo profético como denuncia de las injusticias y anuncio del Reino. 

Pero en un segundo sentido, esta readmisión del mito en la Polis significa el debilitamiento de las estructuras metafísicas que habían constituido, desde Platón y en el cristianismo helenizado los soportes del poder que ejerce explotación e injusticia. En este sentido,el regreso del mito no ha de suceder sólo en la Polis y en la esfera pública, sino también en la misma religión que ha sido contaminada con metáforas metafísicas sobre el mundo como un todo (metáforas que consolidaron un poder terrenal y la consolidación de las figuras de estado confesional que tanto criticaba Agustín de Hipona en La ciudad de Dios).

La misma disolución de la metafísica en la religión libera a la misma religión. La saca de una religión centrada en el sacrificio (y del predom inio de la moral conservadora que sirve para estabilizar las estructuras de poder establecido) y la vuelca hacia la búsqueda de la justicia, actitud propia  de la religión profética. Así se llena de significado la expresión bíblica, justicia quiero, no sacrificios.  La disolución de la metafísica libera la fuerza profética de la religión. aquella misma fuerza que el blues expresa como denuncia de un mundo de injusticias presentes a la vista y de injusticias solapadas y ocultas debajo de la alfombra de esta sociedad dominada por el neoliberalismo; que es la misma fuerza profética que anuncia la transformación social. Si es necesario que sigamos la sugerencia de West, hemos de tener oído para la religión (y oído para la laicidad). Pero al mismo tiempo, la religión ha de tener oído para el blues, es decir, para la profecía. O mejor dicho, las iglesias establecidas deben de quitarse los tapones - que las metáforas metafísicas representan- de los oídos para escuchar el viento chupa aquellos frutos extraños que cuelgan de los árboles del sur norteamericano.

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