lunes, 30 de marzo de 2015

Critica de las concepciones sociales operantes

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1.- Al interior de las sociedades modernas y contemporáneas se han articulado instituciones políticas y sociales que se proponen establecer proyectos general es de vida moral a los individuos que las conforman. Tales proyectos se articulan bajo la forma de fines generales que suelen entenderse como proyectos de vida buena. Así, las personas insertas en tales instituciones políticas y sociales se encuentran orientadas a metas que no solo son funcionales o técnicas, sino que las incorporan exigencias éticas como son cuáles son las orientaciones morales que deben proponerse las personas.

En estas condiciones, que marca una línea de continuidad con la edad media, las personas se  encuentras forzadas a plantearse metas morales que les son propuestas desde las instituciones. De este modo, las propuestas de perfeccionamiento moral de los individuos no brotan del ejercicio de su reflexión autónoma, sino de concepciones metafísicas que son propuestas por las instituciones sociales y políticas.

Cuando tales concepciones metafísicas de la vida se convierten en proyectos políticos, se constituyen sistemas políticos autoritarios, totalitarios o integristas. Las metas políticas de la sociedad son presentadas como fines morales de las personas. Cuando son las instituciones sociales las que exigen a sus miembros fines metafísicos, las personas se ven forzadas a hacer suyo los proyectos de perfeccionamientos que estas instituciones proponen. En ambos casos las personas dejan de ser consideradas como fines en sí mismas para convertirte en medios para los fines de las instituciones sin más.

La filosofía crítica apunta al desmantelamiento de tales pretensiones metafísicas a fin de dotar de autonomía moral a los individuos, de modo que las personas pueden plantearse sus propios proyectos morales de vida ganando para sí libertad moral. La crítica de la sociedad adquiere, entonces una dimensión importante: deja de ser sólo un cuestionamiento de las condiciones de pobreza y explotación social para tomar un mayor vuelo y convertirse en critica de las concepciones metafísicas tradicionales que pretenden justificar -sin éxito- las condiciones sociales de dominación.

2.- La crítica de las concepciones metafísicas políticas y sociales permite recuperar un potencial que se encuentra en la idea moderna de que las personas son fines en sí mismos, a saber, el derecho que ellas tienen a exigir justificaciones dadas sobre la base de razones. Con ello, lo que las personas recuperan es un conjunto de derechos políticos que les permiten recuperar las promesas de los sistemas democráticos para sí.


3.- Una de las concepciones sociales operantes más influyentes es la que proviene del discurso desarrollista. Tal discurso tiene dos variantes fundamentales. El primero es el desarrollismo social, que consiste en ayudar a una sociedad a desarrollarse desde fuera, imponiendo afirmas de dominación trasnacional coludidos con las jerarquías locales. La segunda forma se encuentra en la teoría del desarrollo humano que centra su enfoque en las capacidades y en la consecuente tares de capacitación de las personas y los colectivos.

domingo, 22 de marzo de 2015

DICTADURA MUNICIPAL





Resultado de imagen para hitler y castañedaResultado de imagen para hitler y castañedaEl actual alcalde de Lima y sus correligionarios han asumido un discurso respecto de la democracia que es sumamente extraño  y pernicioso. De acuerdo a este discurso, la democracia consiste simplemente en ganar las elecciones y, una vez en el poder, se tiene plena licencia para hacer con él lo que se desee. Parece ser que el ejercicio dictatorial del poder está legitimado porque se ha ganado las elecciones. De tal manera, que las instancias de consulta, de pesos y contrapesos, y de rendición de cuentas terminan sobrando este estilo de gobierno. 

En este sentido, ha sido muy penoso escuchar a personas como Patricia Juárez -aunque en el fondo no sorprenda- que, respecto a la reforma del transporte en Lima no se tiene un plan definido pero sí un propósito claro, a saber, destruir todo lo que hizo la gestión anterior. Y lo mismo sucedió con la eliminación de los murales y la cancelación del proyecto Río Verde. Todo esto muestra que lo que está conduciendo las acciones de la actual administración edil es la bronca contra la administración Villarán, más que un plan estructurado que permita seleccionar qué proyectos continuar, cuáles no y qué iniciar. Tal cómo lo indicó con lucidez Martín Tanaka, nuestro actual burgomaestre se encuentra gobernado por la cólera que le ha generado la investigación sobre el caso COMUNICORE. 

Pero dicha pasión triste que la cólera representa ¿puede gobernar una ciudad? Si la cólera se traduce en abusos de poder, ¿dónde están las instancias democráticas que lo  impidan? Este asunto es preocupante. La institucionalidad de la Alcaldía se encuentra en juego en este desboque de pasiones viles como son la codicia y la cólera. La misma debilidad de las instituciones fue lo que permitieron a Hitler y a Mussolini convertir la democracia en totalitarismo.

