miércoles, 11 de septiembre de 2013

CUARENTA AÑOS, CHILE

El 11 de este mes se conmemoran los cuarenta años del brutal golpe de estado perpetrado por Augusto Pinochet en Chile. Este acontecimiento pone sobre el tapete tres temas: 1) El compromiso que se tiene en América Latina con la democracia, 2) La memoria y la Comisión de la Verdad y 3) El discurso de la derecha latinoamericana según el cual el desarrollo económico justifica la violación de los derechos humanos.
Si bien, en buena parte de la región se han instaurado regímenes democráticos, aún falta llevar adelante la tarea de fortalecer las instituciones democráticas, y hacer de la democracia más inclusiva. Ello supone no solamente incorporar a la población al mercado, imponiéndole sus reglas, sino hacerla participe de la discusión política respecto de la manera en que la sociedad y el mercado deben relacionarse. En el Perú como en otros lugares de Latinoamérica se considera peligrosamente que sólo deben participar los técnicos. Se argumenta que, puesto que la población no tiene la instrucción adecuada, no está capacitada para tomar esas decisiones. Ese argumento es potencialmente autoritario y trae consigo la idea de que es mejor retirar derechos políticos a los ciudadanos en vistas de mantener el crecimiento económico. En vez de apuntar a fortalecer la educación y hacer que ésta se democratice, y no atarla a bonos (tal como sugiere Bullard) o a créditos bancarios (como sucede en Chile), se opta por el camino más autoritario. ¿Quiénes toman esas decisiones? Nada menos que las derechas empresariales, las mismas que no tuvieron inconveniente en compartir el poder con las dictaduras de derechas en la región.
Si bien en algunos países de la región se instauró Comisiones de la Verdad, algunas de ellas fueron enfrentadas rabiosamente, como sucedió en el Perú. En otros países, como es el caso de Chile ni siquiera se logró instaurar alguna. El poder pinochetista en Chile fue tal, durante el paso a la democracia, que logró imponer su negativa a la instauración de una Comisión de la Verdad. Esto trae consigo una política de menosprecio frente a las víctimas de los regímenes autoritarios o de los conflictos armados internos. Esta política no abona en el fortalecimiento de la democracia en la región. Pero ello también es un indicio que quienes instauraron un gobierno autoritario en el pasado, o sus grupos asociados, siguen teniendo poder político lo suficientemente fuerte como para neutralizar la justicia, la memoria y el reconocimiento.
Todo esto está asociado al discurso de que las violaciones de los derechos humanos del pasado se encuentran justificadas pues sin ello, se argumenta falazmente, no se habría logrado la pacificación y el crecimiento económico. Incluso, muchos de quienes asumen hoy en día el discurso de los derechos humanos consideran que hay que dar vuelta a la página, olvidarse de la memoria y mirar hacia adelante. Ello significa hacerse de la vista gorda respecto de los crímenes del pasado. Lo que esto muestra es que las derechas más radicales se están adueñando del discurso de los derechos, volviéndolo en una cuestión estrictamente técnica, y desconectándolo del pasado y de las consecuencias políticas.

Hace poco, Salvador Piñeira señaló que Salvados Allende también quebrantó el Estado de Derecho. ¿Qué se pretende con esta declaración? ¿Acaso justificar el golpe de Estado de Pinochet? Ese es el argumento del niño de primaria que dice “él empezó primero”. Es lamentable que un líder de la región utilice recursos como esos. En realidad, eso está expresando una mentalidad propia de una derecha que no se siente realmente comprometida con la democracia, y que la percibe como un obstáculo para sus intereses.

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