Pero las instituciones no se fortalecen si no cuentan con el apoyo de la ciudadanía. Lo que sucede en Lima es que el 60% de la población respalda a la actual administración.  Con los estribillos "déjenlo trabajar" y "obras quiero más no cultura" la mayoría de la población expresa claramente que no le interesa  que la alcaldía de Lima de fortalezca como institución. Si a la gente no le interesa la democracia, las instituciones se convierten en botín de los mercenarios de turno. Parece ser que la ostentación material, el lujo y la lujuria pueden más que la constitución de ciudadanos. Este es un problema educativo. Pero con la tiranía que el ministerio de la economía está ejerciendo sobre el ministerio de educación, parece ser que la cosa no va a mejorar, sino a empeorar. 

Felizmente, ciudadanos conscientes y de espíritu democrático han levantado su voz. La acción de los artistas de retirar su apoyo a Art Lima, porque el evento está apoyado por la alcalde-borra-murales es una muestra de ello. Estamos esperando que los Chefs hagan lo propio con Mixtura. Pero olvidaba un detalle. Los cocineros ganan plata con mixtura y el asunto resulta un negocio rentable. En cambio, los artistas no ganan plata con Art Lima. Entonces, la pregunta que queda es la siguiente, ¿qué pesará más en el corazón de los cocineros? ¿el afán de lucro o la conciencia ciudadana? Déjenme  adelantar mi escepticismo al respecto. 

sábado, 14 de marzo de 2015

La Filosofía del Derecho y su vínculo con la democracia

Resultado de imagen para derecho y democracia Es común que cuando se alguien se dedique a la Filosofía del Derecho y a la Epistemología Jurídica tome la decisión de desvincular sus reflexiones de cualquier consideración de orden político. Esta decisión se encuentra gobernada por el afán de cientificidad y de neutralidad que el positivismo a legado al derecho. Pero no toda práctica común se encuentra debidamente justificada. A veces, la repetición de ciertas prácticas académicas tiene su base en cuestiones extraacadémicas, como puede ser el prestigio o el predominio que determinados hábitos de pensamiento tienen en la comunidad científica. Ciertamente, esto no quiere decir que no podamos encontrar razones para evaluar si ciertas ideas son mejores que otras. La hegemonía de ciertos referentes intelectuales no lo es todo, sino que las razones también cuentan y deberían de tener un peso importante, e incluso más importante.

Ahora bien, las razones circulan en el aire, sino entre la comunicación de las personas que comparten un mundo. Como investigadores y como personas compartimos un mundo, nuestro mundo, en el cual se encuentran elementos que son objeto de discusión y otros que forman el horizonte que da sentido a dicha discusión. En nuestro mundo, tanto el derecho, como la Filosofía del Derecho y la Epistemología Jurídica tienen como trasfondo el horizonte de la sociedad democrática, sociedad que considera a las personas como libres e iguales en dignidad. El mundo democrático (y sus intuiciones morales como la libertad y la igualdad en dignidad)  no es ni necesario ni arbitrario. No es necesario, ya que  la historia de nuestro mundo pudo tomar otra dirección; tampoco es arbitrario, pues se han ido forjando en un proceso de aprendizaje histórico. En dicho aprendizaje han sido importantes los conflictos y los procesos traumáticos por los que nuestro mundo ha pasado como, por ejemplo, las guerras de religiones durante el siglo XVII, que trajo consigo el principio político de tolerancia religiosa, y el holocausto judío propinado por los Nazis, del que surge la Cultura de Derechos Humanos.  Este proceso de aprendizaje no ha sido –y nunca es- automático, sino que en él se ha hecho valer la capacidad de razonar de las personas que hicieron su mejor esfuerzo tomando en cuenta las herramientas conceptuales que tenían a mano. Esto ha hecho que el mundo en el que estamos y hemos heredado esté lejos de ser arbitrario, sino que representa la mejor manera de articular intuiciones fundamentales para nuestra vida en común.
           
Pero el trabajo no está acabado y no podemos quedar con los brazos cruzados regocijándonos de nuestra herencia. No podemos hacer eso porque, entonces, correríamos dos peligros. El primero es desandar lo aprendido. El segundo es dejar tal como está aquello que falta articular. El primer peligro no se basa sólo en las consecuencias que puede tener la inercia del pensamiento y la reflexión, sino porque los logros que hemos alcanzado se encuentran constantemente amenazados por adversarios políticos que buscan regresar al mundo premoderno, defienden el Estado confesional y denostan de la Cultura de los Derechos Humanos. El segundo peligro tiene como fuente las inarticulaciones que tienen aún nuestras intuiciones morales básicas y, como consecuencia de ello, también las inarticulaciones que tienen nuestras instituciones sociales fundamentales.
            
La inarticulación que me parece relevante, en este punto de mi argumentación, es aquella que existe entre el derecho y la democracia tanto en la vida práctica como en la discusión académica. Abogados, juristas y teóricos del derecho no piensan la democracia como el horizonte del derecho en nuestro mundo contemporáneo. Más bien, ven en éste una caja de herramientas o un manojo de llaves que permiten tener éxito en la interacción social. Es revelador que los estudiantes de derecho afirmen que la finalidad del derecho es el orden o la paz en la sociedad, y que no piensen que el derecho se encuentra remitido a la justicia, tal como una sociedad democrática y liberal entiende la justicia. Los estudiantes suelen repetir lo que sus profesores les dicen y, una vez siendo profesionales, suelen replicar los hábitos de pensamiento y acción que aprendieron en las aulas universitarias. Si ellos piensan así, quiere decir que piensan en el derecho como herramientas técnicas desconectadas de su trasfondo político. Ello enrarece la comprensión del derecho al punto de pensarlo como herramientas desvinculadas de la práctica en el mundo. Es como si el derecho se pensara como un aeroplano que jamás tocase tierra en el mundo.

Como ejemplo de este despropósito, examinemos  una idea que se divulga en las aulas de las Facultades de Derecho según la cual una ley promulgada debe ser asumida como si fuese de conocimiento público. Es como si los ciudadanos, incluso los más alejados de los centros de comunicación jurídica, tuviesen que leer todos los días la gaceta jurídica para enterarse de las buenas nuevas. En la realidad, ni siquiera todos los profesores de derecho leen todos los días ese tipo de publicaciones. Pero el supuesto de acuerdo al cual todos los ciudadanos debemos de estar al día con la ley es un indicio de que el derecho es pensado como un sistema normativo que hace abstracción del mundo en el que se aplica. Este ejemplo muestra claramente la desconexión entre la ley y nuestro mundo, el abismo que han colocado entre el derecho y la política. Si se pensara de otra manera, se vería la necesidad de una política de Estado dirigida no sólo ha hacer posible el conocimiento de las leyes más relevantes por parte de los ciudadanos, a través de todos los medios de difusión disponibles. Pero algo más importante aún, el Estado debería de asumir la tarea de fortalecer los foros públicos de discusión sobre las leyes y los proyectos de ley.
       
Cosas como estas son indicio de que es necesario conectar el derecho y la democracia. Esto supone dejar de pensar al derecho como un sistema cerrado y autopoiético para verlo como un sistema abierto y conectado con la sociedad democrática.   El derecho ha de pensarse como una herramienta para la convivencia democrática, es decir, que permita abrir las puertas a la libertad y la igualdad entre las personas. En por ello que el derecho debe encontrarse en el centro de la deliberación pública, a fin de que en el debate los ciudadanos puedan ir modulando el lugar que tiene el derecho en las relaciones sociales, así como discutir el contenido del derecho mismo. Ciertamente, el derecho tiene sus procedimientos y procesos, y éstos son importantes. Pero una cosa es entender la importancia que tiene la teoría general del proceso y otra es sacralizarla. Al sacralizarla lo que hacemos es extraerla del debate público, mientras que comprender su importancia significa articularla con la deliberación dentro de la sociedad.  

Ciertamente, la deliberación pública es política. En ese sentido, para poder conectar al derecho con su trasfondo democrático requerimos restablecer la conexión entre el derecho y la política. Al escribir esto me imagino, de una parte, a los positivistas, a los defensores del neoconstitucionalismo y a los partidarios de la teoría de la argumentación jurídica frunciendo el seño, y del otro, a los defensores de la teoría del derecho natural, frotándose las manos en señal de victoria. Pero a estos últimos les tengo malas noticias. Cuando pienso en política no lo hago desde un punto de vista sectario, así como cuando pienso en la moral no lo hago en un sentido confesional. La política tiene un significado más amplio que se conecta con la apertura de los caminos para hacer valer los derechos y las libertades de todos y no sólo de mis partidarios. Y la moral, tiene un sentido postconvencional, que escape a los preceptos de una religión o una comunidad particular, y que puede aspirar a validez universal. Así como el relativismo cultural, que afirma que es imposible la comunicación y el debate entre personas de diferentes culturas, es cuestionable, también lo es la concepción de la moral y la política encajonada en una pequeña parroquia.

            
El derecho y sus procesos deben de organizarse de modo que puedan recoger las exigencias que brotan de la deliberación social para que pueda conectarse con las relaciones sociales dentro de la democracia. Es decir, el derecho debe de dejar de entenderse como un sistema cerrado y comenzar a pensarse en la cristalización normativa de un debate social sobre cuestiones de interés general. Las instancias jurídicas, como el Congreso de la República, debe de recoger esas exigencias, debatirlas y darle de norma de derecho.  De esta manera, el Estado y sus instituciones debe de abrirse como una carretera para que permita que la deliberación pública y democrática sobre las leyes pueda discurrir con facilidad a fin de que el derecho case con la justicia entendida como igualdad en dignidad y libertad de los ciudadanos. 

martes, 10 de marzo de 2015

Comentarios a Adiós a Mariátegui




        "Pensar el Perú en perspectiva postmoderna”, el subtítulo de libro de José Ignacio López Soria, denuncia desde el inicio una filiación filosófica que está en debate: la filiación postmoderna, especialmente la desarrollada por Gianni Vattimo. El uso del término”postmodernidad” se inserta en una interpretación de la historia de la filosofía. Al respecto se podría también tener una interpretación distinta, es decir, se podría pensar en los tiempos actuales como “modernidad tardía”, tal como Jürgen Habermas lo ha sugerido. En este sentido la opción por la postmodernidad requiere una justificación.

        El “Adiós a Mariátegui” puede ser leído desde el punto de vista de la historia del pensamiento ético-político de la modernidad tardía. Esta historia tiene tres hitos importantes:  la Revolución Francesa, la Revolución Rusa y la caída del Muro de Berlín. La Revolución Francesa fue una revolución liberal. Allí el liberalismo era un movimiento progresista que buscaba despercudir a Europa la cultura política de la aristocracia. Pero la dinámica del capitalismo pudo neutralizar las promesas emancipatorias de la sociedad burguesa, consolidando un liberalismo económico que culturalmente se pudo dar la mano con los remanentes de las élites aristocráticas o permitió la aparición de nuevas élites “aristocráticas” basadas en el poder del dinero y un liberalismo de derecha.

       Frente a esa distorsión en el proceso de emancipación se produce la revolución rusa.  Ésta cancela de un plumazo el poder de las élites burguesas a fin de concentrarlo en el partido y en el Estado. Esta concentración del poder se realizó con la esperanza de democratizar realmente el acceso a los recursos. Se trataba de cancelar la “decadente” democracia burguesa (en la que conservadores y liberales perpetúan un status quo injusto) para reemplazarla por una democracia popular y radical. Sin embargo, en términos políticos, la transmisión del poder del partido y el Estado a la sociedad igualitaria no se concretó suficientemente, además de que en la escalada tecnológica y militar el bloque soviético perdió la competencia frente a las democracias liberales lideradas por los Estados Unidos de Norteamérica.

Es así que se creyó que después de la caída del Muro de Berlín (hito que marca el fin de la competencia entre los regímenes liderados por el Kremlin y los liderados por Washington) se creyó arribas a lo que Francis Fukuyama, realizando una lectura altamente empobrecida de la filosofía del derecho de Hegel,  denominó “el fin de la historia”. Este final del devenir político significaría el imperio perpetuo del sistema capitalista que se encuentra políticamente representado por el neoliberalismo económico y la derecha liberal. 

Sin embargo, la predicción de Fukuyama resultó errática, y no precisamente porque la clásica izquierda pudiera revertir sus dificultades, sino por el surgimiento de una izquierda liberal. “Izquierda liberal”: el término resulta una contradicción para quien no se encuentra familiarizado con la discusión filosófico política contemporánea. Este advenimiento ha hecho que los clásicos esquemas de orientación política hagan eclosión y esta es la razón por la cual vivimos hoy en un mundo político de desgaste de los mitos revolucionarios. A mi modo de ver, el espectro político se ha rediseñado en estos términos: contamos con una extrema derecha, partidaria del antiguo régimen, ultramontana y paleoconservadora. De otro lado contamos con una derecha liberal, partidaria del libre mercado carente de regulación y que mira con sospecha tanto la política como la justicia redistributiva. Esta derecha liberal se encuentra demasiado cómoda adoptando la política cultural de la derecha paleoconservadora. Un poco más a la izquierda encontramos a la izquierda liberal, que cree en la libertad de intercambio mercantil y en le Estado de Derecho, en los Derechos Humanos  y en la justicia social. Algún sector de esta  izquierda liberal es denominada gauche caviar. Esta izquierda es partidaria de la transformación de las estructuras sociales dentro de los parámetros de la democracia, razón por la cual se trata de una izquierda reformista. Hacia la extrema izquierda encontramos, finalmente, la izquierda antidemocrática y antiliberal. Esta izquierda sigue siendo partidaria de la transformación revolucionaria de las estructuras sociales.

El Adiós a Mariátegui se inscribe en este proceso de reconfiguración del pensamiento político. Mariátegui representa el proyecto de modernización del Perú. Este proyecto incluye un conjunto de perspectivas y pensadores que son discímiles entre sí pero que se encuentran en la valoración positiva de la Revolución Francesa, razón por la cual el pensamiento de José de la Riva-Agüero queda excluido. Por  esta razón este “adiós” no significa un “olvidar”. Se trata de caer en la cuenta de la necesidad de reconducir el proyecto emancipatorio que se parece haberse truncado con la caída del Muro de Berlín. Gran parte de los hábitos de pensamiento generado por los modernizadores nacionales, de los cuales Mariátegui es una figura emblemática, parecen haber fracasado y es necesario continuar con el proyecto recurriendo a otros medios. A causa de la eclosión de los paradigmas políticos anteriores experimentamos cierta desorientación sana, una perplejidad, que nos impulsa a un proceso de reflexión y exploración en el pensamiento político. Esta situación, aunque el autor no lo menciona, resulta ser más valorable que la anterior, en la que se contaban con las supuestas recetas para la transformación. Considero que en filosofía política es mejor la incertidumbre orientada por una tenue luz que la certidumbre que surge de una Verdad esplendorosa. En el siglo XX hemos experimentado lo nefasto que resultan la “certeza” y la “verdad” en política.

A fin de iniciar esta exploración, José Ignacio López Soria comienza retratando los discursos de modernización gestados a fines del siglo XVIII e inicios del XIX. El primero de estos discursos es el de las libertades, sustentado por abogados y humanistas (filósofos incluidos) que tiene como medio de articulación la razón y busca el fortalecimiento institucional.. En segundo es el discurso del bienestar, sustentado por ingenieros y que tiene como protagonista al hombre emprendedor. Ambos proyectos asumían el presupuesto de una razón universal que se encuentra tanto en el individuo detentados de derechos y libertades como en el individuo emprendedor. Parte importante del fracaso de este tales proyectos se encuentra en el descrédito que en la cultura contemporánea tiene esa razón universalista moderna. La pluralidad cultural que se ha hecho notar a lo largo del siglo XX nos ha conducido a entender que nos encontramos frente a una pluralidad de racionalidades que han de ser tomadas en cuenta.    

Pero este fracaso del proyecto moderno de la razón universal tiene su correlato político en el fracaso del proyecto de la construcción de un Estado-Nación. En proceso de independencia del Perú se había planteado como un proyecto nacional, es decir, que tiene como objeto la construcción de un Estado nacional. Sin embargo, el Estado-Nación de individuos racionales y ciudadanos que no cuentan con diferencias culturales ha terminado siendo un proyecto artificioso en el mundo contemporáneo, y en el Perú actual, en el que los pueblos  han emergido como reclamo frente al Estado ciego a las diferencias. Ello no significa que sea necesario desechar el término “Estado”, siempre que se atienda a la pluralidad que lo habita.

Esto último lleva a nuestro autor reconsiderar las reflexiones contemporáneas sobre la interculturalidad. Siguiendo las investigaciones de Will Kymlicka, identifica en el mundo alrededor de 600 grupos de lenguas vivas y más de 5000 grupos étnicos en el mundo. Ello conduce a una pluralidad de valores morales, que demarca el multiculturalismo. La multiculturalidad es entendida, para mayor precisión, como la coexistencia de diversas culturas en un mismo horizonte societal. El problema de la interculturalidad se resume en la siguiente pregunta: ¿podremos vivir dignamente juntos siendo diferentes?. Dar una respuesta afirmativa a esta interrogante constituye una tarea. Pero la valoración de esta pluralidad no conduce al autor a una retirada neoconservadora que exacerba el encapsulamiento cultural y el enfrentamiento al estilo Huntinton, sino que la apuesta está  puesta en un potencial de racionalidad constitutiva de la libertad. Se trata de aquella racionalidad que permite percibir al ser humano como universal particular y concreto, capaz de la reflexión suficiente como para poder liberarse de prácticas culturales opresivas de los individuos y que permite el encuentro intercultural. La opción de López Soria se encuentra, pues, del lado de la valoración de los derechos y las libertades individuales, de individuos que son constituidos culturalmente y que tienen capacidad de reflexión subjetiva. Frente a la polémica de los derechos colectivos, el autor parecería inclinarse hacia aquellos que redunden necesariamente en la potencialización de los derechos individuales.


Otros temas recorren el conjunto de ensayos que López Soria nos ha alcanzado en esta oportunidad, como son el dedicado a la educación y la ciudadanía desde los discursoso modernos, el dedicado a la crisis de las instituciones de la modernidad,  así como uno dedicado a la utopía, entre otros. Si bien no los comentaré en esta oportunidad, he de anotar que el libro en su conjunto resulta sugerente y expresión de un proyecto emacipatorio que ha asumido el reto de pensar la política después de la caída del Muro de Berlín, cuando parecía que ya no era necesario pensar la política, puesto que se había pronosticado que lo que vendría es más de lo mismo. Es en este sentido que las intuciones políticas que el libro expresa son de carácter liberal, pero se trata de un liberalismo que procura pensar la pluralidad cultural y el fracaso del proyecto moderno en el Perú y en el mundo.      

miércoles, 4 de marzo de 2015

Ilustración y filosofía.La cuestión de la validez del proyecto ilustrado

Resultado de imagen para kantEl proyecto de la Ilustración se ha gestado en Europa durante el siglo XVIII y ha encontrado su respaldo filosófico más  importante en el pensamiento de Immanuel Kant.  Dicho proyecto tiene como centralidad la capacidad de examinar cuáles son sus alcances y límites de la razón. Es por ello que, para la Ilustración ha sido fundamental el proyecto crítico que el filósofo alemán presentó en su obra más importante: la Crítica de la razón pura. Por eso se señala en el prólogo  a la primera edición: “Nuestra época es, propiamente, la época de la crítica, a la que todo debe someterse. La religión por su santidad, y la legislación, por su majestad, pretenden, por lo común, sustraerse a ella. Pero entonces suscitan una justificada sospecha contra ellas, o pueden pretender un respeto  sincero, que la razón sólo acuerda a quien ha podido someter su examen libre y público”[1].
Es característico del trabajo crítico de la Ilustración el que la razón se examina a sí misma y se instaura como un juez que determina qué es lo que ella puede y no puede conocer.

1.- La crítica a la razón ilustrada
Esta confianza en la razón que Kant y los demás pensadores ilustrados compartían es puesta en cuestión por aquellos intelectuales del siglo XIX y XX que Paul Ricoeur denominó “maestros de la sospecha”[2], a saber, Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. Estos intelectuales ejercieron una gran influencia en la cultura y en el trabajo de los intelectuales del siglo XX. Ellos señalaban, cada cual desde su punto de partida particular, que existen motivos fundados para cuestionar a la razón moderna y en especialmente la confianza en la razón que se popularizó durante el siglo XVIII.
Nietzsche esbozó una crítica clara a la razón señalando que lo irracional es importante y debe ser tomado en cuenta, si es que queremos dar cuenta de la realidad en su totalidad. De esta manera, continúa, se ha operado en la cultura occidental un reduccionismo de la realidad desde que Eurípides, Sócrates y Platón expulsaron lo irracional (aquello que denominaba “lo dionisiaco”) del pensamiento filosófico. En la tragedia griega desarrollada en Atenas durante el siglo V a.C. se había dado no sólo un género poético – artístico que daba cuenta tanto de la realidad humana como de la cósmica por medio de la articulación del principio de racionalidad y orden que representa “lo apolíneo” con el principio de irracionalidad, embriaguez y pérdida de conciencia que representa “lo dionisiaco”. Con esto la tragedia no sólo se presenta como un género literario, sino como una manera de  entender la realidad, es decir, una filosofía vitalista.
Pero tal como señala Nietzsche en su libro El nacimiento de la tragedia, o Grecia y el pesimismo[3], la tragedia entra en crisis y finalmente muere cuando Eurípides comienza a compartir el optimismo racionalista de Sócrates. De esta manera, comenzó a expulsar el elemento dionisiaco y a convertirla en un género racional, gobernado sólo por el impulso racional que proviene de lo apolíneo. Desde ese momento la “filosofía vitalista” que expresaba la tragedia fue desplazada por una “filosofía racionalista” que no hace que expresar su resentimiento frente a la vida, expulsando aquello irracional y que la razón no puede comprender y controlar.
La crítica al optimismo racionalista de los ilustrados no puede ser más claro: la razón ilustrada continúa expulsando lo irracional y lo vitalista de la reflexión filosófica. Por ello es necesario denunciar que la razón moderna no puede dar cuenta de la realidad en su totalidad y que, en realidad se presenta como una forma de dominación sobre las demás dimensiones de la realidad. La razón moderna e ilustrada se presenta, entonces, como una voluntad de poder y dominación que se enviste a sí misma de la dignidad de juez y de autoridad para someter otras voluntades. De este modo, la realidad social es interpretada como un conjunto de voluntades de poder que buscan someterse unas a otras, y en la cual el poder lo terminan teniendo aquellos que dominan la técnica moderna.  Así, una sociedad tecnificada y racionalizada se convierte en una sociedad de dominación.    
 Michel Foucault ha sido quien ha aprovechado de mejor manera esta conclusión respecto de la sociedad que Nietzsche había desarrollado. Así, el intelectual francés señaló que las construcciones racionales y técnicas, como los mismos sistemas democráticos, las prisiones y los manicomios, son formas de ejercer poder y dominación sobre las sociedades. Como consecuencia, si lo que buscamos liberarnos de esa dominación, tenemos que realizar una arqueología del poder y encontrando su raíz arqueológica, desactivarlo. Ello supone denunciar incluso las democracias liberales porque ellas expresan poder dominador. Uno de los mejores discípulos de Foucault, el italiano Giorgio Agamben, ha escrito un libro que está teniendo gran influencia en las ciencias sociales: Homo sacer[4]. En él se sigue la pista de la verdadera realidad del estado moderno, que el de la denominada “biopolítica”, es decir, que ejerce una política que va despojando paulatinamente del ropaje de los derechos a las personas y se detiene frente a la vida biológica de los individuos, es decir, sólo respeta aquél mínimo que permite que las personas sigan con vida.


2.- Cinismo e ironía  

            La posición de Foucault frente a la ilustración es de crítica. Desde su punto de vista es necesario realizar una ilustración de la misma ilustración[5]. Pero esta ilustración de la ilustración consiste, para Foucault, rechazar el modelo de la razón moderna que se encuentra en el modelo de ilustración kantiana, y rechazar además sus ideales y sus propuestas morales y políticas, como la autonomía de las personas, la democracia y los derechos fundamentales.
            
Esta actitud de Foucault frente a la autonomía moral, la democracia y los derechos fundamentales proviene la influencia de Nietzsche sobre el pensamiento político de Foucault. Nietzsche nunca fue pensador sistemático y plenamente coherente, aunque siempre sumamente sugerente. De hecho, en el ámbito de la filosofía hay alguna resistencia a considerarlo como un filósofo. Es gracias a la influencia de Heidegger que Nietzsche a tomado una inusitada importancia en la filosofía. Nunca ha tenido un pensamiento político y resulta muy difícil sacar ideas políticas claras y sólidas.
            
Uno de los primeros intentos de extraer de Nietzsche un pensamiento político lo realizaron los teóricos del nacionalsocialismo. El partido Nazi explotó de manera excesiva la idea del Übermensch (Superhombre), con las consecuencias que todos conocemos: invasión de Polonia, instalación de campos de concentración, etc. De esta manera, parece que no es una buena idea extraer ideas políticas del pensamiento de Nietzsche. Esto fue algo que Heidegger entendió perfectamente, razón por la cual nunca propuso una filosofía política. Contemporáneamente a Heidegger, de desarrolló en Austria el conocido “Círculo de Viena”, cuyos integrantes, al ver las atrocidades del nazismo, decidieron rechazar las críticas de Nietzsche al positivismo y articularos la tan influyente tendencia del positivismo lógico y la filosofía analítica. De esta manera, el prestigio actual del “círculo de Viena” no es tanto por sus méritos propios, sino por el rechazo al nazismo. Tal como ha señalado con lucidez Richard Rorty, el positivismo lógico y la filosofía analítica ha llegado a su agotamiento[6] .


3.- Izquierda cínica e izquierda irónica

            Nietzsche es un pensador muy lúcido e importante para pensar las cuestiones privadas, pues sus reflexiones sobre la cultura y su crítica al positivismo son forjadores de la subjetividad de las personas. Su pensamiento sobre cuestiones privadas es poderoso para articular la formación de los sujetos del siglo XX y XXI, para edificar la subjetividad. Lo mismo sucede con la filosofía de Heidegger. Pero cuando se utiliza el pensamiento de Nietzsche y la filosofía de Heidegger para la política se cae en el error de Foucault y Agamben, y de sus seguidores en las ciencias sociales. Nietzsche y Heidegger son sumamente útiles para pensar las cuestiones privadas, pero no para plantear programas políticos.
           
Actualmente podemos encontrar dos clases importantes  intelectuales interesados en la política y en las cuestiones públicas: de un lado se encuentran los cínicos, del otro los irónicos. Los cínicos son los que utilizan a Nietzsche y Heidegger tanto para las cuestiones privadas como para las cuestiones públicas. En cambio los irónicos asumen el pensamiento de ambos sólo en el ámbito privado, mientras que para las cuestiones públicas toman como referencias a los filósofos políticos inspirados en Kant, como son John Rawls y Jürgen Heidegger, o al pragmatista John Dewey. 

Los cínicos rechazan tanto la razón como las propuestas prácticas y políticas de la ilustración. Con dicha crítica  abren las puertas a dos grupos antagónicos, pero cuya actividad es nefasta. De una parte, los ultraconservadores de extrema derecha que rechazan la democracia y proponen dictaduras. De otra parte, se encuentran los intelectuales de la izquierda revolucionaria y cultural. Esta izquierda termina por proponer arremeter contra la democracia para terminar implantando un Estado autoritario. Y  desde el punto de vista cultural, los intelectuales de izquierda miran con desprecio la cultura popular y han roto sus lazos con las organizaciones populares o los sindicatos. Se trata de una izquierda que cae en una contradicción performativa: de una parte propugnan la revolución, y de otra parte se convierten en espectadores de los procesos sociales, es decir se trata de una izquierda académica no comprometida con la sociedad. Esta izquierda académica, espectadora, cultural y desvinculada con los procesos sociales, no está en condiciones de involucrarse con las transformaciones sociales.

La actitud de estos grupos es “cínica” porque se dedican a hacer  críticas radicales a lo constituido y no tienen una actitud constructiva, una alternativa, no ofrecen una opción. A lo más que llega el cinismo en la teoría política es a proponer un regreso al pasado o a una defensa conservadora, de modo que incluso la izquierda foucaultiana termina emprendiendo la defensa del antiguo régimen. La izquierda irónica, en cambio,  se caracteriza por seguir a Nietzsche y Heidegger sólo para las cuestiones privadas, en cambio sigue a Rawls, Habermas y Dewey en las cuestiones públicas. De esta manera encuentran argumentos para tener continuar con el proyecto político de la ilustración, a saber, afirmar la libertad y la autonomía pública y privada de los ciudadanos.

Los intelectuales políticos irónicos proponen continuar con el proyecto de la ilustración asumiendo tres tareas: en primer lugar reemplazan el juego de fuerzas – que los foucaultianos –por el diálogo y la deliberación; en segundo lugar, se comprometen con la democracia y buscan llevar adelante sus promesas sociales, con lo cual asumen un compromiso social real con las organizaciones populares y los sindicatos; y en tercer lugar, reemplazan el proyecto revolucionario por un proyecto reformista. Al comprometerse con la democracia, esta izquierda se convierte una izquierda liberal, pues la democracia que defienden es una de naturaleza liberal. El término “ironía” es usado aquí para señalar que esta izquierda asume los cuestionamientos a la razón que proviene de los maestros de la sospecha, de tal manera que consideren que las creencias privadas que abrazan carecen de un fundamento último y que su compromiso político no tiene carácter metafísico, sino exclusivamente político. Tal como lo señala Rawls: el liberalismo político es político, no metafísico[7].
  

4.- Conclusión: ¿Está agotado el proyecto político de la ilustración?

            Los intelectuales de orientación foucaultiana, que extienden erróneamente las críticas de Nietzsche a la cultura también al ámbito de la política y a las cuestiones públicas, sostienen que el proyecto de  político de la ilustración se encuentra completamente agotado, y que no vale la pena actuar propositivamente en defensa de las autonomías privada y pública de los ciudadanos. Sólo queda realizar cuestionamiento y crítica constante al sistema democrático.  En cambio, los intelectuales ironistas no extrapolan las críticas a la cultura que hicieron Nietzsche y Heidegger a las cuestiones políticas y públicas.

 Richard Rorty y  Jürgen son quienes más han defendido la idea de que el proyecto político de la ilustración sigue en pie. Rorty, siguiendo las ideas de Dewey, señala que la escuela filosófica pragmatista con la que se encuentra comprometido lleva adelantes las propuestas de la ilustración.  De esta manera señala que:

 “Voy a interpretar la objeción pragmatista a la idea de que la verdad es una cuestión de correspondencia con la naturaleza intrínseca de la realidad de forma análoga a la crítica que la Ilustración hizo de la idea según la cual la moralidad es una cuestión de correspondencia con la voluntad de un Ser Divino”

Y continúa diciendo:

“A mi parecer, la explicación pragmatista de la verdad y, más generalmente, su explicación antirepresentacionalista de la creencia constituye una protesta contra la idea de que los seres humanos deben humillarse ante algo no humano como la Voluntad de Dios o la Naturaleza Intrínseca de la Realidad” [8].

De esta manera, el pragmatismo de Rorty y Dewey continúan adelante con el proyecto de la ilustración, proyecto que consiste en cuestionar las pretensiones que algunas personas e instituciones tienen de imponerse sobre los ciudadanos para limitar la autonomía privada y la autonomía pública. De esta manera, nadie, ni en nombre de la voluntad divina o de la naturaleza humana, está justificado para limitar la libertad de los ciudadanos. Igualmente Habermas sostiene que el cuestionamiento de la razón hecha por Nietzsche, y continuada por Lyotard y Derridá en Francia no conduce a las consecuencias que ambos señalaron, a saber, el acabamiento de la modernidad y el inicio de la postmodernidad. Habermas es claro en afirmar que el reemplazo de las pretensiones de razón por las exigencias de la “ética del discurso” permite continuar con el proyecto político de la razón por otros medios. La ética del discurso supone que las normas morales y jurídicas, así como los proyectos políticos deben someterse al torbellino de la problematización que la deliberación pública supone. Dicha deliberación tiene ciertas exigencias fundamentales, especialmente, que los participantes en la discusión tienen que expresar argumentos y razones claramente sustentadas y que se encuentran sujetas al cuestionamiento y la crítica; además, todos los implicados tienen los mismos derechos de participar en la discusión y que se ha de tener en cuenta las consecuencias que pesarán sobre los implicados por las decisiones asumidas[9].
      
Así, resulta discutible la afirmación de algunos según la cual el proyecto político de la ilustración ha agotado por completo sus energías. La filosofía, y en especial, la filosofía política, ha de fomentar en nosotros lo que Rorty señala que debe fomentar también la educación universitaria: la capacidad de dudar y cuestionar como la capacidad de imaginar. La capacidad de dudar y cuestionar las verdades recibidas y consagradas tanto por la cultura anquilosada por el positivismo como los saberes recibidos en la academia universitaria. Dichas verdades deben ser discutidas públicamente, tanto dentro y fuera de la universidad. Pero también debemos cultivar la imaginación para generar relaciones sociales cada vez más libres y emancipadas. El cultivo de la imaginación se realiza justamente a través del contacto con la cultura, de manera que se abren nuestros espíritus en un proceso de reedificación y forjación constante.     



[1] KANT, Immanuel; Crítica de la razón pura, México: FCE, 2009. P.7.
[2] RICOEUR, Paul; Freud: una interpretación de la cultura, México: Siglo XXI, 1999.
[3] NIETZSCHE, Friedrich; El nacimiento de la tragedia, o Grecia y el pesimismo, Madrid: Alianza Editorial, 2005.
[4] AGAMBEN, Giorgio; Homo sacer. El poder y la nuda vida, Valencia: Pre-textos, 2003.
[5]  FOUCAULT, Michel, ¿Qué es la ilustración?, Alción: Córdova, 1996.
[6] RORTY, Richard; Cuidar la libertad, Madrid: Trotta, 2005.
[7] RAWLS, John; Liberalismo político, México: FCE, 1996.
[8] RORTY, Richard; Pragmatismo, una versión: antiautoritarismo en epistemología y  ética, Barcelona: Ariel, 2000. P. 21.
[9] HABERMAS, Jürgen; El discurso filosófico de la modernidad, Buenos Aires: Katz, 2010.